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CINEMA DE PERRA GORDA

Louis King

ROAD GANG (1936, Louis King)

ROAD GANG (1936, Louis King)

Hermano del realizador Henry King -a quien el paso del tiempo, todavía no ha ubicado en su merecida consideración, como uno de los grandes de Hollywood-, la amplia filmografía de Louis King (1898 – 1964), reaparece de manera muy difusa, dejando entrever las costuras de un realizador aplicado, en ocasione sensible, dentro de la amplia pléyades de artesanos que Hollywood mantuvo entre la llegada del sonoro, y su desplome en la década de los sesenta, periodo en el cual se insertó en el medio televisivo. Hasta entonces, su trayectoria siguió más o menos pareja a la de su hermano, a la hora de firmar pequeñas películas, enclavadas en ese ámbito de la América rural, en el que su hermano Henry, albergó una amplísima sucesión de grandes títulos. Aunque no siempre, Louis trabajó en el seno de la 20th Century Fox, brindando pequeñas producciones dentro de dicho ámbito, dotadas de no poco encanto -GREEN GRASP OF WYOMING (1948), FRENCHIE (1950)-.

ROAD GANG (1936) pertenece, sin embargo, a un periodo previo de King, inserto en la vertiginosa producción de la Warner Bros, en la que se vieron inmersos, cineastas tan valiosos como Raoul Walsh, William A. Wellman, en aquel tiempo Mervyn LaRoy o, en menor medida, Michael Curtiz. Todos ellos destacaron no solo por la implicación que describieron en esos proyectos, sino que, en su febril modo de filmación, acumularon casi sin descanso, una serie de títulos, que han pasado en sus mejores exponentes, al devenir de la historia del cine, sobre todo, consolidando una producción de conciencia social, por lo general expresada dentro de un género -el de gangsters- al que contribuyeron a engrandecer, casi hasta sus límites. En buena medida, la película que comentamos se inserta dentro de dicha corriente, aunque su propia duración -poco más de una hora-, delata su consideración de serie B dentro del estudio; su propia ausencia de estrellas, ratifica dicho enunciado. No obstante, ello no quiere señalar que nos encontremos ante un producto carente de interés, antes al contrario. Es cierto, que la película prolonga la presencia de notables títulos precedentes del estudio, relatando no solo la corrupción inherente al sistema judicial norteamericano, extendida a la crueldad en el trato del sistema penitenciario. Estamos hablando de referentes como el valioso HELL’S HIGHWAY (1931, Roland Brown) -este de la RKO-, o los posteriores y más célebres I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932. Mervyn LeRoy) y, a mi juicio, el mejor de todos ellos, THEY WON’T FORGET (1937, Mervyn LeRoy). Es decir, nos encontramos en un vibrante caldo de cultivo, donde el cine americano y, sobre todo, la Warner, se habían implicado al transcribir la realidad lacerante y tortuosa de una sociedad como la norteamericana, que aún sufría los estragos de la Gran Depresión, y en donde la figura del delincuente, era contemplada relativamente con simpatía, aun encontrándonos como en esta ocasión, con un relato rodado con el código Hays severamente implantado. Ello, parece ser que conllevó una serie de revisionismos, sobre el guion inicial -el primero que acreditó en su larga y accidentada carrera como tal- escrito por el posteriormente célebre Dalton Trumbo -esa concesión al happy end deviene, definitivamente, poco creíble-. Sin embargo, creo que esa misma consideración de relato de escasas pretensiones, es la que quizá permitiera que ROAD GANG llegara a buen puerto, dentro de la política de estudio auspiciada por la Warner.

ROAD GANG se inicia en el seno de la redacción de un periódico de Chigago, donde su director señala a unos de sus trabajadores, la importancia de una historia que acaba de recibir, en la que se pone en tela de juicio la honorabilidad de un político de gran ascendente y turbios manejos -J. W. Moett (Joe King)-. El relato, de inmediato, se traslada al entorno lleno de precariedad del autor del reportaje, el joven periodista Jim Larrabie (Donald Woods), que vive junto a su fiel amigo Bon Gordon (Carlyle Moore Jr.), en un pequeño apartamento, lleno de deudas a su propietaria. Un telegrama del editor del rotativo lo llevará hasta Chicago, no sin antes anunciar la buena nueva a su prometida, la joven y acomodada Barbara Winston (Kay Linaker), familia de George Winston (Henry O’Neill), quien por otro lado mantiene una peligrosa relación con el mencionado Moett. Muy pronto, se publicarán en Chicago los primeros artículos de denuncia firmados por Larrabie, quien será tentado por Moett para ocupar parte de su staff en su futura carrera política, encontrando la rotunda negativa de este.

