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CINEMA DE PERRA GORDA

Rod Lurie

RESURRECTING THE CHAMP (2007, Rod Lurie) [El último asalto]

RESURRECTING THE CHAMP (2007, Rod Lurie) [El último asalto]

Dentro de una andadura que ha abordado el cortometraje, el largo –hasta la fecha ha rodado únicamente seis largometrajes, entre 1999 y 2011- y una especial dedicación al medio televisivo de calidad, no puedo dejar de manifestar una cierta debilidad hacia la figura del norteamericano –nacido en Israel- Rod Lurie (1962). Una simpatía que se basa en el moderado buen sabor de boca que mantenía de su título quizá más celebrado –THE CONTENDER (Candidata al poder, 2000), y a la que habría que unir su capacidad para reactualizar el precedente de la peckimpaniana STRAW DOGS (Perros de paja, 2011), en una película que me temo no fue valorada en sus estimables cualidades.

Dicho esto, me enfrentaba con curiosidad y al mismo tiempo cierta inquietud con RESURRECTING THE CHAMP (2007) –jamás estrenada comercialmente en nuestro país, tan solo exhibida en el festival de Cine de Las Palmas, y editada digitalmente bajo el título EL ÚLTIMO ASALTO-. Una combinación de curiosidad, intuición y temor, por incurrir en una historia que se prestara a un cierto ámbito ternurista. Por fortuna, ello no sucede, y pese a la minoritaria acogida que la película obtuvo en USA en el momento de su estreno –apenas recuperó en todo el mundo poco más de tres millones de dólares de los trece que se estimó tuvo como presupuesto- propone, como es habitual en las propuestas cinematográficas de Lurie que he tenido ocasión de contemplar, una conjunción de elementos entrelazados entre sí, que unido a una narrativa caracterizada por su funcionalidad incluso serena, permite que bajo su discurrir se entrecrucen una serie de subtramas y elementos de alcance psicológico, que en su conjunto confluyen en un relato que quizá en ningún momento aparezca como apasionante, pero en alguno de ellos alcanza un considerable aura de emotividad.

RESURRECTING THE CHAMP nos relata la historia del joven Erik Kernan Jr. (Josh Hartnett). Un joven atractivo y emprendedor que, de entrada lo tiene todo para triunfar. Sin embargo, en su interior se encuentra siempre presente la sombra del éxito que mantuvo en vida su padre –ya fallecido por cáncer de garganta-, un mítico locutor deportivo. Separado de su esposa y padre de un pequeño de seis años, comparte trabajo con la misma en una empresa periodística para la que no ceja en trabajar sin descanso, sin que ese empeño se vea reconocido, en donde su superior –Ralph Metz (Alan Alda)-, no duda en manifestarle su mediocridad y falta de inspiración, llegando incluso a dejar de publicar no pocas de sus crónicas. Acuciado por una situación que en un futuro cercano le vería abocada al despido, Kernan llegará a coquetear con los responsables de una revista para poder entrar en la nómina de la misma. Sin embargo, le falta esa gran historia que hiciera valer ese grado de inspiración que, pese a todo, según le ha marcado Metx y, sobre todo, sostiene en su interior él mismo, le hiciera consolidarse en sus posibilidades como tal escritor periodístico. Poco antes de producirse esta circunstancia extrema, una noche ha contemplado la pelea que un grupo de jóvenes desalmados ha mantenido con un veterano vagabundo al que intentará socorrer, e incluso ayudará económicamente. Sin él saberlo, el viejo vagabundo –Samuel L. Jackson- le confesará que se trata del reconocido y veterano boxeador Bobby Satterfield, al que todo el mundo daba incluso por muerto. Viendo que en ello se esconde una historia de enorme calado emocional, sus encuentros con este se prodigarán y, siempre contando con la anuencia del protagonista, irá elaborando una historia que trasladará a un magazine de enorme tirada, sirviéndole todo ello como auténtico trampolín a la fama. Una fama que incluso le llevará a ser designado comentarista de boxeo del canal Showtime, pero que pronto se revelará efímera al comprobarse que la identidad de Satterfield en realidad era falsa, siendo en realidad otro púgil de menor entidad. Será ese el punto de inflexión en el que se pondrá en tela de juicio toda la pompa de jabón en la que Erik se había introducido –en ocasiones no sin ciertas reticencias-, sufriendo las consecuencias no solo de un descrédito profesional sino, por el contrario, el vislumbre de una nueva mirada ante el hecho afectivo que hasta entonces ha ido rodeando su vida. Ello tanto en la relación que ha mantenido con la esposa de la que se encuentra separada, las fantasías plenas de vanidad que ha inoculado a su hijo y, sobre todo, esa insalvable losa que para él ha supuesto siempre la sombra de ese padre con el que nunca sintonizó.

