THIRTEEN WOMEN (1932, George Archainbaud) Trece mujeres
Que el cine americano sigue mostrando recovecos inexplorados en su pasado, lo demuestra el ejemplo que brinda la amplísima filmografía generada en Hollywood por el francés George Archainbaud (1890-1969). Una producción muy dilatada también en el tiempo, que se extiende en más de treinta y cinco años, desde los primeros pasos del periodo silente. Son pocas aún las películas suyas que se encuentran accesibles, siendo estas generalmente enmarcadas en los primeros años treinta durante su vinculación con la RKO. Y entre ellas, no cabe duda que su título más reconocido lo supone THIRTEEN WOMEN (Trece mujeres, 1932). A tenor de algunos otros exponentes de su filmografía que he contemplado -entre ellos, el muy posterior HUNT THE MAN DOWN (Un asesino inocente, 1950)- resulta bastante fácil intuir que una posibilidad de revisión de su filmografía, nos proporcionaría no pocas sorpresas.
Desde el primer momento, THIRTEEN WOMEN presenta las cartas de sus dos cualidades más relevantes. La primera, un extraordinario sentido de la concisión narrativa -nos encontramos ante una película de apenas una hora de duración, en la que no cesan de plantearse hechos y situaciones-. La segunda, una clara apuesta por la ambivalencia, en un relato que deja claro desde el rótulo inicial, señalar la decisiva importancia de la sugestión como elemento vector de comportamientos, pero que en no pocos instantes de su ulterior discurrir, incorpora destellos fantastique. Así pues, en esa insólita mixtura de propuesta psicológica, los ya señalados matices fantásticos y proceso policial, se encierra una propuesta trufada de posteriores célebres referentes hollywoodienses -David O’Selznick como productor, Max Steiner avalando su banda sonora, Leo Tover recreando su sinuosa iluminación en blanco y negro, o Irenne Dunne y Myrna Loy como protagonistas, en el inicio de sus respectivas carreras interpretativas-.
De entrada, una curiosidad, al parecer la película partía de una duración inicial de 73 minutos, siendo amputados 13 de ellos, lo cual incide en el hecho de que no aparezcan algunas de las trece mujeres a las que alude su propio título, en esta adaptación de una novela de Tiffany Thayer. Pese a dicha ausencia de metraje, o quizá mereced a la misma, lo cierto es que su desarrollo adquiere desde el primer instante una extraña aura de fascinación y, en sus mejores momentos, el aura mórbida de la cercanía de la muerte adquiere una presencia casi asfixiante. Lo cierto es que nos encontramos ante una historia desarrollada en lujosos ámbitos urbanos, protagonizada por mujeres de alta sociedad caracterizadas por su independencia y acusada personalidad -se trata de un relato precode-, que entronca en su desarrollo con la previa y excelente SUPERNATURAL (Sobrenatural, 1930. Victor Halperin), adelantando algunos elementos de la inmediatamente posterior -y superior- DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte de vacaciones, 1934. Mitchell Leisen) y la aún más lejana en el tiempo -y más irregular- THE AMAZING MR. X (1948, Bernard Vorhaus).
El relato se inicia con celeridad en el ámbito de un circo, donde casi de inmediato comprobamos el temor de una trapecista ante el escrito que le he remitido el vidente Swami Yogadachi (C. Henry Gordon). En él se le advierte el peligro inminente que corre su hermana y compañera del número circense. Pocos instantes después, el siniestro augurio se cumplirá ¿Destino o sugestión? En cualquier caso, el espectador se ve casi de inmediato imbricado en toda una montaña rusa de situaciones, servidas con una notable precisión narrativa, y ayudada de manera significativa por un muy dinámico montaje -obra de Charles LK. Kimball-. Dicha base narrativa y visual, permite en todo momento aflorar la que quizá aparezca como su mayor cualidad. Me refiero a la reiterada ambivalencia que desprende su metraje, en el que teniendo claro que se ofrece una clara apuesta por el poder mental de la sugestión, se tiene en muchos momentos la sensación de aparecer un aura sobrenatural e incluso una casi angustiosa sensación de cercanía de la muerte. A ello contribuye no poco la personalidad que describe una magnífica y muy juvenil Myrna Loy, encarnando a Úrsula Giorgi, la secretaria del vidente, en un rol dominado por un magnético misticismo oriental, que estoy seguro le sirvió de plataforma para encarnar, al año siguiente, a la sádica y lúbrica hija de Fu-Manchú en la igualmente notable THE MASK OF FU MANCHU (La máscara de Fú-Manchu. 1932. Charles Brabin). Y el contrapunto a esta hindú que años atrás se sintió humillada en la universidad donde compartió clases con la fraternidad de mujeres que ahora está contribuyendo a aniquilar -el elemento menos matizado del relato, quizá debido a la amputación de metraje-, lo ofrece la racional Laura Stanhope (magnífica Irene Dunne), mujer independiente con un pequeño a su cargo, que desde el primer momento se negará a creer en lo que considera supercherías, pero que poco a poco irá percibiendo el peligro de la inminente mortalidad, cuando en un supuesto aviso del vidente se le anuncie que en pocos días morirá su hijo. Será el momento en que ponga la situación en manos del sargento Barry Clive (un muy fresco Ricardo Cortez), momento en que la película adquirirá una cierta aura policial, sin por ello perder esa ambivalencia que caracterizará todo su discurrir.
Fruto de dicha singularidad. De su permanente oscilación entre lo claramente racional y los destellos de alcance sobrenatural, sobrevienen sus instantes más memorables. Serán, de entrada, todas aquellas secuencias de intimidación en la que aparezca Úrsula, destacando entre ellas la que se desarrolla en un atestado metro y provocará la muerte del vidente, tal y como había anunciado su profecía. Dicha vertiente tendrá su conclusión, precisamente, en los instantes finales descritos en un tren, donde esta hipnotizará y adormecerá a Laura e intentará matar a su hijo, aunque finalmente tenga que huir y prefiera sacrificarse antes que ser detenido, cumpliendo ese vaticinio, que inicialmente se planteaba inicialmente como mero señuelo…
No obstante, más allá de lo relativo a este personaje, hay dos pasajes que se erigen, a mi modo de ver, como lo más perdurable de la película. Uno de ellos es la secuencia casi sin sonido, parangonable al mejor cine de Hitchcock -en aquellos años consolidando su periodo británico-, en la que el pequeño hijo de Laura intenta acceder al balón que le ha regalado el chofer de la casa, ligado a los intereses de Úrsula, y que el espectador conocer esconde una bomba de potencia letal, destinada a asesinar al muchacho. Sin embargo, bastante antes se producirá su episodio más memorable. En su viaje en tren Helen Dawson (Kay Johnson), una de las más estrechas amigas de Laura y también amenazada por el vidente de su próxima muerte por suicidio, tendrá un encuentro con Úrsula. Tras él, la hasta poco antes segura Helen se verá amenazada por la propia pistola que conserva en su maleta -recuerdo de su difunto marido- como elemento de protección. La intensidad de la puesta en escena de Archainbaud logra transmitir al espectador la espiral en la angustia de una mujer que, casi sin pretenderlo, se verá hipnotizada por la presencia de esa arma que, de manera indefectible, acabará con su vida en off. Curiosamente, el planteamiento de este angustioso episodio, no deja de aparecer como un singular precedente de la tóxica relación planteada entre el ventrílocuo encarnado por Michael Redgrave y su diabólico muñeco en el episodio dirigido por Alberto Cavalcanti en la recordada, colectiva y muy posterior DEAD OF NIGHT (Al morir la noche, 1945. Varios)
Calificación: 3