LARCENY (1948, George Sherman) Aves de rapiña

Dentro del periodo dorado del noir, se inserta una curiosa y sugestiva variante, que intercala en su ámbito temático, desde la mirada en torno a pequeños microcosmos y la presencia de estafadores, discurriendo en sus protagonistas roles dominados por el arribismo. Es el ámbito que puede englobar títulos en apariencia tan dispar como SHADOW OF A DOUBT (La sombra de una duda, 1943. Alfred Hitchcock), MILDRED PIERCE (Alma en suplicio, 1945. Michael Curtiz), NO MAN OF HER OWN (Mentira latente, 1950. Mitchell Leisen) o A PLACE IN THE SUN (Un lugar en el sol, 1951. George Stevens). Dentro de esta nómina, en la que podríamos incluir diversos otros ejemplos, hay que señalar que LARCENY (Aves de rapiña, 1948. George Sherman) no desentona en absoluto. Y conviene destacar las cualidades de esta brillante película, en la medida que supone una película totalmente desconocida, y al mismo tiempo reveladora del talento del enormemente prolífico George Sherman, a quien en los últimos tiempos se le está empezando a reconocer una cierta mirada personal dentro de su amplia producción en el western, pero al que convendría intentar concretar una visión retrospectiva del conjunto de su obra. Es muy probable que en ella no se oculte ningún logro absoluto. Pero al mismo tiempo, estoy convencido que en la misma abundan propuestas llenas de interés, siempre encauzadas dentro del contexto del cine de Serie B, o la presencia de repartos eficacísimos, pero por lo general al margen de las grandes estrellas.
LARCENY es, por tanto, uno de dichos exponentes, y no precisa demasiado metraje para sentar sus reales al describir el modus operandi del reducido grupo de estafadores que encabeza el nada escrupuloso Silky Randall (Dan Duryea, inapelable en estos roles). La película, producción de Universal, estudio que Sherman frecuentó de manera considerable, supone una adaptación de la novela de Lois Eby y John Fleming The Velvet Fleece, centrándose en la azarosa andadura del joven Rick Maxon (un joven y ya templado John Payne). Se trata del principal ariete del tinglado de estafas mantenido por Randall, quienes, junto a su otro ayudante, se verán en la tesitura de huir tras haber saqueado al dueño de un club de campo con una inversión fraudulenta. Pese al creciente hastío de Maxon, Silky ya le ha endosado otra misión; dirigirse hasta Mission City, una pequeña población californiana, y engatusar a la joven hija del potentado de la localidad, simulando que conoció a su esposo fallecido en combate, y a través de ello lograr tajada intentando una serie de inversiones inmobiliarias. En cualquier caso, hay algo que enturbia las relaciones entre los dos hombres. Se trata de la amante del jefe del gang -Tory (una sensual y jovencísima Shelley Winters)-, en realidad encaprichada de Rick, en una relación consentida por este, y de la que Silky sospecha.
Trasladado Rick a la ciudad, pronto logrará la complicidad del atolondrado recepcionista del hotel donde se aloja, al que engañará al decirle que fue compañero de contienda del desaparecido soldado. Ello pronto le llevará hasta Deborah (estupenda Joan Cauldfield) -en una estupenda secuencia, mientras este dirige unas inocuas palabras a unos muchachos, vislumbrándose entre ambos una inmediata atracción-. A partir de ese momento, todo discurrirá más o menos según los planes marcados por el cabeza del pequeño núcleo de estafadores. Sin embargo, lo que despliega en realidad este insólito cuento navideño -a la llegada al hotel, comprobaremos la presencia de ese abeto adornado- es, en última instancia, la imposibilidad de redención de un joven estafador sin especial maldad, que podría tener en sus manos la -complicada- voluntad de redimirse de un pasado adverso, intentando el amor de esta joven acaudalada que aún no ha logrado superar la muerte de su esposo tres años atrás en la contienda mundial. Dos soledades compartidas de diferente calado, en la que la figura del recién llegado supondrá todo un punto de inflexión para que Deborah supere su dolor, y para él la posibilidad de atisbar un mundo hasta entonces imposible.
Pese a encontrarnos ante un relato dominado por elementos recogidos de referentes previos -nada hay de malo en ello-, destaca en sus imágenes la convicción que le imprime Sherman. Resaltemos en sus primeros minutos el juego con la cámara al reencuadrar los personajes y las conversaciones que forman el mundo encabezado por Silky. Pero una vez trasladada la acción a Mission City, el director incide de manera muy especial en la pintura de toda una colectividad, que irán desde ese despistado y bonachón recepcionista, hasta las dos muchachas que no cejarán cortejar al recién llegado. Personajes todos ellos que permitirán la incorporación de un cierto elemento de comedia, en especial en esa provocativa secretaria del padre de la protagonista, en quien Maxon detectará de inmediato su ascendencia newyorkina; “Hueles a quinta avenida” le llegará a decir. Y es que otro de los valores de LARCENY -uno de los más evidentes- reside en la utilización de unos diálogos cortantes, y en algunos casos incluso demoledores, provenientes sobre todo de esa reducida fauna de delincuentes que se ciernen sobre un pequeño y adormecido microcosmos. En especial, estos se dirimen en las conversaciones establecidas entre los dos estafadores protagonistas y la insaciable Tory, capaz de burlan el destino que su amante le tenía destinado en La Habana, para residir en un desvencijado y oculto apartamento alejado de la población, desde donde prolongaría su relación con Rick.
En medio de ese constante enfrentamiento emocional entre una joven viuda que, literalmente, retorna a la vida, ante su llegada, y el influjo de la salvaje amante que no desea en modo alguno que lo abandone, se dirime la deriva emocional de un muchacho de apariencia dura, pero, en el fondo, dominado por una evidente inocencia emocional, muy bien trasladada tras la aparente imperturbabilidad del joven Payne. Algo que incidirá hacia Deborah en la secuencia del paseo nocturno de ambos, teniendo como fondo la ciudad o, sobre todo, en la emotividad que se desprende en la celebración de fin de año, donde de manera inesperada reaparecerá aquel hombre al que estafaron al inicio de la película. Serán pasajes que harán convencer a la viuda en edificar e instaurar una residencia para jóvenes, en la que la memoria de su mitificado esposo quedara inmortalizada, cumpliéndose los planes establecidos por los estafadores de alcanzar un botín de cien mil dólares.
Es cierto que el film de Sherman asume en su metraje ciertas carencias de guion -la escasísima presencia del padre de Deborah, la fugaz del veterano hombre de negocios estafado, solo presente para romper el hechizo de la celebración de fin de año-. Pese a dichos desequilibrios, los últimos minutos del relato reincorporan el aura malsana de ese grupo de estafadores y la insaciable actitud de Tory. En definitiva, el pasado hará imposible que Rick pueda encontrar el sendero de una nueva vida. Es más, en un momento dado, dejará las pautas preparadas, al objeto de que cualquier desviación de sus compañeros pudiera desalojarlos de su destino. “Elimina la hoja de esta semana de tu calendario”, le dirá a una desolada Deborah en los segundos finales, antes de que un fundido en negro culmine una de las conclusiones más sorprendentemente fatalistas y cortantes del cine de aquel tiempo.
Calificación: 3
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