El atractivo de RESURRECTING THE CHAMP proviene de varios factores. De un ladola más que habilidosa interrelación que en el relato ofrecen todos estos elementos temáticos, dejando entrever a su trasluz un tema por lo general tratado en los otros dos títulos que hasta entonces he contemplado del cineasta; una mirada crítica en torno a la fugacidad del éxito en la moderna sociedad norteamericana. Bien fuera en los protagonistas de la citada STRAW DOGS, en la jurista de THE CONTENDER, o en el joven y atractivo periodista que encarna con mucha más soltura de lo habitual Josh Hartnett. Lurie mantiene en su sencilla plasmación narrativa, la suficiente destreza para insertar en segundo término, elementos y aspectos que inciden en dicha vertiente. Aspectos como esas banderas americanas que ondean en algunas de las plantas bajas. Esa tentación por el éxito que ofrece al joven y en esos momentos exitoso periodista la provocativa directiva de Showtime –Andrea Flack (insinuante Teri Hatcher, al tiempo que enormemente lúcida dentro de su mezquindad, en la conversación que mantendrá con nuestro protagonista cuando este culmine su primera experiencia como locutor pugilístico)-, la facilidad con la que en esa sociedad competitiva se puede pasar del éxito al fracaso, el recelo de aquellos profesionales veteranos, incapaces de ver progresar a aquellos a quienes han tenido bajo su manto –el ejemplo que brinda Metz al ver el inesperado triunfo de Kernan-.

Todo ello conforma un conglomerado de matices, que son trasladados a la pantalla con un considerable sentido de la lógica dramática, al tiempo que aplicando una puesta en escena que huye por completo de cualquier tentación sensacionalista –incluso en aquellos momentos en los que su argumento podría ser proclive a ello-, encauzándolo sin embargo, dentro de una dialéctica revestida de sencillez, en una puesta en escena transparente, que sabe utilizar con acierto la pantalla ancha –en ocasiones utilizando planos de leve oscilación-, sabiendo mostrar la debilidad que en un momento determinado caracterizará al joven periodista al caer en esa mentira que ha asumido profesionalmente de forma inesperada –en ocasiones, me recordó el inolvidable Danny Ciello de la excelente PRINCE OF THE CITY (El príncipe de la ciudad, 1981. Sidney Lumet); la secuencia en la que los compañeros de su pequeño hijo le recriminan su mentira es reveladora a este respecto-.

Sin embargo, con ser interesante todo ello, que duda cabe que el principal aliciente que ofrece el film de Lurie, reside en la entrañable química que se ofrece entre ese boxeador hundido en la miseria de la vagancia, y el joven que lo encuentra y ve en él la posible solución a sus problemas laborales e incluso existenciales. A ello contribuirá una magnífica labor de un Samuel L. Jackson que parece estar revestido de comodidad en su rol del viejo, desahuciado y mentiroso boxeador, arropando al joven Hartnett, que junto a él describe uno de los trabajos más solventes de su carrera como discreto y limitado intérprete. Esas conversaciones entre ambos. Esa búsqueda de una sinceridad buscada por dos seres que, pese a las enormes diferencias que expresan su aspecto interior, plantean dentro de sí más elementos que los unen suponen, en suma, la esencia de una película que personalmente me ratifica en el interés nada desdeñable de un director, al que desde su condición de asumido artesano, ofrece en su cine no pocas cosas para aquel que las quiera ver, y además desde un prisma a ras de tierra, partiendo de seres a los que trata con auténtica entidad como tales.

