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CINEMA DE PERRA GORDA

HOW TO MURDER YOUR WIFE (1965, Richard Quine) Como matar a la propia esposa

Aunque en su filmografía inmediatamente posterior quedarían dos títulos interesantes -el insólito y durante décadas casi inencontrable SYNANON (1965) y la infravalorado e igualmente apenas conocida comedia negra OH DAD, POOR DAD, MAMMA’S HUNG YOU IN THE CLOSED AND I’M FEELIN’ SO SAD (1967)- y algunos estimables y no desprovistos de interés, es evidente que HOW TO MURDER YOUR WIFE (Como matar a la propia esposa, 1965) aparece como el último exponente reconocido en la filmografía de Richard Quine. Segunda y última colaboración con el guionista George Axelrod, se ofrece como una sátira virulenta en torno al matriarcado americano, a partir de la historia de un solterón empedernido. Se trata de Stanley Ford (Jack Lemmon), un dibujante de historietas para una enorme cadena de periódicos, cuidado por Charles (memorable Terry-Thomas, en el mejor papel de su carrera cinematográfica), abnegado sirviente. Stanley basa su éxito en la creación del agente Bass Bannigann, cuyas peligrosas aventuras ensaya previamente con Charles. Toda esa vida plácida y en teoría apasionante, donde la mujer apenas queda como elemento de aventura ocasional, tendrá su punto de inflexión en la frustrada despedida de soltero de uno de los amigos de club, desde donde dentro de una tarta aparecerá una joven y bella italiana -una bellísima Virna Lisi-, acreedora de una oscura banda de miss que, tras una noche de juega colectiva, aparecerá la mañana siguiente acostada junto a nuestro protagonista y convertida en inesperada mrs. Ford. Todo cambiará desde ese momento para el dibujante, imbuido en una inesperada situación de la que no acierta a desprenderse. Será expulsado de su club, Charles le abandonará -y. con él, buena parte de su seguridad vital- e incluso ganará peso. Poco a poco se verá ahogado en una dinámica de inesperado marido, algo que en un intento por exorcizar trasladará a sus propias historietas, que ya se han convertido en ‘The Bannigan’s’. Esta deriva le llevará, simbólicamente, a asesinar a su esposa en sus viñetas, lo que esta detectará de manera inesperada, huyendo de su entorno matrimonial. La desaparición de la esposa le hará ser declarado sospechoso del supuesto crimen, e incluso sometido a un juicio en el que tiene todas las de perder, y en donde en un momento dado optará por defenderse como su propio abogado, en el intento suicida de revertir una segura condena.

Como algo intrínseco de el cine de Quine, HOW TO MURDER YOUR WIFE atesora un inicio original y memorable. Todo un ballet visual y de montaje en el que Charles -mirando a cámara- y utilizando como fondo la divertida sintonía de Neal Hefti, describe el microcosmos en que reside Stanley Ford. Brillante hallazgo que nos introduce a uno de los elementos más destacables de la película; la extraordinaria utilización que se ofrece de la lujosa mansión del dibujante, único reducto de personalidad e incluso de cultura -algo subrayado por su sirviente-, en un entorno de alienación, mediocridad e incluso de vulgaridad. Pese a suponer el epicentro de una comedia, la vivienda de Ford aparece por momentos -alentada por la planificación del director- como uno más de esos recintos, testimonio de una época pasada, tan familiar en muchos dramas del cine británico, como pudiera ser el caso de THE SERVANT (El sirviente, 1963. Joseph Losey), pudiendo comprobar en la brillante utilización dramática que se ofrece de sus dependencias, como en la intromisión que la joven esposa modificará su aspecto interno.