Ello hará que tanto Moett como incluso George, inicien una campaña contra el periodista y su fiel amigo, siendo detenidos y encarcelados por la policía, atendiendo ordenes de superiores, y de manera nada justificada. El azar hará que sean metidos en una celda en la que se encuentra un delincuente de violentas maneras, que se fugará con ellos de la misma, iniciando una huida en la que los dos jóvenes se verán involucrados involuntariamente, en el reguero de muertes de este delincuente, que finalmente será abatido por los agentes del orden. Será un grave incidente, en el que estos serán involucrados, interviniendo en ello las malas artes de Winston, aleccionado por Moett, buscando mediante el abogado que les proporciona, que se declaren culpables, bajo la falsa promesa de una leve condena de seis meses. La realidad será mucho más dura, siendo condenados a cinco años de trabajos forzados, sufriendo tanto Jim como Bob en carne propia, la casi insoportable crueldad de unos métodos penitenciarios, en los cuales ellos mismos han quedado señalados por superiores, para que los sobrelleven con especial dureza. Será un ámbito casi insoportable para el joven amigo del protagonista, e incluso este no podrá llevar a cabo, con la ayuda de su novia, trasmitir una crónica a su periódico, en la que denuncie el horror que están viviendo, tanto él como el resto de reclusos. Como quiera que esta intención es interceptada por los superiores de la cárcel, Jim será enviado a las atroces condiciones de trabajo de una mina. Mientras tanto, su novia y su superior de prensa presionarán al fiscal del distrito, el cual se personará en el entorno de aquella prisión, lo que motivará a sus responsables a dar la orden de una muerte accidental del periodista, que se generalizará con una ofensiva general de todos los presos que trabajan en la mina, quienes finalmente se revelarán contra sus carceleros, solidarizándose con el joven periodista, injustamente condenado.

No es difícil concluir que, en una película de poco más de una hora de duración, que goza de un ritmo trepidante, es posible que aparezcan estereotipos. Es algo lógico, pero que, de manera paradójica, beneficia a este tipo de producciones, en la medida que son degustadas casi como ráfaga de metralleta y, lo que en primera instancia serían una serie de tópicos sobre la materia, ese sentido de la inmediatez, es el que proporciona la oportuna efectividad a su conjunto. Es cierto, veremos a una joven e injustificada víctima, de aspecto All American Boy y de modales mucho más educados que aquellos que le rodean. Es un recurso efectivo, en una película que funciona sublimando toda una serie de lugares comunes que, por otro lado, no impiden la eficacia de aquellos instantes que se erigen por su especial fuerza dramática. Hablamos de la efectividad de esa larga persecución policial, hacia el vehículo que comanda con su pistola el temible delincuente que se ha fugado con los dos protagonistas. En el cinismo del abogado defensor -encarnado por el siempre siniestro Edward Van Sloan-, a la hora de propiciar que los jóvenes caigan en la trampa que este les brinda. En la crudeza de la vida del campo de prisiones, de la que cabría destacar ese plano en el que los presos beben como bestias en un abrevadero, la propia dureza descriptiva de los reclusos picando piedra, o de dos momentos de especial crudeza. El primero, contemplar a Jim torturado en pleno patio, atado de las manos y ubicado encima de un tonel, apoyado en las plantas de sus pies. El segundo, más terrible aún, el desesperado intento de huida de Bob, que finalizará con su muerte en la valla electrificada -un plano de su austero ataúd de madera, sobre el que veremos el rostro hundido de Jim, supondrá un sensible contraste de dolor a dicha muerte-. Finalmente, revestirán una notable sensación claustrofóbica, el episodio descrito en el interior de la mina, donde los presos se hacinarán como bestias, transformando un intento de eliminar a Jim, en una concienciación de todos ellos, incluso eliminando la casi segura ejecución de los guardas. Unos pasajes realmente angustiosos, en los que se articulará la catarsis de un relato tan simple como efectivo. Tan físico como directo, pleno exponente de una corriente de especial creatividad y compromiso para el cine USA.

