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CINEMA DE PERRA GORDA

LIGHTS OF OLD BROADWAY (1925, Monta Bell) Las luces de Broadway

LIGHTS OF OLD BROADWAY (1925, Monta Bell) Las luces de Broadway

Dentro de la lenta pero necesaria arqueología a practicar en torno al redescubrimiento del periodo silente, más allá de la triste realidad de constatar la desaparición de buena parte de dicha producción, y del hecho probado que el interés sobre este inolvidable periodo, actualmente se limita a unas escasas docenas de títulos, son cuatro los largometrajes que he podido visionar hasta el momento, de entre la veintena que conforman la filmografía del norteamericano Monta Bell (1891 – 1958) iniciada a mediados de la década de los años 20, y culminada dos décadas después. LIGHTS OF OLD BROADWAY (Las luces de Broadway, 1925) supone el séptimo de sus títulos, y pese a su general desconocimiento alberga a mi juicio considerables elementos de interés.

La película se inicia cuando en el interior de un barco que se dirige hasta Nueva York se produce la adopción de dos huérfanas bebés hermanas pequeñas, en el seno de sendas familias contrapuestas. Una de ellas será acogida en la adinerada familia de Rhonde, mientras que la otra formará parte de los O’Tandy, un humilde colectivo de irlandeses. Ambos residirán en ese Nueva York que comienza a consolidarse como gran ciudad, ejemplificando con ello los contrastes de una nueva sociedad, en la que la fuerza de su inmigración y una nueva burguesía sea representada en el devenir de estas dos hermanas gemelas, a las que el destino ligará sin que ellas conozcan la relación que las une -un elemento que lamentablemente se desaprovecha en la película-. Pasarán varios años desde que se produzca esta situación inicial, y la acción se divide en la vida acomodada de la joven Anne (al igual que su hermana gemela, encarnada por Marion Davis), en el contraste con la modestia y la vulgaridad que caracterizaré el entorno de su hermana Laly, que convive junto a sus padres adoptivos al borde de la miseria en un extrarradio newyorkino, casualmente propiedad de Lambert de Rhonde (Frank Currier), el padre adoptivo de Anne, también caracterizado en sus orígenes irlandeses. Debido a esta carencia de medios, Laly decidirá incorporarse como cantante y corista en el poco recomendable teatro de Tony Pastor. Hasta allí recalará un día el joven Dirk (Conrad Nagel), hermanastro de Anne, quedando impresionado de inmediato por Laly -en ningún momento la película dejará entrever la perversa posibilidad que ello se deba a lo que le podría recordar a su hermanastra-.

A partir de ese momento LIGHTS OF OLF BROADWAY no se erige, como su título podría indicar, en una crónica en torno a los primeros pasos de uno de los emporios teatrales del mundo. Por el contrario, y adelantándose a brillantes muestras descritas ya bien entrada la década de los años 30 -pienso sobre todo en la estupenda y vitalista LITTLE OLD NEW YORK (El despertar de una ciudad, 1940. Henry King)- optará por describir los orígenes tanto de Nueva York como del conjunto de grandes ciudades de los Estados Unido. Para ello, Monta Bell utilizará los estilemas contrapuestos del melodrama, la comedia -centrada esta en la adscripción de un humor muy irlandés-, la crónica de costumbres, y cierta querencia por relatos ‘cualunquistas’ -con referencias que podrían ir desde el Charles Chaplin de THE KID (El chico, 1921), hasta recorrer un subgénero que tendría un notable ejemplo en la inmediatamente precedente LITTLE ANNIE ROONEY (La pequeña Anita, 1925. William Beaudine)-. Lo cierto y verdad es que nos encontramos ante una producción de William Randolph Hearst -distribuido por Metro Goldwyn Mayer-, al servicio de su protegida Marion Davies, a la que se proporcionarán los dos roles protagonistas, aunque el relato incida de manera muy especial en el desarrollo de la ordinaria, aunque honesta, Lily.

A partir de estas premisas, LIGHTS OF OLD BROADWAY atesora en su andadura ciertos agujeros -entre ellos, el señalado desaprovechamiento de la propia circunstancia de las dos hermanas separadas que desconocen su parentesco-, pero ello no evita que en su conjunto nos encontremos ante un fresco dominado por el vitalismo, en un argumento que aunará la presencia episódica de un Teddy Roosevelt niño, o los propios inventos de Thomas A. Edison, que confluirán en la película en el ensayo de las calles de Nueva York del primer experimento con luz eléctrica, que sustituirá de la noche a la mañana al gas en la misma, y ejercerá como elemento de rápida mutación económica. Esta circunstancia permitirá de manera inesperada traer la riqueza a la humilde familia O’Tandy y estará a punto de llevar a la ruina al banco que dirige el patriarca de los hasta entonces adinerados de Rhonde. Para ello, Bell articulará una puesta en escena dominada por la ligereza y el dinamismo y, en no pocos de sus mejores momentos, por esa visión optimista del modo de vida de los irlandeses -no olvidemos que las dos familias protagonistas atesoran raíces en dicho país-.