A partir de esas premisas, el film destaca por la perfecta gradación de su ritmo, la musicalidad de su planificación y puesta en escena, el brillante uso de su banda sonora -ese tema que subrayará la fascinación de la esposa, siempre iniciado con un desenfoque de imagen, e incluso se prolongará cuando en sus últimos instantes la madre de esta vencerá las reticencias del eterno misógino Charles-. Y es que nos encontramos en los últimos estertores de un modo de comedia en el que se dará de la mano la presencia de sofisticadas fiestas -elemento practicado por Edwards, Donen, Minnelli e incluso Jerry Lewis-, que en esta ocasión se encontrará presente de manera destacada en la que escenificará el falso intento de asesinato de la esposa de Stanley. En donde viviremos situaciones ante las que tendremos que suspender nuestra aparente credibilidad -todo lo relativo a la desaparición de la esposa y, en especial, la severidad de un juicio que a punto está de condenar al protagonista-. Pero todo ello formaba parte de una burbujeante y -en esta ocasión- crítica mirada en torno a la vida americana que, bien es cierto, en esta ocasión ofrece una visión demoledora del matriarcado americano -alentado de manera especial por el caricaturesco rol de la esposa del abordado de Stanley, encarnada por una recuperada Claire Trevor-. Pero bajo esa aparente premisa -soslayada en no pocos instantes del relato, donde el recién casado empieza a entender la importancia del matrimonio, y finalmente rechazada de manera casi a modo de rendición-, no es menos cierto que se expone un análisis más abierto, en el que el mundo masculino no resulta menos cuestionado, con esos exclusivos clubs que cierran sus puertas a la presencia de mujeres, la presencia de jurados -todos hombres- e incluso un juez, receptivos e incluso cómplices, ante el disparatado escenario que Ford, convertido por un momento en su propio defensor, expone para intentar -y finalmente lograr- ser absuelto de una vista ante la que parecía propicio a ser condenado.

Nos encontrábamos, por tanto, en unos modos de comedia que, lamentablemente, pronto dejarían de ser apreciados, en la medida que la estructura del cine de géneros se iba desmoronando, y también a las debilidades visuales y cinematográficas que las grandes figuras de la misma fueron aplicando, que hizo que en su mayor parte estos fueran perdiendo importancia, en el caso de Quine de manera especialmente dramática. Sin embargo, en la película que nos ocupa, y pese a que bajo mi punto de vista todas aquellas secuencias que describen los ensayos de las futuras historietas de Bannigann no hayan envejecido demasiado bien -en contraposición a la brillantez de los ejemplos similares de elucubraciones cinematográficas que se escenificaban en la previa PARIS WHEN IT SIZZLES (Encuentro de Parias, 1964)-, no es menos cierto que nos encontramos ante una película que sigue conservando su vigencia. No solo por su ya señalada musicalidad y ritmo. Quine demuestra una vez más su maestría a la hora de rodar espléndidas secuencias corales, coreografiando el movimiento de sus actores, los movimientos de cámara y el montaje. Fruto de ello será el espléndido episodio de la visita de Ford al despacho de su abogado, donde además nos encontraremos con otro de esos pequeños personajes secundarios que enriquecían sus comedias -la secretaria del abogado, presumiblemente solterona, que en todo momento celebrará la boda del recién llegado, hasta emborracharse con champañ y finalmente ponerse a llorar, expresando quizá en ello tras los modos de la comedia una frustración personal-. También desatacará en tono colectivo esa ya citada fiesta y, por supuesto, tendrá su punto fuerte en el antológico episodio del juicio, donde Quine y Axelrod suspenderán nuestra mengua de credibilidad, al expresar uno de los últimos grandes episodios del género en la década de los sesenta, durante unos minutos donde la intención, el acierto en la movilidad de la cámara y la dirección de actores y, como no podría ser de otra manera en el cineasta, su puesta en escena elegante y burbujeante, ratifican la maestría de un realizador aún inspirado.

Sin embargo, si tuviera que elegir los instantes más logrados de HOW TO MURDER YOUR WIFE, no tendría la menor duda. Lo haría con aquellos que repentinamente se alejan por completo de la comedia y, de manera inesperada recuperan al cineasta capaz de emocionarnos por su sensibilidad en el manejo del melodrama, siempre de la mano de personajes femeninos. Me refiero, por supuesto al momento en que la esposa de Ford se despierta tras haber sido narcotizada -sin ella detectarlo-. Acudirá a donde se encuentra su marido durmiendo, sobre los dibujos de una de sus historietas, donde con dolor descubrirá no solo el hastío que siente por ella, sino incluso la utilización a que ha sido sometida. En semi penumbra se despojará casi ritualmente del anillo, lo dejará en la mesita y se marchará. Todo ello descrito con la elegancia y melancolía que también hizo de Quine uno de los últimos grandes responsables del melodrama cinematográfico norteamericano.

Calificación: 3’5

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