BOMBAY TALKIE (1970, James Ivory) [Pasaje a Bombay]
Sorprende comprobar el injusto olvido que caracteriza a la obra del norteamericano James Ivory, siempre de la mano del productor y pareja sentimental suya, Ismail Merchant. De suponer en la segunda mitad de los ochenta y primeros noventa, el epítome de un cine culto, basado en adaptaciones literarias, y bastante cercano a la qualité británica, con el paso de los años se ha dispuesto al anaquel de un cine ya nada recordado, por más que a Ivory la academia de Hollywood lo premiara con el Oscar al Mejor Guion Adaptado en 2017, con la adaptación que brindara de la novela de André Aciman, para la extraordinaria CALL ME BY YOUR NAME (Idem, 2017. Luca Guadadigno).
Por ello, resultaría interesante revisitar una filmografía, que a mi modo de ver atesora don gemas casi consecutivas como HOWARDS ENDS (Regreso a Howards Ends, 1992) y THE REMAINS OF THE DAY (Lo que queda del día, 1993) y que incluso entre sus últimas obras se encuentra la magnífica THE WHITE COUNTESS (La condesa rusa, 2005). Sin embargo, no es menos cierto que la parcela menos frecuentada de su obra se cita en los primeros exponentes de la misma, iniciada en los primeros años sesenta, antes de que en 1975 comenzara a llamar la atención con la interesante THE WILD PARTY (Fiesta salvaje, 1975). BOMBAY TALKIE (1970) supone su cuarto largometraje, inserto en un periodo donde, dada su relación con el hindú Merchant, rodaba películas en la India, y a partir de ellas incidiera en repetidas ocasiones en el contraste de mundos que, bastantes años después, le brindaría HEAT AND DUST (Oriente y Occidente, 1983).
Rodada por Ivory -también guionista junto a la estrecha colaboradora Ruth Prawer Jhabvala- bajo producción de Merchant, por propia confesión a partir de su cercanía a la pareja protagonista -Shashi Kapoor y Jennifer Kendal, ambos marido y mujer en la vida real-, y ofreciendo una mirada, entre distanciada y trágica, en torno al universo del cine de Bollywood, del cual el primero era entonces una de sus estrellas más destacadas. La película muestra las cartas y el ingenio de su propuesta; un plano general del perfil de Bombay en teleobjetivo, retrocede trasladando por momentos la impresión de un grabado e introduciéndonos casi de inmediato en la realidad cotidiana de la ciudad, donde se insertarán con originalidad los títulos de crédito, ubicados con grandes y coloristas lienzos a modos de antiguas carteleras. Será el punto de partida de la llegada de la joven y mundana escritora Lucia Lane (Jennifer Kendal), que atesora un cierto éxito como tal, varios matrimonios a sus espaldas e incluso una hija, y que acude a la India para intentar la adaptación cinematográfica de una novela, e interiormente atraída por la fascinación occidental ante el exotismo del país. Pronto va a suscitar el cariño de un guionista de Bollywood, en realidad poeta -Hari (Zia Mohyedin)-. Sin embargo, la novelista quedará fascinada por el joven y atractivo galán cinematográfico Vikran (Shashi Kapoor), dando de lado e incluso utilizando al primero, con el único objetivo de acercarse al actor. Este se encuentra casado con una joven que busca desesperadamente darle la descendencia deseada. La personalidad caprichosa e inmadura de la escritora provocará la ruptura con el galán, decidiendo formar parte del séquito de seguidores de un grotesco gurú. No obstante, la añoranza marcada entre esta y el actor -que se encuentra iniciando una cierta decadencia en su carrera- permanecerá vigente, hasta que ambos reinicien de nuevo una relación, que no hará más que confirmar una deriva destructiva, culminada con tinte trágico para el degradado actor.