Es por ello que, pese a esos ciertos desequilibrios ya señalados, la película destaque en ese joie de vivre al que ayudará una planificación dominada por un predominio de planos fijos -estos solo se abandonarán en sus episodios más corales- descritos por un oportuno dinamismo en su montaje. Con ello, la película ondeará desde su plasma melodramático; el romance de Dirk con Lily, al que Conrad Nagel proporciona una notable sensibilidad, y en el que la Davis despliega su torrente de vitalismo -no exento de ciertos excesos histriónicos-. Un aura esta, en la que observaremos ciertas referencias a ‘Romeo y Julieta’ en el enfrentamiento de las dos familias en litigio, y en la que no faltarán apuntes de tinte realista -esa lenta panorámica que describirá el mísero entorno de barracones donde malvive la familia de Lily-, en el que se insertarán episodios que combinan al mismo tiempo la dureza y una cierta querencia por el slapstick -la batalla campal que se brinda entre los irlandeses contra el sector que comanda Lambert de Rhonde.

Cercana en no pocos de sus momentos con el espíritu del folletín, lo cierto es que lo mejor de LIGHTS OF OLD BROADWAY reside en esta oportuna mezcla de elementos y situaciones, que permite que pasemos de largo sus convenciones para atender y disfrutar de ese torrente de vitalidad que despliegan sus imágenes. Los continuos desplantes de Laly -impagable ese gag cuando atiza en la cabeza a uno de los tripulantes del carro que han ido a desahuciarlos, o la divertida sucesión de incidentes previa en su visita a la fiesta de los de Rhonde, donde se mostrará incapaz de adoptar los finos modales de la burguesía que le rodea en el festejo-, el buen corazón del que hará gala simulando que no quiere a Dirk cuando escucha el diálogo que su hermana mantiene con él, al señalarle que se ha quedado sin futuro… O las divertidas peleas que protagonizarán Shamus O’Tandy (estupendo Charles McHugh), ese viejo, humilde y orgulloso cascarrabias irlandés, contra el atildado Lambert, que tendrán su catarsis en los minutos finales donde tras un auténtico combate decidirán hacer las paces.

Esa capacidad en la película de articular una mirada capaz de trasladarnos al contexto de una gran ciudad aún por construir, es la que proporciona su más alto grado de interés a un título tan olvidado como atractivo, en el que destaca la presencia de dos secuencias en las que se experimentó con acierto con un primitivo Technicolor. La primera describirá una actuación de Lily en el teatro de variedades donde trabaja, en el momento en que Dirk la conoce.

Mayor interés revestirá la segunda experiencia con este primitivo cromatismo, ya que se efectuará en el episodio más memorable de la película, como lo supondrá el ya señalado ensayo con la iluminación eléctrica. Un bloque en el que confluirán todas las subtramas de la película -incluido un intento de atentado contra Lambert que Lily intentará abortar-. Sin embargo, allí encontraremos los esfuerzos de Dirk por esta nueva forma de iluminación, el anhelo de Edison, y el miedo del ya citado Lambert, consciente de que un avance de la electricidad supondrá su ruina en su apuesta por el gas, como así sucederá. Será en la confluencia de todos estos sentimientos e intereses, donde se articularán los instantes más hermosos de LIGHTS OF OLD BROADWAY. Tras el oscurecimiento de la calle atestada de público, y los momentos de tensión en los que Lily ofrecerá un ganchillo de su pelo para que la turbina funciones, la luz eléctrica se hará realidad -adornada por el impactante, primitivo y ya señalado Technicolor-, ante el asombro de los presentes. Y entre ellos, por encima de los protagonistas, destacará la capacidad de Bell con la pintura de caracteres, al mostrar la conmoción de dos de sus humildes habitantes. Por un lado el anciano encargado hasta entonces de encender y apagar las farolas, quien verá de repente su oficio como parte del pasado, y de otro esa anciana -maravilloso primer plano sobre su rostro- que instantes antes del milagroso avance del progreso, señalaba que había merecido la vida aunque solo fuera para contemplar ese momento.

Calificación: 3

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