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CINEMA DE PERRA GORDA

Sam Bischoff

THE LAST MILE (1932, Sam Bischoff) La casa de los muertos

THE LAST MILE (1932, Sam Bischoff) La casa de los muertos

La enorme riqueza que supuso en el cine norteamericano el periodo Precode, ha permitido en los últimos años, el valioso redescubrimiento de títulos dominados por su desarmante vigencia, que durante décadas permanecieron casi ignorados. Obras que podían insertarse en la comedia, en dramas donde destacaron personajes femeninos caracterizados por su personalidad activa, rompiendo cánones bienpensantes, y dominados por una perceptible sexualidad. Junto a ellos, destacaron oscuros relatos, que hundían sus raíces en el drama de la Gran Depresión, insertando en ellos ficciones que podían ir desde crónicas criminales, hasta títulos insertos en el subgénero carcelario, invocando un alto grado de denuncia social. En dicho ámbito podríamos reseñar magníficas aportaciones de cineastas como William A. Wellman o un Mervyn LeRoy en su mejor momento. Pero junto a estos y otros nombres que perduran en la memoria de cualquier aficionado, podemos situar la breve pero retunda aportación del olvidado Roland Brown o, como ha sucedido en este caso, la inesperada sorpresa que supone THE LAST MILE (La casa de los muertos, 1932), la única obra como realizador, del que se convertiría muy pronto en experimentado productor Sam Bischoff (1890 -1975), de cuya filmografía como tal, se pueden destacar, títulos tan inolvidables –y distanciados en el tiempo- dentro del cine criminal, como THE ROARING TWENTIES (1939, Raoul Walsh) o THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson)-.

THE LAST MILE, rodada dentro de un ámbito de clara Serie B –estudio pobre, escasos escenarios, reparto apenas conocido, escueta duración-, aparece como una película tan modesta como rotunda, que traslada la obra teatral de John Wesley –adaptada de nuevo en 1959 por Howard W. Koch en THE LAST MILE (Silla eléctrica para ocho hombres), que no he podido contemplar hasta la fecha, aunque de la que no carezco de buenas referencias-. Sin embargo, asistimos a un relato que rezuma al mismo tiempo, sequedad, verismo, denuncia de la injusticia de la pena capital, sin por ello dejar de hacer sentir al espectador, el aura opresiva del puñado de seres que ocupan las celdas de ese asfixiante “corredor de la muerte” de una prisión, a la que ha sido trasladado el joven Dick Walters (Howard Phillips), tras ser condenado a muerte por un crimen que ha cometido. Con encomiable economía de medios, unido a una planificación que potenciará el dramático instante de su condena, nos trasladará a dicha sala, vigilada por agentes penitenciales caracterizados por su rudeza e insensibilidad. Con Dick, el espectador se trasladará a un recinto sombrío, y dominado incluso por lo siniestro, en el que los presos de las celdas, dan casi por descontados los minutos que les restan, para sufrir en sus carnes las condenas a la silla eléctrica que les han sido aplicadas. Allí Walters será el recluso “número cinco”, en ese oscuro y casi irrespirable microcosmos, del que se erigirá como inesperado líder John Killer Mears (un joven Preston Foster). Se trata, sin duda, del condenado con una personalidad más fuerte y combativa, en medio de esos hombres casi acabados. Desechos de una sociedad que ni siquiera sabe ya que existen, y que solo esperan un aplazamiento, para intentar robar unas horas, unas fechas al reloj que se encuentra colgado en una de las paredes del recinto. Será una referencia que servirá inesperadamente a Dick, para recordar tras el desmayo que le produce contemplar el traslado de un compañero de celda a su último destino –asistido por un rabino que encarna el siniestro Edward Van Sloan-, las circunstancias que le llevaron hasta allí. Un flashback descrito con la misma contundencia que el resto del relato, en el que comprobaremos como una serie de azarosas circunstancias, le condenarán como culpable del asesinato casual de su socio, en el que la inesperada llegada de dos asaltantes a la gasolinera de ambos, culminará con dicha muerte.

Una vez retornada la acción al opresivo recinto, este se centrará a horas antes de llegarle el momento de su ejecución, intentando encontrar un vano hálito de esperanza. Recibirá igualmente auxilio religioso, tras el cual Mears aprovechará el momento parea iniciar una inesperada rebelión, que liberará a los reclusos, y tomará como rehenes a los guardias, que serán encerrados en una celda. Será el inicio de un fragmento en el que la tensión ser transmutará en una larvada violencia, donde Bischoff jugará con verdadera pertinencia con el off narrativo o el uso de las sombras –admirable el aporte en los contrastes lumínicos, por parte de Arthur Edeson-, para intentar soslayar la presencia activa de los crímenes que se producirán y que, de manera paradójica, potenciarán esa sensación de claustrofobia existencial, en la que se convertirá la parte final de la película. La crueldad de sus imágenes. La sensación de asistir a un pathos casi irremediable, solo tendrá un contrapunto cuando de manera accidental quede herido de bala Dick, lo que hará reflexionar a John que, en un momento de lucidez, se inmole ante las balas de los vigilantes, que han horadado uno de los muros del recinto.

THE LAST MILE resalta en su sobriedad dramática, centrándose en la angustia de los rostros de los reclusos, o incluso en la incapacidad del bondadoso alcaide de la prisión, de poder llevar a cabo sus deseos, cuando entre los guardianes retenidos se encuentra su propio cuñado. Esa espiral de angustia, no impedirá que Bischoff centre su narrativa, insertando audaces movimientos de cámara, o jugando con la escenografía y el uso de las sombras. Es evidente que nos encontramos con un producto que sigue transmitiendo ese grito de angustia. Esa sensación de soledad y desamparo, sin que ello evite mostrar una mirada edulcorada sobre la propia configuración de los reclusos, a los que se describe sin embargo como tales exponentes, sin atender los hechos por los que fueron condenados, y entre los que podremos detectar la presencia de ese condenado negro, que asume con condescendencia su condición de ser inferior.

No cabe duda que podemos ver en Bischoff a un muy interesante hombre de cine, del que solo cabe lamentar que esta obra de debut no tuviera continuidad. Quedémonos con el aura trágica y claustrofóbica, de unos seres que en buena medida, están donde están, proscritos por la sociedad, quizá debido a los propios resquicios que esta misma sociedad deja por el camino. Se trata de una obra triste, casi de aura espectral de sus momentos más intensos, que no solo se integra con personalidad propia en ese tipo de cine. Explosivo en su brutalidad, física y latente, y que conjugaba dicha formulación visual, con una capacidad analítica, que sobrepasaba el ámbito meramente discursivo, logrando hacer extensibles los matices psicológicos de una galería de personajes, que sobresalen de los riesgos del estereotipo, para alcanzar vida propia.

Relato duro, sin concesiones, ascético y desesperanzado, es cierto que a THE LAST MILE le perjudica esa forzada concesión al Happy End, dejando con vida al joven e injustamente condenado Dick. Ello no impide dejar de poner en valor la contundencia de una película que merece ocupar un lugar de cierta preferencia, dentro de una corriente tan propia de su tiempo, como mantenida hasta nuestros días con admirable vigencia.

Calificación: 3’5