A CAVALLO DELLA TIGRE (1961, Luigi Comencini) A caballo de un tigre
Dentro del devenir de la historia de la comedia cinematográfica, cada vez resulta más necesario un estudio global que analice uno de los exponentes más valiosos que dicho género albergó en Europa. Me refiero, por supuesto, a la denominada commedia alI’italiana, que tuvo su periodo de gloria entre 1955 y 1965, aproximadamente, coincidiendo temporalmente con el último periodo dorado de dicho género en Hollywood. Pocas semejanzas más albergaría con su homónimo norteamericano, ya que nos encontramos ante una rica vertiente, enormemente crítica en su mirada sobre los claroscuros de una sociedad italiana, que se encaminaba de su pasado fascista a un progreso desaforado, consumista y sin control. Una vertiente que en ningún momento dejó de lado el análisis sobre la personalidad tan singular del país, pero que no obstante su influjo se trasladó hasta la propia comedia española -una de nuestras corrientes cinematográficas más valiosas-. Aquel movimiento fue fruto de unos guionistas, actores y técnicos irrepetibles, que tuvieron en las realizaciones de Mario Monicelli, Pietro Germi, Luigi Comencini, Dino Risi o Antonio Pietrangeli, algunos de sus nombres más recordados. Sin embargo, el discurrir de más de seis décadas desde la presencia de dicho movimiento, si bien ha canonizado algunos de sus títulos, ha dejado muchos otros en un olvido mantenido casi, casi, desde el momento de su estreno. En el caso de la obra de Monicelli, se reconoce la justificada brillantez de I SOLITI IGNOTI (Rufufú, 1958) o la inmediatamente posterior LA GRANDE GUERRA (La gran guerra, 1959), pero se ignora por completo la consecutiva RISATE DI GIOIA (Llegan los bribones, 1960), que podría casi señalar como su obra cumbre. En el caso de Luigi Comencini, de quien se considera la clásica tragicomedia coral TUTTI A CASA (Todos a casa, 1960), pero al mismo tiempo se ha ignorado por completo la inmediatamente posterior -y a mi juicio aún superior- A CAVALLO DELLA TIGRE (A caballo de un tigre, 1961) que nunca, desde el momento de su estreno, gozó del menor reconocimiento.
Partiendo de un formidable guion del propio Comencini, junto a Monicelli, Agenori Increcci y Furio Scarpelli, esta tragicomedia se articula a través del relato en off de Giacinto Rossi (magnífico Nino Manfredi), un pobre desgraciado, casado y padre de dos hijos, que escribe a su abogado relatando una serie de hechos, intentando con ello encontrar la justificación de su representante legal. Ahogado por la miseria fingirá un robo de manera tan torpe, que le hará se encarcelado con tres años de condena. Allí solo ha logrado ser establecido como ayudante de enfermería y, esencialmente, ser considerado el tonto entre los presos. Pero cuando apenas le quedan diez meses de condena, se verá envuelto en el plan de fuga que están preparando el bruto Mario Tagliabue (sensacional Mario Adorf), el temperamental Papaleo (Gian Maria Volonté) y el correoso Socio (un Raymond Bussières de cierta ascendencia keatoniana). Pese a las reticencias del protagonista, su propia ignorancia le hará verse implicado en dicho plan que, contra todo pronóstico, culminará según lo previsto, aunque un error de cálculo ¡causado por unos higos secos! impidan que acuda el contacto femenino previsto para recibirlos en el exterior. Ello propiciará que la huida no suponga más que un cúmulo de penalidades, dejando finalmente solos en la misma a Rossi y Tagliabue. Sin embargo, cuando el primero se encuentra casi cara a cara con su esposa e hijos, comprobará con dolor que en su mundo habitual ya no hay lugar para él.
