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CINEMA DE PERRA GORDA

David Cronenberg

A HISTORY OF VIOLENCE (2005, David Cronenberg) Una historia de violencia

A HISTORY OF VIOLENCE (2005, David Cronenberg) Una historia de violencia

Pocas películas de los últimos años han logrado mostrar de forma tan contundente, ese lado oculto de un ser humano aparentemente ubicado en el progreso y el bienestar, que muestra el eco de la bestia, el afán de supervivencia, o la búsqueda de esa segunda oportunidad existencial, y que en modo alguno puede ocultar el atavismo del animal transmutado de espécimen evolucionado. Muchas pueden ser las lecturas y percepciones emanadas tras el modulado, terrible, preciso y rotundo discurrir de A HISTORY OF VIOLENCE (Una historia de violencia, 2005) el film con el que el canadiense David Cronenberg retornaba a la actualidad cinematográfica, tras un trienio ausente después del rodaje de la muy atractiva SPIDER (2002). El aparente giro ofrecido en su trayectoria con el título que nos ocupa, culminó con una entusiasta acogida de la crítica y un notable éxito de público, pudiéndose señalar sin temor a equivocaciones que nos encontramos ante uno de los exponentes más valorados en la andadura de un realizador “de culto” y que, junto a David Lynch, pudiera situarse en un terreno de mitificación o consideración ratificado tras la más reciente EASTERN PROMISES (Promesas del Este, 2007). En buena medida, y reconociendo no ser un ferviente seguidor de su ya copiosa filmografía, creo que no resulta nada gratuito señalar que nos encontramos ante una propuesta muy atractiva aunque –intentaré justificar esta apreciación-, considero que podría objetarse alguna objeción a su casi generalizada clamorosa reacción.

 

Tom Stall (Viggo Mortensen) ejerce como propietario de un pequeño restaurante en Milbrook, una pequeña y casi rural ciudad de Indiana. Casado con una jurista –Edie (Maria Bello)- y con un hijo adolescente y una niña pequeña, el entorno podría ejemplificar el concepto familiar propuesto por la sociedad norteamericana durante décadas. Sin embargo, muy pronto la incidencia del azar alterará y mostrará la volatilidad de tal concepto, convirtiendo en el escenario de una auténtica tragedia lo que hasta entonces suponía el entorno de un ejemplarizante marco de convivencia. El entorno de los Stall recibirá el impacto inapelable del destino, repeliendo el ataque de Tom la llegada de dos criminales con intenciones asesinas en su local, que le convertirán –muy a pesar suyo- en un héroe local. La circunstancia le llevará a que su gesta –librarse de los dos asesinos, dispuestos a matar a las personas que se encontraban en el restaurante-, sea difundida por los medios de comunicación, y ejerciendo esta aparentemente inocua circunstancia como auténtico catalizador del reencuentro con su pasado. Un pasado del que había renunciado hacía muchísimos años, al convertirse en un honrado padre de familia, pero que en el fondo lo marcará durante toda su vida. La presencia de su rostro en los medios de la prensa escrita y la televisión, permitirán que muy pronto acudan a su entorno personas que lo acompañaron en su anterior identidad en la que tenía por nombre Joey Cusack, y como profesión la de cruel asesino. Aunque él se empeñe en renunciar a su pasado en el entorno de su familia, poco a poco las evidencias se convertirán en irrenunciables, viviendo a una espiral de violencia, tragedia y tensión que llegarán a compartir sus familiares, y que le llevarán a un forzado reencuentro con su hermano mayor –Richie (un espléndido William Hurt, de breve presencia en pantalla)-, ahora poderoso y acaudalado representante del hampa en Philadelphia, quien en el fondo desea verlo de nuevo para liquidarlo y con ello poder lograr ampliar su horizonte de dominio dentro de los clanes del delito a gran escala. El encuentro de ambos hermanos ejercerá como auténtica catarsis sobre un pasado al que aparentemente podrá combatir Tom contra su anterior Joel, pero que para siempre quedará como un inexorable y revelador impedimento para que esa familia idílica y ejemplarizante, pueda proseguir el sendero de sus vidas con el optimismo y la fe que hasta entonces habrían definido sus acciones, traspasando la débil frontera existente entre la ejemplaridad y el lado violento del ser humano.