Calificación: 3

DANGEROUS MISSION! (1954, Louis King) Nieves traidoras

DANGEROUS MISSION! (1954, Louis King) Nieves traidoras

Contaba Charles Bennett a Pat McGilligan en una entrevista inserta en el imprescindible libro Backstory, el desastre que supuso la puesta en marcha de DANGEROUS MISSION! (Nieves traidoras, 1954. Louis King), que Irvin Allen orquestó para una RKO ya en su periodo de decadencia. Aunque en el guión aparecieran nombres como W. R. Burnett, Horace McCaoy y el propio Bennett, que fue captado a última hora –según sus propias manifestaciones; Bennett no parecía ser un hombre en exceso modesto-, para intentar dar sentido a una historia que se les iba de las manos, y que el propio director consideraba encaminado a la hecatombe. Historias como estas han alentado la leyenda de Hollywood, sobre todo cuando a partir de un rodaje caótico y desastroso, han surgido films míticos –CASABLANCA (1942. Michael Curtiz) sería el ejemplo más recurrente-. Pero cierto es que en esta ocasión esa carencia de lógica, más bien cabría calificarla como la consecuencia un producto de serie B, en el que el atisbo de rutina deviene considerable, y contra la que no pueden los oficios del hermano del gran Henry King, más dotado en algunos títulos suyos que he podido contemplar, para tratar temáticas cercanas al mundo relajado y bucólico comunes a su propio hermano, siempre para la 20th Century Fox.

DANGEROUS MISSION! tiene, para su desgracia, el mayor grado de interés, en sus minutos iniciales, y también en los de conclusión. Cierto es que nos encontramos con un relato que apenas alcanza los setenta y cinco minutos de duración, y que sus aspiraciones no son muchas. En realidad, su nudo argumental se centra en la búsqueda por un lado y la protección por otro, de la joven Louise Graham (Piper Laurie) que ha sido testigo del asesinato de un líder mafioso a manos de un esbirro de un gang opositor, en la acción ejecutora de Johnny Yonkers (Kem Dibbs). Esta huirá hasta Canadá temerosa de ser asesinada, refugiándose en el Glacier National Park, en la frontera con Canadá. Conociendo el espectador la situación de partida, la acción pronto se focalizará en la llegada del misterioso Matt Hallett (Victor Mature) a dicho parque, del que muy pronto se nos hará notar que porta un arma –aspecto que detectarán los guardas del parque-, integrándose en la fauna humana que se encuentra en el hotel de dicho parque. En efecto, allí se encuentra Louise, acompañada de un sofisticado fotógrafo de un magazine –Paul Adams (Vincent Price)-, que galantea con esta, pero al mismo tiempo es deseada por la joven y hermosa hija de un indio que se encuentra buscado por un crimen. Este será el contexto en el que se desarrollará un relato que si destaca en algo es por el pobrísimo diseño de personajes, y por una acción que avanza a trompicones, detectándose en ella esa querencia por el cine de catástrofes, que constituirá su más conocido y discutible tinte de gloria en la aportación cinematográfica de su productor.

Pese a esa pobreza generalizada, lo cierto es que el inicio del film de King se inicia de manera muy atractiva. A la presencia de unos títulos de crédito con el fondo de rayos de tormenta, que parecen preludiar un film de terror, el film tendrá su apertura con una secuencia espléndida, planificando de manera muy atractiva el crimen sobre el que girará la acción. La manera con la que la víctima toca al piano una melodía, que pronto es combinada con el punto de vista del asesino mientras desciende los peldaños de la escalera al compás de la misma, hasta que culmina su encargo, siendo visto inesperadamente por Louise, supone un episodio de modélica ejecución, que tendrá su continuidad en la reunión que los responsables del crimen –brillante el detalle del asesino tocando la melodía que entonaba al piano el hombre que acaba de matar-. Allí, en un sillón de espaldas al público, tanto el asesino como su superior encargarán a un personaje que no veremos, la búsqueda y eliminación de la testigo que puede resultar peligrosa para sus intereses. La propia disposición de la secuencia, ya predispone al espectador avezado a desconfiar del hecho de situar a Hellet como el villano dispuesto a liquidar a la testigo. A partir de ese momento, el metraje de DANGEORUS MISSION! se consume en una sucesión de episodios y peripecias, algunas atractivas como la de la avalancha –debilidad que demuestra la temprana querencia del productor Allen por el cine de catástrofes-, otras más formularias como el incendio que unirá en su lucha a Hallet y Adams, hasta llegar al obligado desenmascaramiento de la auténtica personalidad de los dos principales personajes masculinos, llevándonos a un episodio final que logra elevar el sopor previo, desarrollado en el glacial, y en donde dentro de sus convencionalismos se logra alcanzar un cierto grado de tensión, entre el peligro que representa discurrir por esos macizos de hielo que esconden en su interior inmensas grietas capaces de engullir a cualquiera que por ellas se interponga.

