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CINEMA DE PERRA GORDA

L'ATALANTE (1934, Jean Vigo)

L'ATALANTE (1934, Jean Vigo)

Personalidad mitificada en una cinematografía como la francesa –todos sabemos en que país surge el término chauvinismo-, la figura de Jean Vigo emerge como una especie de precedente en realizador a lo que supuso un James Dean como intérprete en el cine norteamericano de los 50. Nos encontramos ante un artista inquieto y libre, integrado en las corrientes vanguardistas que discurrían en la Francia de aquellos años treinta y fundamentalmente y para el terreno que nos incumbe, un realizador en el que se intuían una serie de rasgos de estilo que no pudieron tener la necesaria continuidad dada su prematura desaparición en 1934.

L’ATALANTE (1934) supuso su prematuro testamento cinematográfico –solo había realizado otro largometraje el año anterior -ZERO EN CONDUÏTE (1933)-, que incluso llegó a dejar inacabado con su muerte –le película finaliza de forma abrupta pero esa conclusión curiosamente deja muy buen sabor de boca-. Su resultado pronto se erigió como objeto de culto dentro de la cinematografía francesa, y francamente resiste el paso del tiempo como un ejemplo de cine fresco y vitalista, con numerosos hallazgos de realización y dejando un notable reguero de influencias posteriores.

L’ATALANTE encierra en su metraje una anécdota realmente mínima. Su discurrir se inicia con la boda entre Juliette (Dita Parlo) y Jean (Jean Dasté), capitaneando el segundo enseguida una barcaza que lleva el nombre que lleva el título del film. En su viaje por el río se suceden diversas estampas impresionistas aunque el argumento de base sea realmente casi inexistente. Ese aparente estabilidad se romperá cuando Juliette viaje hasta la ciudad, Jean resentido decida adelantar el viaje con el barco. Su mujer retornará y no verá ya el barco, sufrirá un robo y se perderá entre la ciudad. Por su parte Jean intentará de forma romántica recuperar a su esposa, pero será finalmente el omnipresente Jules (el gran Michel Simon) quien la encuentre y pueda recomponer la pareja de enamorados al tiempo que recuperar la estabilidad de la vida diaria del barco.

Es evidente que Vigo no se planteó con su última realización recrear una historia sólida. Por el contrario L’ATALANTE destaca en su capacidad de observación, su propia irregularidad, el entrañable regusto de comedia que sobrelleva en todo su metraje, su inocencia, la imaginativa utilización del fondo sonoro y, en su conjunto, por la inventiva visual que despliega en todo momento, revelando una intuición cinematográfica que sin lugar a dudas de haber prolongado su trayectoria hubiera permitido uno de los valores más sólidos de la cinematografía gala. Ya desde sus primeros instantes, con una sucesión de planos descriptivos y la estampa del desfile de esa atípica boda, nos abre la mirada a un film singular. Con un extraño aire de comedia el joven matrimonio subirá a la barcaza y se suceden los planos de la novia en medio del mar con su bello traje blanco. Es evidente que Jean Vigo marcaba una poderosa impronta, que tenía a la cámara como un elemento ante el que había que comportarse incluso sin respeto –es notorio el desprecio que hacia ella marcan unos personajes que en no pocos momentos se acercan e incluso sobrepasan el encuadre-.

L’ATALANTE está lleno de influencia del slapstck del cine cómico mudo, incluye incluso algunos momentos “bizarros” –esas manos del amigo muerto de Jules que se conservan en un tarro-, pero sobre todo destaca por una determinada “poesía visual” –y es difícil decir la palabra “poesía” al hablar de cine sin miedo de caer en un tópico perezoso-. Es en este terreno donde la mirada del realizador se despliega en muchos momentos; la marioneta que Jules muestra a Juliette en su camarote, la constante presencia de gatos en el barco, el entrañable personaje del vendedor ambulante y hombre orquesta que se despide por la mañana en pleno puerto de Juliette –uno de los momentos más hermosos y libres del film- o esa búsqueda desesperada de Jean a su esposa nadando en las aguas del río para ver si logra ver a la persona a quien ama –tal y como ella le había asegurado en los primeros minutos de la película-, integrándose en la pantalla la imagen de ella con su hermoso traje de boda.

Finalmente será por medio de una canción evocadora de su estancia en el barco, con la que Jules encontrará a Jean y la recuperará para su esposo y enamorado de forma sencilla y sin dramatización alguna. Es evidente que a Vigo le interesaban las sensaciones antes que el respeto a un guión preestablecido. También es obvio que de esta película surgen numerosas influencias posteriores. Desde las comedias costumbristas del gran Jacques Becker y los inicios de Jacques Tatí –DÍA DE FIESTA (Jour de fête, 1949)-, hasta detalles concretos como el caminar de Jean por el río con la marea baja que estoy seguro François Truffaut retomó para su inolvidable conclusión de LOS CUATROCIENTOS GOLPES (Les quatre cents coups, 1959). Es indudable en este sentido que L’ATALANTE es una película que impactó, dejó escuela y resulta francamente estimulante. No obstante, de forma muy personal y aún a riesgo de parecer sacrílego me quedo con el entrañable sentido del humor desarrollado por Alexander Mackendrick en LA BELLA MAGGIE (The Maggie, 1954), y no pueda resistirse a la comparación y predilección con el romanticismo de los grandes títulos de Frank Borzage en las postrimerías del cine silente. Entre ambas vertientes no dudo en valorar las cualidades de esta obra póstuma de Jean Vigo, aunque ciertamente no las sitúe entre mis pasiones cinematográficas.

Calificación: 3

1 comentario

Mpmx -

Gran crítica y estupendo blog. Un saludo.