Desde el primer momento, acentuado con la extraordinaria y agresiva iluminación en blanco y negro de Aldo Scavarda, el espectador percibirá esa sensación acre de claustrofobia, delimitada en ese recinto penitenciario ruinoso y superpoblado, en el que los presos apenas sobreviven utilizando la picaresca, en una mirada que intuyo se planteaba como una variante tragicómica de la muy reciente y excepcional LE TROU (La evasión, 1960. Jacques Becker). Será el contexto -tras mostrarnos el patético episodio por el que Giacinto es encarcelado, tan grotesco, que la sonrisa queda congelada en el espectador-. De tal forma, la primera mitad de A CAVALLO DELLA TIGRE estará definida en ese tono de opresiva miseria, en el que se encuentran hacinados una serie de seres excluidos de una sociedad que se encaminaba a un periodo de progreso económico. Una de las grandes virtudes de la película, reside en la voluntad de no ocultar ni el pasado delictivo ni la brutalidad de los condenados, pero, al mismo tiempo, jamás olvidar incorporar en esa fauna humana de perdedores, un permanente atisbo de humanidad en sus comportamientos. Todo ello quedará articulado a través de una planificación de aparente simplicidad, con planos largos que aprovechan a la perfección la pantalla ancha, e utilizando con mano diestra la profundidad de campo para permitir el dinamismo desplegado por sus personajes, de manera especial en los preparativos de ese plan de fuga que se convierte en objetivo casi obsesivo para los protagonistas. Dicho proceso será descrito con una atmósfera revestida de brutalidad, al que el giro por la comedia no evita que el espectador sienta incluso el aroma y el hedor de esa hacinación de seres humanos que abarrota una cárcel de paredes casi ruinosas e instalaciones dominadas por la insalubridad.
Todo cambia a partir de la fuga de los cuatro protagonistas. Lo que hasta entonces se caracterizaba por su aura claustrofóbica, desde ese momento se transforma en una andadura colectiva que demuestra la torpeza de los fugados, aunque se prolongue entre ellos la sensación de erigirse en seres definidos como auténticos excluidos de la sociedad. Dominado por un fuerte dolor de dientes que, finalmente, deformará su cara, Mario estará a punto de violar a una joven e incluso asesinar a su pequeño hijo. Sucederá en una huida definida por las penalidades para sus componentes, que se irán disgregando, salvo este último y Giacinto. Todo ello nos va a permitir compartir situaciones donde lo dramático, incluso lo trágico, siempre va a ir acompañado por su contrapunto burlesco. Lo mostrará ese extraordinario episodio coral, donde de nuevo se reunirán los cuatro fugados, junto a la mujer preparada por Socio como contacto, en la que no faltará ni la madre de la novia de Papaleo, y que culminará con un intento colectivo de escapada, y la estúpida muerte de este al abrirse la cúpula de una sala de cine. No faltarán secuencias en las que lo tragicómico se expresará casi de manera dolorosa en torno a nuestros protagonistas, como el grotesco intento de beber agua en una laguna, que tendrán que soportar ver fumigada por una avioneta. O el plan de Tagliabue de lograr un rescate al retener a una niña que creen hija del dueño de un coche, hasta que descubran que la pequeña no tenía nada que ver con este -lo que permitirá unos instantes de cierto aliento poético por parte de Giacinto con la muchacha-.
Los minutos finales de A CAVALLO DELLA TIGRE son tan extraordinarios como dolorosos, sin ausentarse en ellos el matiz irónico, al tiempo que mostrando cierta piedad por los dos fugados. Contemplar como Rossi descubre que ya no cuenta para su esposa y sus hijos, que viven en un barracón con otro bondadoso hombre. O como Mario apenas puede contener su terrible dolor de dientes, escondido en un barco que parece un horno, solo tiene el contrapunto de dos seres absolutamente excluidos de la sociedad y, por tanto, unidos en una sincera fraternidad en esos momentos tan duros. Todo ello, en un bloque narrativo que debería quedar entre lo más auténtico, conmovedor y, al mismo tiempo, divertido, de una tragicomedia coral, que nunca, desde el momento de su estreno, gozó de reconocimiento alguno, y que no dudo en situar entre las mejores comedias de esa gran corriente que albergó el cine italiano, quizá en el mejor momento de su historia.
Calificación: 4