LE DOSSIER NOIR (1955, André Cayatte) El dossier negro
Al igual que Jean Delannoy, Claude Autant-Lara o varios otros, también André Cayatte fue uno de los realizadores englobados dentro de ese academicismo denunciado por las jóvenes huestes de la revista Cahiers du Cinema, que arruinó no pocas carreras de profesionales más o menos veteranos, más o menos avezados, o más o menos conformistas. Hombres de cine a los que una mirada desapasionada en uno u otro sentido, ha revelado que fueron ocasionalmente artífices no solo de un cine bastante superior de lo que en su momento se les concedió, sino incluso por encima de parte de las obras de aquellos críticos y pronto directores que les tomaron el relevo con la avidez del hijo que quiere matar a su padre.
El caso de Cayatte es muy curioso en este sentido, ya que nos encontramos ante un profesional cinematográfico que se introduce como director a inicios de los años cuarenta, y extiende su andadura como tal hasta finales de los setenta, totalizando cerca de una treintena de largometrajes. Y lo hace, después de haber completado una carrera como jurista que envolverá temáticamente la mayor parte de sus películas. Películas estas deliberadamente discursivas, en las que nuestro realizador destacó por su repulsión hacia la pena de muerte, pero que se extendió en otros temas de similar importancia dentro del ámbito de la justicia, hasta el punto de tener que reconocérsele, al menos, ser el hombre de cine más preocupado y constante en materia judicial en el conjunto de la cinematografía mundial. Poco he podido contemplar aún de su obra, pero en ella he percibido que aquellas de sus propuestas que encontrara un engranaje cinematográfico más adecuado para canalizar su intrínseca vertiente discursiva -Cayatte fue por lo general guionista de sus propias realizaciones, en esta y algunas otras ocasiones de manera conjunta con Charles Spaak-, en función de ello elevaban en mayor o menor medida su interés. Entre los pocos títulos suyos contemplados, esta característica aparece plasmada de manera positiva en la brillante NOUS SOMMES TOUS DES ASSASSINS (No matarás, 1952), mientras que el predominio de dicha inclinación discursiva limitará la simplemente apreciable y previa JUSTICE EST FAITE (Justicia cumplida, 1950).
Dentro de esta vertiente, lo cierto es que LE DOSSIER NOIR (El dossier negro, 1955) me aparece como el mejor de los títulos suyos que he contemplado hasta la fecha y, en sí misma, una magnífica mirada global que, más allá de una propuesta cuestionadora en torno a los mecanismos de la Justicia, deviene en un análisis de microcosmos social, en apariencia intachable, pero dominado por mezquindades, egoísmos y puritanismos. Todo ello, envuelto además en un ámbito donde aún transpiran los ecos de la posguerra francesa, apareciendo por momentos su conjunto como un valioso epígono de algunas de las primeras realizaciones de Henri-George Clouzot, o incluso el Julien Duvivier de la espléndida PANIQUE (1946).
De alguna manera, esa doble intención aparece ya en los primeros instantes de la película, mostrando paralelamente el funeral propiciado en torno al joven juez que ha fallecido recientemente, en el propio camposanto, con la llegada del nuevo y también representante de la Ley -Jacques Arnaud (Jean-Marc Bory, de curioso parecido con el nuevo papa Leon XIV)-. Frente a la ampulosidad de la ceremonia en pleno camposanto, donde se encuentran las fuerzas vivas de la población en que se va a desarrollar la acción, el recién llegado se apercibe de la realidad de la misma, comprobando las heridas urbanas de posguerra, y un claro avance de progreso en la ciudad, además de contemplar constantes pistas de la familia que, a fin de cuentas, domina la población; los Broussard. A su llegada al supuesto palacio de justicia, veremos que se trata de un edificio casi ruinoso, dominado por las goteras, y que incluso carece de teléfono, ya que solo se dispone de uno que se encuentra con la taberna ubicada al lado.
Se trata de un relevo inicialmente tranquilo, fruto del inesperado fallecimiento de aquel jurista respetado por todos. Sin embargo, ya desde su encuentro con el fiscal de la localidad, un hombre enfermo que quiere terminar su mandato sin problemas, intentando lograr un aumento en su sueldo, poco a poco se irá fraguando una creciente sospecha. Una especie de mcguffin que discurrirá a lo largo del relato, hasta desaparecer sin especial justificación hasta el final. Se trata de un supuesto dossier que albergaba el juez desaparecido, en el que se podrían encontrar una serie de pruebas que demostrarían los amaños del poderoso cacique local Charles Broussard (un poderoso Paul Frankeur) en la localidad que casi domina, a través de su contacto con las fuerzas de la población. Un inesperado encuentro inicial con este en una taberna, donde comprobará su altanería ante un periodista, y el intento de intimidación que sufrirá por el propio empresario en una fiesta a donde ha sido invitado, rodeado de las autoridades de la población, poco a poco incitarán al recién llegado juez a reiniciar las investigaciones sobre la muerte supuestamente natural de su antecesor.