Calificación: 3

STRAW DOGS (2011, Rod Lurie) Perros de paja

STRAW DOGS (2011, Rod Lurie) Perros de paja

Estoy convencido que desde el mismo momento en que se anunciara este remake de la película de Sam Peckimpah STRAW DOGS (Perros de paja, 1971), no fueron pocos los que lanzaron el grito en el cielo cuando alguien se atrevió a retomar una película –de base literaria-, de un director tan “intocable” como, bajo mi punto de vista, sobrevalorado. Y es precisamente esta una de las producciones sobre la que se sustenta la –a mi juicio- excesiva mitología establecida sobre un hombre de cine en ocasiones interesante –eso es innegable- pero mucho más irregular de lo que se le suele reconocer, y al que sus constantes enfrentamientos con las productoras y su aura de malditismo, quizá le permitió mantener un aura que, preciso es reconocerlo, se mantiene en ciertos sectores hasta nuestros días. Un aura que, también he de reconocerlo, no comparto, lo que no me ha impedido disfrutar en ocasiones de su cine aunque, en el mismo he podido detectar en muchas más ocasiones de las deseables una serie de elecciones visuales que, además de alejarme de sus mejores cualidades, estoy convencido nunca le hubieran sido perdonadas a otros cineastas despojados de ese bálsamo fílmico.

Dicho esto, y aún reconociendo que la versión 2011 de STRAW DOGS (Perros de paja) filmada por Rod Lurie apenas ha suscitado un especial interés, al menos tampoco ha sido objeto de una enconada y generalizada ira, lo cual a mi modo de ver puede reflejar que algo de interés podría albergar esta actualización de una historia que, lo reconozco, asumió en su momento uno de los films de Peckimpah que menos interés suscitaron en mí –reconozco de antemano la necesidad de una revisión para ratificar dicho enunciado-. Es por ello, que pendiente de dicha revisión, de antemano señalo que la cercana versión de STRAW DOGS no solo me parece un título apreciable considerado en sí mismo, sino superior al mitificado film de Peckimpah –bajo mi punto de vista tan sobrevalorado y pobre cinematográficamente como otros supuestos “mitos” de aquel periodo, como DELIVERANCE (Defensa, 1972. John Boorman)-. De antemano, la adaptación y cambio de personajes me parece inteligente, situando en esta ocasión la historia en torno al joven y vacilante matrimonio formado por David (un estupendo James Marsden) y Amy Summer (impecable Kate Bosworth). Él es un considerado guionista pendiente de un trabajo relacionado con la batalla de Leningrado, que condicionó el final de la II Guerra Mundial, decidiéndose trasladarse a la localidad de Blackwater, en el Sur de USA –en concreto, en Mississipi-, en donde David pueda proseguir con tranquilidad en sus trabajos, al tiempo que sirva de reencuentro con el entorno de la infancia de su esposa. Muy pronto, aquella repentina placidez se tornará en una sinuosa y creciente espiral de elementos inquietantes, que más adelante revelarán su claro matiz violento, propios de un contexto rural, represivo y puritano.

Para cualquier persona que en su momento se acercara al referente previo de Peckimpah, cierto es que el seguimiento del de Lurie –del que recuerdo con agrado su drama judicial THE CONTENDER (Candidata al poder, 2000), sería recibidas con no pocas anteojeras-. Es por ello que la mejor manera de apreciar las cualidades que alberga esta nueva versión, podrían centrarse de entrada en la adecuada actualización de su entramado dramático, en donde dos jóvenes procedentes del mundo cinematográfico y televisivo, se encuentran en una actualidad sureña –en lugar de la Inglaterra planteada en la versión anterior-, en la que el tiempo parece haberse detenido, y cuyos habitantes desahogan su mediocridad en la tasca de la localidad consumiendo cervezas, hablando sobre deporte apasionadamente, detectando ecos de la política internacional –los sutiles ecos sobre el Tea Party son contundentes, mezclando su integrismo religioso con el apoyo a su equipo de béisbol local, y con una visión de las relaciones sexuales en la que la figura de la mujer ejerce como mero objeto. Algo así debió suceder con Amy poco tiempo atrás, en la relación mantenida con el atractivo y arrogante Charlie (poderoso Alexander Skarsgärd), quien pese a la presencia de David, no dejará de mostrar su coqueteo en torno a su ex novia. Al mismo tiempo, la cuadrilla de Charlie ha sido contratada por David para reparar el granero de la casa de campo en donde van a establecer su residencia, lo que no supondrá más que la piedra de toque del crescendo dramático de la película.