Envuelta en todo momento en una sucesión de convencionalismos, desaprovechando el elemento de utilizar la figura del indio solo como un elemento casi turístico, con algunos instantes realmente percutantes –aquel en el que el padre de la joven india cae por un inmenso barranco tras los disparos recibidos, evitando con ello que su personaje sea resuelto con la necesaria complejidad-, lo cierto es que el film de Louis King adquiere con el paso de los años algunos aspectos que se tiñen de añoranza. Es algo que representa su pintura visual en ese Technicolor tan singular propio de la RKO de aquellos años en decadencia –aunque en su seno se encontrara el imponente díptico final de la obra langiana en USA-, la juventud y belleza de una juvenil Piper Laurie, los esfuerzos inútiles o la prestancia y capacidad de Vincent Price para resultar elegante o maléfico casi de un plano a otro –de destacar es la manera con la que se le entrega un revolver para resolver la eliminación drástica de Louise-. No es mucho el bagaje, pero la verdad es que la cosa no daba para más.

Calificación: 1’5

GREEN GRASS OF WYOMING (1948, Louis King) [Los verdes prados de Wyoming]

GREEN GRASS OF WYOMING (1948, Louis King) [Los verdes prados de Wyoming]

Sencilla en sus pretensiones, GREEN GRASS OF WYOMING (1948, Louis King) deviene una tan modesta como agradable producción de la 20th Century Fox. Agradable es quizá el adjetivo que mejor le cuadra a una película que no pretende más que narrar una historia tan intrascendente como sensorial, contraponiendo en su discurrir una sensación de placidez, bajo la que destila ese casi imperceptible –y al mismo tiempo tan opuesto- tránsito de la adolescencia a la senectud. Podría ser este el resumen a extraer de esta apenas conocida película del desconocido y prolífico Louis King –hermano del gran realizador Henry King, uno de los baluartes de dicho estudio-, que sigue el sendero de títulos previos como HOME IN INDIANA (1945, Henry Hathaway), o la muy cercana THE YEARLING (El despertar, 1946) –esta para la Metro Goldwyn Mayer-. En estos y otros títulos, se combinaba esa visión bucólica del despertar a la adolescencia, ligando este espíritu dentro de una repercusión con el mundo animal, y aunando con ello una mirada sin duda peligrosa, al lindar la misma por el terreno de la sensiblería. Por fortuna, no es el caso del ejemplo que nos ocupa, que supone el cierre de una trilogía de adaptaciones cinematográficas de novelas de Mary O’Hara, ambas centradas en idénticos personajes. No he visto ninguno de los títulos precedentes, pero lo cierto es que GREEN GRASS… me ha supuesto una grata sorpresa. No en la medida de encontrarme ante un producto deslumbrante –que no lo es-, pero sí en la de disfrutar de la pequeña crónica que, de forma paralela, nos brinda el empeño del joven Ken McLauglin (Robert Arthur) por convertirse en un experto en el mundo del caballo, y al mismo tiempo granjearse la estima de su padre –Rob (Lloyd Nolan)- en dicha faceta. Para ello se gastará un dinero que había ganado en una venta, comprando una yegua que su progenitor no aprueba, pero con la que deseará competir en las carreras anuales de su localidad. Al mismo tiempo, el adolescente descubrirá las sensaciones  que le brindará  su –primera- relación amorosa con la joven Carey Greenway (Peggy Cummings), que hasta entonces ha sido su compañera de juegos y vivencias, en un nuevo marco de relaciones que contará con la desaprobación del abuelo de esta –Beaver (Charles Coburn)-, competidor de los McLauglin.