 

Probablemente la mayor virtud que ofrece el film de Cronenberg es la de mostrar con una narrativa envolvente y precisa, esa invisible separación existente, en la que lo impecable de un comportamiento puede muy pronto desembocar marco de una tragedia, como el aparente perfecto engranaje de una familia, de pronto, ante un acontecimiento en apariencia externo, va a comprobar la peligrosa oscilación de sus estructuras, exteriorizando sus componentes la vertiente más oscura. Es más, como en definitiva todo efecto tiene su causa, la llegada de un elemento circunstancial del destino puede derramar un auténtico torrente de consecuencias, violentando un orden quizá inicialmente considerado como inamovible, pero muy pronto revelado en la debilidad de sus estructuras. En este sentido, la precisión de la pieza orquestada por Cronenberg es casi absoluta. Dentro de una puesta en escena contrastada en una inicial placidez –casi se diría heredada en algunos momentos del melodrama Universal de los años 50-, desde el primer momento el realizador mostrará sus cartas. La secuencia en la que contemplamos a dos extraños personajes revestidos en la cotidianeidad de su comportamiento, nos llevará a una terrible realidad casi oculta pero intuida por el espectador –se trata de dos violentos asesinos que han matado a los dos responsables del hotel, y uno de ellos hará lo propio con una niña superviviente-. El montaje de la película muy pronto nos llevará a la afinidad de comportamientos, en este caso centrado en la casualidad que permitirá al hijo del protagonista a resultar vencedor en un combate de rugby, lo que concluirá al sufrir la tensa violencia de un compañero de colegio. Como perfecto contrapunto a la historia central, nos encontramos con la manifestación de esa violencia colectiva que, también de forma casual, nos trasladará al cruce del coche del joven provocador, con el que tripulan los dos asesinos que protagonizarán la lucha en el restaurante, permitiendo aflorar el oscuro pasado del protagonista y su posterior incidencia en su entorno familiar.

 

Es a partir de ahí cuando emerge la terrible figura de Fogarty (Ed Harris) y como, poco a poco, la referencia al pasado del antiguo asesino cobrará toda su vigencia, en la que supone una de las secuencias más violentas y terribles del cine de los últimos años; el ataque del gangster y sus dos secuaces en la puerta de la vivienda de Tom y delante de su familia, siendo finalmente salvado de una muerte segura por la acción de su hijo, ese joven tímido y renuente a cualquier sentido de la agresión, que finalmente responderá con sorprendente agresividad a sus constantemente insidiosos compañeros de estudios, así como a rechazar lo que su padre representa de nuevo para él. Ese conjunto de situaciones, reacciones, acciones, omisiones y sinceridades –el instante en que marido y mujer se huyen y escapan en la escalera de su casa, pero finalmente se desean con instinto casi animal-, está expresado con contundencia y un excelente sentido de la planificación, e incluso en la presencia de pequeños detalles en secuencias de exteriores, donde la presencia de elementos teñidos en rojo, sirven como avanzadilla a los estallidos de violencia. Secuencias todas ellas de terrible fuerza, perfecta ejecución, y que en su resultado es evidente nos llevan a ese Cronenberg de década atrás, donde lo monstruoso tenía acto de presencia en sus propuestas bizarras y fantastiques. A este respecto, la evolución se ha producido, y lo monstruoso se encuentra en lo peor de nosotros mismos.

 

Antes avanzaba que, dentro del abanico de cualidades que alberga la película, hay algo que me impide considerar A HISTORY… como un logro absoluto. Y ello se debe a la sensación de lo previsible del relato, y el hecho añadido que el propio realizador parece sentirse intimidado –o admirado, quien sabe-, en la sugerencia de su propuesta argumental –surgida a partir de un relato gráfico de John Wagner y Vince Locke-, no se atreva a trascender el mismo mediante la aplicación de un mayor grado de abstracción cinematográfica. En esta ocasión, todo sucede como previsiblemente debe suceder, y quizá ese cartesiano respeto es el que impida convertir lo que finalmente es una película brillante –que no es poco, por otra parte-, en esa posible pequeña obra maestra que está a punto de rozar. En cualquier caso, lo logrado ya permite valorar esta propuesta como uno de los grandes títulos del año 2005, destacando también en ella la fuerza en la dirección de actores. Algo que en Viggo Mortensen alcanza una especial significación, ya que sabe mostrar la necesaria ambivalencia de su personalidad, sin recurrir a trucos e histrionismos innecesarios.