LE DOSSIER NOIR nos propone un relato casi apasionante, que no decae en ningún momento en la progresión de su ritmo, y al que ciertos defectos dramáticos le impiden consolidarse como un logro absoluto. Sin embargo, nos encontramos ante un argumento que preludia con ventaja esos films de denuncia política que una década después popularizarían realizadores tan dispares como Francesco Rosi, Damiano Damiani, Costa Gavras o incluso Bernardo Bertolucci. En más de un momento, parece que asistimos a una propuesta coral que propone, de manera inesperada, y con ventaja, casi un precedente italiano de denuncias sociales como la norteamericana THE CHASE (La jauría humana, 1966. Arthur Penn). En ese sentido, el film de Cayatte brilla por la riqueza del trazado de personajes, beneficiados por una admirable adecuación del conjunto de su cast, y ayudados una vez más por lo lúgubre de la fotografía en blanco y negro de Jean Bourgouin. Todo ello va introduciendo al espectador hasta un contexto casi irrespirable, donde nada es lo que parece, y en el que el más inocente de sus personajes puede albergar un matiz oscuro e inquietante. Todo ello irá conformando un tapiz de enormes proporciones, donde la denuncia social alcanzará enormes proporciones con la rebelión de una población hasta entonces callada y resignada, hasta el punto de unirse en manifestación e increpar al propio Broussard ¡Ese torpe e inesperado zoom sobre su coche incendiado!
Todo ello irá rodeado de esa mirada más intimista, en torno a la interioridad del entorno familiar del juez fallecido, sobre el que el joven Arnaud iniciará una investigación, ante sus sospechas de que ha sido envenenado. Sospechas estas que, inesperadamente, se convertirán en evidencias, trasladando el escándalo hasta las autoridades del país. Ello posibilitará un admirable tramo final. Un tercio aproximado que aparece como algo angustioso, desarrollado a partir de la doble investigación efectuada de manera paralela por el comisario Noblet (admirable Bernard Blier), llegado desde Paris, y que instigará sus sospechas en torno a la posibilidad de que la viuda del desaparecido fuera la autora del envenenamiento, mientras que el comisario local Franconi (magnífico Noël Roquevert) dirige sus pesquisas e interroga casi con violencia a Dutout (un no menos magnífico Antoine Belpêtré), veterano y drogadicto amigo del juez fallecido. Todo ello nos propondrá unos fragmentos de intensidad casi insoportable, que trasmiten al espectador una inquietud casi física -en los que tiene capital importancia el admirable montaje paralelo brindado por Paul Cayatte, hermano del director-, y que de manera inesperada serán resueltos por el propio juez que, en el desempeño de su función, provocó una involuntaria sospecha que, en realidad, solo sirvió para levantar a esa sociedad corrompida y llena de prejuicios, que aparecía adormecida a su llegada. Una vez más, la relatividad de la Justicia como piedra de toque para una obra magnífica, dominada en todo momento por el interés, pero, como antes señalaba, no perfecta. En este intento de Cayatte por abordar un amplio marco social, es cierto que al final ese elemento de denuncia que rodeaba las actuaciones y la denuncia en torno al empresario Broussard, de repente aparece orillado por completo en la parte final. Del mismo modo, desaparecerá con cierta pobreza la supuesta importancia de ese dossier al que da título la película. Lo hará también esa incipiente relación morosa establecida entre el recién llegado y la arisca hija del viejo fiscal.
Sin embargo, la fuerza de esos planos finales establecidos entre un atribulado Arnaud, al ratificar a la viuda de su antecesor en la inocencia del supuesto crimen que ha llegado a confesar, nos concilian ante la garra, la intensidad y el riesgo que nos propone una obra de cierta imperfección, pero sin duda mucho más valiosa que otras muestras de este subgénero de denuncia, rodadas años después, al tiempo que admirable en su trazado psicológico y la intensidad de su puesta en escena.
Calificación: 3’5
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