De antemano, STRAW DOGS ofrece una narrativa solvente, despojada de la suciedad de la de Peckimpah, sin que ello vaya en menoscabo al sustrato dramático de su argumento. Desde la manera como con pequeñas pinceladas se nos va mostrando la inseguridad de la nueva pareja, el carácter pacífico de David, el contraste de su sumisión a la moda de la ciudad, en contraste con la regresión existente en ese sur que han elegido como residencia, Lurie se toma su tiempo para trabar un completo entramado de aspectos y elementos, sin duda más “limpios” que en el film precedente, pero acertados en su actualización, e igualmente adecuados en su aplicación visual. No cabe duda que ese proceso en el que el civilizado y mesurado guionista se convertirá, merced a un contexto de horror, en una bestia del mismo calibre de cuantos le asaltaron –ganando por utilizar en contra de ellos su superior capacidad intelectual-, se encuentra graduado de manera casi ejemplar, partiendo de vacilaciones en sus respuestas, en su aceptación a situaciones que le resultan poco gratas –las insinuaciones del ex novio de Amy, las molestas preguntas del entrenador sobre sus zapatillas sin cordones-. Ayudado por la sutileza mostrada por el siempre infravalorado Marsden –al que su atractivo físico le impide ser reconocido en su valía, cosa que no sucede a estrellas de mucho menos calado interpretativo y similares características, como DiCaprio o Matt Damon-, irá conformando una creciente corriente de inestabilidad en la que, justo es reconocerlo, hay un episodio que chirría, dentro de un conjunto bastante armonizado. Me refiero al que refleja el partido de fútbol americano, en donde tanto el montaje como su expresión visual rompe con el tempo adquirido hasta entonces, aunque justo es reconocer sirva como preludio para la catarsis posterior. En dicho episodio, se contempla además un elemento que no tendrá un ulterior desarrollo dramático, como será el asesinato accidental de la joven hija del agresivo entrenador, de manos del joven retrasado mental al que la muchacha siempre se ha acercado. Pese a estar filmado de manera magnífica, -un plano nos muestra los pies inertes de esta-, ya muerta por asfixia al ser sujetada violentamente por este al escuchar los gritos de búsqueda, que sin duda culminarían con su linchamiento, la situación en realidad no tendrá más consecuencia dramática que la huída del joven retrasado, sin que en ningún instante posterior ninguno de los personajes sepa que la joven ha sido asesinada.

A pesar de esta laguna argumental –que sin duda hubiera permitido una supuesta justificación de la actuación de los violentos energúmenos que se situarán en torno a la vivienda de David y Amy, protegiendo al joven a la espera de la presencia de la justicia y en prevención de un linchamiento-, lo cierto es que el fragmento final de STRAW DOGS deviene revestido de la máxima tensión, y al mismo huyendo de innecesarios efectismos –los que contemplamos, se encuentran insertos sin gratuidades-. Sin embargo, por encima de estos puntos fuertes, y también de esas carencias o ciertos maniqueísmos que definen algunos de sus personajes –por ejemplo, el irascible entrenador que encarna el veterano James Woods-, a mi juicio los dos elementos más valiosos del film de Lurie se encuentran en esos planos iniciales –que describen el casi fantasmal paraje sureño de los pantanos, o secuencias tan inquietantes, como las que nos muestran a David enfrentado en solitario a su debut en la caza, precisamente dentro de dichos marcos físicos, aunque esos instantes se encuentren tamizados por unas, a mi juicio, incómodas elecciones de montaje alterno de situaciones. Su otro elemento subversivo, proviene en esa implícita comparación de modelos de masculinidad –los representados por parte de David y Charlie- que se establecen, más que en su referente cinematográfico, en una insospechada pugna como tal relevancia a la hora de erigirse como machos en un contexto que, en última instancia, se tornará ritual. En definitiva, y sin ser una película de las que perduren en la memoria, he de reconocer que la versión 2011 de STRAW DOGS me parece uno de los remakes más dignos propuestos por el cine mainstream en los últimos años, al margen de un modelo de cómo actualizar sin traicionar, un film y un texto de base preexistente.

Calificación: 2’5