 

Calificación: 3’5

SPIDER (2002, David Cronenberg) Spider

SPIDER (2002, David Cronenberg) Spider

Es evidente que contemplando las imágenes de SPIDER (2002) se puede detectar el poso de un referente literario de notable fuerza. En muchas ocasiones la propia intuición cinematográfica permite intuir ese origen, en este caso procedente de la novela de Patrick McGrath, autor asimismo del guión del film. De cualquier manera no es menos cierto que la película entronca directamente con el mundo temático –la alienación de la sociedad a través de diferentes parcelas- y visual –esa recurrencia a detalles malsanos- reiterado por David Cronenberg en su ya dilatada trayectoria. Es por ello que cabe decir –aún cuando como en mi caso no he sido un ferviente seguidor de su filmografía-, que con SPIDER Cronenberg logró uno de sus más interesantes al tiempo que personales y arriesgados títulos de su trayectoria.

Ya desde sus imágenes iniciales nos adentramos en la extraña textura visual de la película. Tras unos títulos de crédito que toman como fondo las muestras de tests psiquiátricos, vemos la llegada de un tren y la arribada de los pasajeros. El último de ellos en un largo plano de aplastante normalidad es nuestro protagonista: Spider, un hombre aún joven de aspecto pero completamente minado en una personalidad totalmente introvertida y que acaba de abandonar el manicomio para vivir en una lúgubre residencia de enfermos mentales de menor entidad. Desde su propio traslado de la estación a dicho pensionado Cronenberg procura en todos los planos de exteriores dar una formulación visual caracterizada por su extrañeza, cual si se tratara de un mundo paralelo a partir del cual las imágenes del film se nos ofrecen en esos pasajes como la expresión visual del tormentoso mundo interior del protagonista.

Exteriores casi ausentes de personas y caracterizados por un aire en ocasiones fantasmagórico. En cualquier caso SPIDER es una obra “de cámara”, puesto que su principal elemento es una sobria e incluso fría en ocasiones narrativa dispuesta al servicio de unos personajes, una acción exterior mínima y a un estudio psicológico dominado por la intersección del pasado y el presente de su protagonista. Es así como vemos a un pequeño Spider junto a sus padres trasladándonos las aparentes infidelidades de su padre (Gabriel Byrne), mientras su propia presencia como adulto se hace presente en dichas secuencias. Esa recurrencia pasado - presente permite que el discurrir del film adquiera una especie de “tiempo condicional” en el que nunca sabemos realmente si lo que vemos es veraz, procede de la imaginación de su protagonista –que tiene como especial tesoro rellenar las páginas de su diario- o es una mezcla de ambas vertientes.

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Pese a que la resolución final de su –digámoslo así- intriga no deja de ser un poco previsible para cualquier espectador avezado, en SPIDER interesa mucho más la tribulación interna del protagonista, el rechazo que nos produce lo turbador de sus imágenes y la conjunción de puntos de vista que provoca esa sensación de no saber en algunos momentos bajo que prisma encontrarnos. En medio de una sociedad para la que no parece avanzar el tiempo –es igual de mezquina la plasmada cuando Spider es pequeño que la más cercana a nuestros días-, ciertamente hay algo de malsano en el devenir de un protagonista que encarna en su vertiente adulta un Ralph Fiennes cuyo trabajo va más allá de todo elogio. Muy al contrario de otros tantos ejemplos de transformaciones físicas en el fondo carentes de honduras y destinadas a acaparar premios –y cada uno que ponga los ejemplos que desee-, Fiennes resulta admirable en una composición exigente, sobria y por momentos espeluznante. Destacaría una mirada dirigida a ese depósito de gas que está ubicado frente a la residencia en la que está hospedado, digna de la mayor ambivalencia y que minutos después sabremos por que tiene su importancia.