A partir de este marco argumental, el film de King destacará en primer lugar por la magnificencia con la que se plantea el uso de un vibrante technicolor, utilizando a fondo la baza de la belleza paisajística, y logrando además una excelente combinación de secuencias de un claro matiz westerniano –ese espléndido episodio de la búsqueda del caballo que ocasiona la fugas de yeguas, por parte de diversos rancheros al galope, hasta llegar a un hermoso valle-, con otras en la que ese espíritu queda matizado por la presencia de elementos que actualizan su relato –las secuencias en la que se encuentran presentes vehículos-. En dicha extraña combinación, la película obedece a una extraña mixtura de Americana y un precedente de ese neo western, que años después sería practicado en la pantalla con un tono más melancólico o incluso trágico –el ejemplo ofrecido por referentes como THE MISFITS (Vidas rebeldes, 1961. John Huston), LONELY ARE THE BRAVE (Los valientes andan solos, 1962. David Miller) o HUD (Hud, el más salvaje entre mil, 1963. Martin Ritt), entre otros-. Y es que unido a ese leve, sensible e incluso entrañable conflicto humano, la película combina su razón de ser con la insólita historia amorosa propiciado por el hermoso caballo blanco Thunderhead, perteneciente a la cuadra de los McLauglin, escapado de su rancho, y causante en su vagar de la fuga de numerosa yeguas pertenecientes a diversos propietarios, entre las cuales destacará la recién comprada por Ken, que se convertirá en su auténtica enamorada. De forma casi sorprendente, la película logra hacer creíble esta relación amorosa entre los animales, intercalándola con acierto en la ficción que relata la película. Lo hará favoreciendo ese componente casi mítico propiciado por los dos caballos –a los que finalmente Ken logrará dar captura tras una tenaz persecución-, demostrando en primera instancia su especial sensibilidad para el manejo de los mismos. Merced a ese episodio de rescate, el relato mostrará una secuencia tan insólita y al mismo tiempo revestida de dureza, como la caída de la yegua perseguida en medio de un barrizal, mientras el blanco caballo lucha contra una manada de lobos.

Pero más allá de este protagonismo de los dos animales –un aspecto que en ningún momento molesta en el metraje-, GREEN GRASS… muestra una especial delicadeza en ese tránsito a la adolescencia de los dos jóvenes –Ken y Carey-, por medio de pequeños y sencillos episodios, como la pelea en el granero –donde ambos descubren ese erotismo latente que por vez primera emerge en sus miradas-, la placentera sensación de asistir a un baile por parte de la pareja de adolescentes –pese a los reparos de la muchacha, que lamenta haber discutido con su abuelo-, en el que no desean que su disfrute se interrumpa. Ese paso a un nuevo ámbito de madurez, es contemplado en la pantalla con una mirada comprensiva por parte del muchacho, mientras que será peor recibido por parte del abuelo de ella. Beaver se mostrará reacio –quizá mostrando un comprensible egoísmo al intuir que su nieta va a introducirse en un nuevo episodio vital que a él lo relegaría en su cariño-, intentando abandonar su incidencia en la bebida y, aunque le cueste asumirlo, acercarse a ese nuevo mundo descubierto por su nieta, mostrándose amable con el joven Ken, a quien indirectamente ayudará cuando se enfrente con la casi imposible curación de su yegua una vez la ha rescatado de la ciénaga en la que ha permanecido tanto tiempo.

Todo este conflicto emocional y generacional, tendrá su culminación en el desarrollo de esas carreras en las que competirá el veterano Beaver y el joven Ken, suponiendo las mismas para Carey un auténtico dilema emocional, ya que el premio es disputado por dos personas a las que quiere. La película mostrará ese episodio final con una rara perfección, combinando la emoción y entusiasmo de los personajes que apoyan a los dos contendientes –que muy pronto destacarán en las diferentes carreras convocadas-, por medio de una magnífica filmación de una secuencia, que no solo lograrán apasionar al espectador y no mostrarse como un fragmento desgajado, sino que me atrevería a señalar que la realización de estas adquirirá un tinte revolucionario –teniendo en cuenta el periodo de realización del film-, con unos modos narrativos que incluso utilizarán el uso de pertinentes –y entonces novedosos- zooms y teleobjetivos. En definitiva, GREEN GRASS OF WYOMING adquiere en su extraña y al mismo tiempo coherente formulación, en esa asumida sencillez que en no pocas ocasiones es prueba de fina sensibilidad, y que nos remite a una película pequeña, pero que en su propia y humilde condición, atesora los suficientes elementos de verdad cinematográfica, para permitirle emerger de ese ostracismo a la que ha estado condenada, y del cual solo ha emergido en reciente edición en DVD, bajo el título de LOS VERDES PASTOS DE WYOMING.

Calificación: 2’5