THE BARBARIAN AND THE GEISHA (1958, John Huston) El bárbaro y la geisha

No es la primera vez que me he referido -y comentado- a algunos de los títulos que forjaron una de las modas más populares del Hollywood en la segunda mitad de los cincuenta. Hablo de todo un ciclo de títulos que se centraban en historias desarrolladas en tierras orientales, daba igual que estos se insertaran en tiempos pasados o contemporáneos. De entrada, hay que señalar que fueron en general producciones que lograron un gran éxito popular en su momento, mientras que tiempo después fueron en líneas generales despreciadas por la crítica. Curiosamente, creo que el paso del tiempo ha tratado bastante bien este subgénero, en el que hay que señalar que quizá fuera la 20th Century Fox, el estudio que con mayor ímpetu se inclinara en dicha vertiente, con producciones tan atractivas, y al mismo tiempo tan opuestas, como podrían ejemplificar el noir HOUSE OF BAMBU (La casa de bambú, 1955. Samuel Fuller) o el drama romántico LOVE IS A MANY-SPLENDORED THING (La colina del adiós, 1955. Henry King).
Relacionado con este y otros exponentes, aunque centrando su base argumental en un argumento centrado en un hecho del pasado -lo que proporciona a su propuesta un entorno de film de época- nos encontramos con THE BARBARIAN AND THE GEISHA (El bárbaro y la geisha, 1958. John Huston). Hablamos de una película que, desde el momento de su estreno, parece atesorar a sus espaldas una aureola de malditismo o, peor aún, de rechazo generalizado que, mucho me temo, ha favorecido que durante décadas la película haya permanecido prácticamente sin el menor deseo de ser contemplada con la debida inocencia. La razón, es indiscutible, recae más que en sus propios resultados, en el hecho concreto de estar firmada por quien lo está, y erigirse prácticamente como un corpúsculo inusual de su filmografía.
Es cierto que en unos tiempos donde el cine clásico aparece casi un ámbito reducido al interés de unos pocos miles de personas, la figura de John Huston queda como uno de esos referentes casi apolillados, al objeto del interés de una parte de dicha cinefilia, y la relativa indiferencia de otra, que nunca le ha tenido en especial consideración. Personalmente, y desde mi relativo -no incondicional- aprecio a su figura, me atrevo a señalar que nos encontramos ante un título bastante más estimable de lo que se le ha venido a reconocer, y que al mismo tiempo lo sitúa a mi juicio a similar altura de otros exponentes de su obra que, por el contrario, considero bastante sobrevalorados. Me refiero a propuestas como la previa MOULIN ROUGE (Moulin Rouge, 1952) o la posterior A WALK WITH LOVE AND DEATH (Paseo por el amor y la muerte, 1969), que pese a sus limitaciones gozan de mayor predicamento, en la medida que aparecen más integradas en lo que se denominó un hipotético ‘mundo hustoniano’.
Por el contrario, el título que nos ocupa, de entrada, se encuentra ajeno por completo a los supuestos intereses que adornaron la filmografía de Huston. Pero, además, sobrelleva a sus espaldas el enorme enfrentamiento que el director y su protagonista, John Wayne, registraron no solo durante el rodaje, sino, de manera fundamental, con posterioridad del mismo, en el momento en el que nuestro director se dispuso a la preparación en tierras africanas de su siguiente película -THE ROOTS OF HEAVEN (Las raíces del cielo, 1958)-, lo que permitió a Wayne poder confabular en el estudio y eliminar secuencias ya rodadas, en las que Huston intentaba una serie de búsqueda visuales relacionadas por la personalidad e incluso la cinematografía japonesa -recordemos la presencia del director Teinosuke Kinugasa, dentro de un notable equipo de colaboradores nipones-, en detrimento de una querencia por la acción y la narración tradicional por la que apostaba Wayne. Fruto de este enfrentamiento, uno u otro renegó finalmente de la película, lo que permitió a los seguidores de Huston pasar página en lo que se suele señalar como uno de los “garbanzos negros” del primer periodo de su obra, que podríamos ubicar desde su debut hasta la llegada de los sesenta.
Cuando han pasado ya demasiadas décadas, y cuando incluso la trayectoria de su realizador aparece ya casi encaminada a un injusto olvido, convendría situar en su justa medida los aciertos -que los tiene- y los desequilibrios e incluso debilidades que alberga una propuesta como THE BARBARIAN AND THE GEISHA que, de no llevar la firma de Huston, estoy seguro sería acogida con mayor y más superficial benevolencia. Y es que, digámoslo ya, nos encontramos ante una tan irregular como pasable aportación a ese subgénero que aúna la reconstrucción histórica y el biopic, combinado con el aura de gran producción. En esta ocasión, su trama se desarrolla en tierras japonesas a mediados del siglo XIX, sirviendo como marco para la narración de las tribulaciones vividas por el diplomático norteamericano Townsend Harris (un John Wayne en ocasiones afortunado, en otras extraño en su papel). Alguien que, recibido desde una hostilidad inicial, finalmente fue el artífice de establecer los primeros lazos comerciales y diplomáticos, con un Japón hasta entonces cerrado en su milenaria cultura.
La película se articula a través del relato en off de Okichi (Eiko Ando), la geisha que articulará la humanización del protagonista y se enamorará abiertamente de él. Sus evocaciones serán las que sirvan como referencia, a la hora de dar vida a un relato que, caso de no haber sido firmado por Huston y, en su lugar, por un artesano de menos calibre, estoy seguro sería valorado con mayor aprecio. Es cierto que nos encontramos ante una película desequilibrada. En la que se percibe la constante lucha de las intenciones de Huston y las que finalmente delimitaron su resultado. En donde su mirada en torno al mundo nipón de mediados del siglo XIX -es casi paródica la descripción del joven emperador local-, aparece dominada por no pocos estereotipos. Y, sin embargo, pese a estos y otros inconvenientes, nos encontramos ante un argumento que se sigue con cierto interés, en base a diversas circunstancias. Una de ellas es la apuesta por la elipsis -varios de sus elementos dramáticos aparecen muy en segundo término o en el propio off narrativo; entre ellos, la determinante votación final. Otra, es ese intento de mirada en voz callada, buscando por lo general una cierta querencia por el intimismo que envuelve su conjunto y, en sus mejores momentos, le proporciona una cierta calidez. Fruto de ello lo ejemplifican sus emocionantes instantes finales -un único primer plano de Okichi hubiera cerrado la película de manera admirable-. Sin embargo, y pese a esos ya señalados esquematismos en torno a la mirada en torno a la cultura japonesa de su tiempo, THE BARBARIAN AND THE GEISHA destaca en una serie de búsquedas visuales que trascienden con mucho la recurrente -y por fortuna, no excesiva- presencia de folklore, y que tiene algunos de sus mejores muestras en secuencias desarrolladas en las acondicionadas dependencias del diplomático protagonista. También en las lujosas estancias del emperador japonés, que son mostradas con tanta delectación como sobriedad. No me cabe duda, llegados a ese punto, que ese equipo técnico local que atesoró el norteamericano debió tener una gran importancia en este aspecto -la pictórica iluminación en color de Charles G. Clarke resulta reveladora a este respecto-. Y unido a ello, no se puede dejar de destacar en esta película tan limitada como grata en su modestia el retrato que se ofrece del personaje del gobernador local. Ese Tamura encarnado con brillantez por el actor japonés Sô Yamamura, en cuya definición surgen una serie de matices hasta incluso sus trágicos giros finales que, por el contrario, se echan de menos en algunos otros roles del relato.
Calificación: 2’5
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