Creo que es innegable la valía cinematográfica ofrecida por David Cronenberg en este SPIDER que ya debe ser integrado entre los estudios más interesantes legados sobre la locura en los últimos años. Sin embargo, dentro de ese notable nivel no voy a ocultar que encuentro que a la película le falta –por así decirlo y nunca de forma más oportuna- ese “gramo de locura” que traspasara la puerta de una determinada frialdad y arrojarse en las aguas del delirio, manteniendo su lógica cinematográfica. Se trata una objeción muy personal, pero lo cierto es que esta producción se queda en la frontera de un film de notable interés, pero quizá discurriendo por otros meandros hubiera permitido que la misma quedara como uno de los más valiosos ejercicios que sobre las fronteras de la locura en nuestra vida cotidiana hubiera legado jamás el cine.

Calificación: 3

VIDEODROME (1983, David Cronenberg) Videodrome

VIDEODROME (1983, David Cronenberg) Videodrome

A pesar de estar rodada en 1983, la primera impresión que me ha venido a la mente al contemplar VIDEODROME es la de percibir un extraño epígono de aquellas películas realizadas en la década de los 70 y que denunciaban los abusos de poder y las manipulaciones rozando la ciencia-ficción ¿Se acuerdan de EL ÚLTIMO TESTIGO (The Parallax View, 1974) de Alan J. Pakula? Incluso retrocediendo más en el tiempo podríamos citar dos extrañas películas de John Frankenheimer hoy consideradas de culto; PLAN DIABÓLICO (Seconds, 1966) y la previa EL MENSAJERO DEL MIEDO (The Manchurian Candidate, 1962). En todos estos casos se hablaba de paraonias y miedos latentes en nuestra sociedad que en no pocas ocasiones escapaban a la normalidad aparente de la misma

Sin embargo, VIDEODROME posee rasgos propios. Bajo su carácter casi de serie B tardía y sus aparentes planteamientos quizá en ocasiones un poco simplistas, no es menos cierto que queda finalmente como una de las realizaciones más personales de Cronenberg al tiempo que una velada advertencia sobre el poder manipular de las imágenes de índole televisiva, incluso la videográfica –en el periodo de realización del film el video causaba furor- y, de forma general, de la capacidad de manipulación de la sociedad a través de los mismos.

De forma sucinta, VIDEODROME nos ofrece la odisea vivida por Max Renn (James Woods), el programador de una cadena televisiva de corto alcance que es introducido en la capacidad de una emisiones de índole brutal que se obtienen de forma casual interceptando las ondas de emisión visuales. De forma tan seca como concisa, la progresiva fascinación le lleva ante un doctor que finalmente ya está muerto y que se manifiesta con grabaciones en vídeo vislumbradas con anterioridad –genial el detalle y que me recuerda una muy interesante y olvidada película de terror realizada poco tiempo antes que esta; MUERTOS Y ENTERRADOS (Dead and Buried, 1981, Gary A. Sherman)- y más adelante con una organización comandada por un aparentemente amable óptico, que le transportan a un mundo nuevo, a una nueva realidad, de la cual se le manda combatir con los elementos de la existente que se interponen en la búsqueda con el poder.

VIDEODROME nos brinda las imágenes de un entorno urbano frío y deshumanizado –algo habitual en el cine canadiense, pero que en este film tiene una inusitada fuerza quizá precisamente por el hecho de no incidirse demasiado en ello-. Y el proceso de integración de Max en ese mundo de pesadilla se efectúa de forma gradual, incidiéndose en sus sentidos –la fascinación del sexo-, y materializándose posteriormente en una serie de humanización de cintas de vídeo, deformaciones de la pantalla de televisión y otras mutaciones habituales del cine del director canadiense –efectuadas por el especialista Rick Baker y que vistas hoy día han envejecido de forma ostensible-.

Ese planteamiento de film de corto presupuesto, su ajustada duración, la sencilla planificación que le acompaña y su aparente limpieza de objetivos, permiten que con el paso de los años se mantenga como una interesante muestra de cine fantástico así como de las más interesantes plasmaciones del universo en ocasiones onírico pero finalmente tan real como el planteado por David Cronenberg a lo largo de su trayectoria.

Calificación: 3