En las ya señaladas declaraciones formuladas tiempo después por el trío de artífices de la película, señalaban su intención de plasmar un relativo desmonte de los propios clichés de la producción de aquel cine popular en aquellos años, por lo general centradas en melodramas muy superficiales y restrictivos en su expresión sexual, que utilizaban las canciones como expresión de sentimientos. Y algo de ello se percebe en esta atractiva y demasiado olvidada película, que desprende sobre todo una considerable mala uva, pero al mismo tiempo brinda una mirada revestida de melancolía y no poca delicadeza, en torno a los cuatro personajes que delimita el relato. De entrada, tras la brillantez de sus títulos de crédito, la película en sí misma se inicia con la presentación del trio protagonista, en un remarcable plano secuencia, descrito en el interior de los estudios donde se rueda un musical protagonizado por Vikran, que tiene como escenografía una gigantesca máquina de escribir. Por momentos, parecemos retrotraernos -incluido el cromatismo que en todo momento brinda el operador de fotografía Subrata Mitra- al sentido escenográfico del Jerry Lewis en THE LADIES MAN (El terror de las chicas, 1961), al tiempo de ofrecernos una especie de preludio de un número similar interpretado por el gran David Bowie en el magnífico musical inglés ABSOLUTE BEGUINNERS (Principiantes, 1986. Julian Temple). Dicho alarde estilístico y escenográfico, será el marco ideal para trazar de inmediato la enfermiza y contradictoria relación entre la escritora, el apuesto e ignorante galán, y el ocasional guionista y poeta.
Será el punto de partida de una comedia dramática que, personalmente, considero tuvo su punto de inspiración en uno de los éxitos del Swining London, como fue DARLING (Darling. 1965) de John Schlesinger. Desde las influencias que asemejan los títulos de crédito de ambas producciones -por más que el film de Schlesinger se rodara en b/n-, hasta la configuración de ambas protagonistas femeninas -sendas mujeres caprichosas, y destructivas desde su altavoz de la fama-, enredando en su seno una serie de variadas peripecias, y la atracción paralela de dos hombres, que en la comedia dramática protagonizada por la allí oscarizada Julie Christie estaban encarnados por Dirk Bogarde y Lawrence Harvey. Curiosamente, si bien en ambos títulos se incorporaba un inesperado elemento trágico -aunque en el film de Ivory en una secuencia determinada se adivinará dicha égida-, se centra en ambos casos en diferentes personajes.
A partir de esa evidente influencia, lo cierto es que BOMBAY TALKIE acierta a la hora de mostrar una mirada vitalista en torno a la realidad y los contrastes de dicha ciudad. Las enormes diferencias de clase, la fascinación emanada por su cultura. Ello incluso tendrá un sarcástico elemento en el episodio donde la caprichosa e inestable protagonista se integre dentro de los acólitos de un chirriante gurú, en lo que constituye una disolvente mirada en torno al refugio que estas en ocasiones cuestionables figuras, ejercen sobre todo ante crédulos occidentales que viajan a India en la búsqueda de un reseteo espiritual.
Dotada de un notable ritmo, de unos cuidados diálogos, acertando al alternar los elementos de comedia con otros dominados por el drama planteado, en el fondo, ante unos protagonistas dominados por la soledad y la incomunicación, la película alberga bajo mi punto de vista sus instantes más valiosos, en esas secuencias intimistas, donde sus protagonistas desnudan sus sentimientos y se sinceran en sus inquietudes. En las inseguridades de esa escritora siempre deseosa de que todo se haga según sus deseos. En la falta de personalidad en un actor exitoso, de nula cultura y considerables limitaciones personales. En el creciente dolor de ese guionista/poeta que no puede evitar ser manejado por Lucia. O, finalmente, en la fiel esposa del actor, que sobrelleva con creciente sufrimiento la infidelidad de su esposo, hasta finalmente decidir abandonarle. Por todo ello, quizá el tramo final del relato, revestido de melancolía -ese paseo nocturno de los tres protagonistas en un coche descapotable adornado de globos, de claras reminiscencias fellinianas-, encierra una gradación de la película hacia una atmósfera irrespirable que, culminará de manera abrupta con su inclusión en el terreno de la tragedia.
En todo caso, hay un momento especialmente revelador en la película, tras la visita de Vikran y Lucia a una antigua amiga del primero, dotada de poder adivinatorios. Le leerá la mano a la escritora, y evitará revelarle lo que ha detectado. A la salida de la vista, ella insistirá a su amante que le revele lo que la adivina se ha negado a decirle. Será el momento en que el actor le confesará; “Hay mujeres que, sin ser malas, provocan daño a su paso”. La entraña dramática de la película se encuentra encerrada en esta frase.
Calificación: 3