LE GLAIVE ET LE BALANCE (1963, André Cayatte) Dos son culpables
Exitoso es su tiempo, demonizado poco después, por los cachorros de Cahiers du Cinema y, finalmente, olvidado por todos, quizá haya que dar una oportunidad al aporte cinematográfico, de la obra del francés André Cayatte (1909-1989). Hombre de leyes, su obra se extiende en una treintena de largometrajes, estando centrados casi todos ellos, en la traslación cinematográfica de planteamientos judiciales. Títulos en los que también ejerció como guionista, por lo general de la mano de Charles Spaak. Estamos, para que negarlo, en un ámbito de propuestas de marcado carácter discursivo y de tesis, que una mirada desprejuiciada, debería permitirnos apreciar un realizador competente, en ocasiones inspirado, capaz de trascender esa inclinación por la tesis, articulando relatos bien engrasados que, en sus mejores momentos, llegan a desprender momentos apasionantes. No son muchos los títulos suyos que he podido contemplar, pero recuerdo la fuerza que desprendía NOUS SOMMES TOUS DES ASSASSINS (No matarás, 1952).
No está a la misma altura LE GLAIVE ET LE BALANCE (Dos son culpables, 1963) -sobre todo, por la irregularidad que desprende un metraje excesivamente dilatado-. Sin embargo, pese a sus altibajos, no deja de suponer una singular y, en sus mejores momentos, atractiva propuesta que, como el resto de la filmografía de Cayatte, centra sus esfuerzos, a la hora de analizar la relatividad de los conceptos de culpabilidad e inocencia. Y lo hace mediante un curioso argumento de suspense que, en algunos momentos, me recordaba los artificios argumentales de las novelas de Agatha Christie. La película, se iniciará, presentando la cotidianeidad de los tres personajes protagonistas. El primero es Jean-Philippe Prévost (Jean-Claude Brialy), un auténtico diletante, del que emana un fuerte proteccionismo a su hermana. A continuación, nos adentraremos en el entorno del ocioso e idealista Johnny Parsons (Anthony Perkins), un joven norteamericano que, en el fondo, no sabe hacer con su futuro. La terna se completará con François Corbier (Renato Salvatori), atractivo monitor marítimo que, en el fondo, sobrelleva su existencia, como mantenido de la acaudalada esposa de un alto funcionario, deseosa de sacar partido de su aún deseable madurez. A partir de ese momento, pronto emergerá en la película, la dura circunstancia del secuestro del pequeño hijo de la adinerada Sra. Winter (Marie Déa). Pese a los deseos de ella, por medio de su secretaria se avisará a la policía, que se encargará de seguir a los secuestradores, a partir del señuelo que proporciona el pago del rescate. Un ambicioso plan policial, seguirá el vehículo en el que huyen los dos delincuentes, sin poder evitar que asesinen al muchacho, huyendo en lancha durante una tormenta. Los agentes los perseguirán en otra pequeña embarcación, hasta que los secuestradores abandonen su vehículo náutico, refugiándose en la parte trasera de un faro, en pleno temporal. Cuando los agentes de policía acorralen a los dos huidos, de manera inesperada aparecerán los tres seres que hemos conocido con anterioridad.
Será la incorporación de un sorprendente giro al relato, estableciéndose el proceso de interrogatorio por separado de los tres detenidos, en medio de la insólita circunstancia de sumir que, entre ellos, hay dos culpables y un inocente. Ambos relatarán las relativas coartadas que disponen -con sus respectivas variaciones descriptivas-, aunque en todos los casos se encuentre la laguna de las horas, en las que realmente se cometió el doble crimen -un motorista de la policía, también caerá muerto en la operación-. Nada se sacará de dichos interrogatorios, quedando durante dos años el caso encallado, pese al empeño de los estamentos judiciales, dirimiéndose ambos, por un lado, en la posibilidad de condenar a los tres detenidos -pese a la existencia de un inocente-, o absolverlos -con el agravante de contar con dos culpables-. Pasados estos dos años, la presión popular obligará a la celebración de una vista, en medio de un ambiente muy caldeado -sin que la película plasme su desarrollo-. Llegada la deliberación del jurado, en la que de nuevo se plantearán las dos posiciones encontradas, venciendo una de ellas, y provocando el estupor de la ciudadanía, que se revelará soliviantada, ante lo que entienden una negligencia judicial.
Lastrada por evidentes desequilibrios y un exceso de metraje, e iniciada por unos atractivos títulos de crédito, insertos dentro de una actuación de jazz -un elemento, que tendrá cierta importante en su base argumental-, uno de los relativos lastres de LE GLAIVE ET LE BALANCE, es la falta de fuerza que presenta ese bloque inicial, en donde se nos presenta al trío protagonista, lo que en cierto modo impide que sintamos la necesaria empatía por ellos en el desarrollo ulterior del relato. Y ello, pese a que podamos apreciar la labor de un Anthony Perkins, encarnando uno de esos personajes frágiles que le hicieron célebre y que, en algunos instantes de la película, le permitan estar muy brillante. Pese a esta rémora, lo cierto es que el film de Cayatte levanta el vuelo, y no poco, con la narración del intento de rescate del niño secuestrado, en unas secuencias descritas con ritmo percutante, en medio de la nocturnidad del campo, utilizando con precisión el formato panorámico, valorizando la presencia de ese acantilado, en uno de los instantes más dramáticos de la película, o proporcionando ese clímax de suspense, en la persecución marítima en plena e inesperada tormenta.
A partir de la captura de los tres protagonistas, un nuevo cambio de perspectiva nos trasladará al interrogatorio de ambos, introduciendo ese elemento de la confluencia de puntos de vista subjetivos, un poco al modo de RASHÔMON (Rashomon, 1950, Akira Kurosawa). Será un interesante giro, que incidirá por un lado en el desconcierto al espectador, que ya se encuentra psicológicamente, intentando vislumbrar elementos que nos permitan discernir quién de los detenidos pueda ser inocente, al tiempo que ir conociendo los elementos que rodean las circunstancias personales, de cada uno de ellos. Y hay que reconocer, que ese recorrido de testimonios, se plasmará con loable fluidez cinematográfica, concluyendo en el punto de vista de los representantes de la justicia, que tendrán que asumir como una auténtica patata caliente el paso del tiempo, sin poder articular una táctica, que permita esclarecer una singular situación jurídica, que ha hecho saltar, cualquier norma o proceso establecido en el ámbito judicial. A partir de este momento, el film de Cayatte se insertará en un grado de densidad y dramatismo, en donde quizá resulte un tanto extemporánea, esa recurrencia a bucear -y visualizar- en el pasado de los acusados, y permitiendo con ello una dispersión innecesaria, al intentar justificar en esta búsqueda, cualquier indicio que reflejara en el pasado del trio protagonista, la más mínima conducta criminal.
Ese hasta cierto punto innecesario recoveco argumental, pronto recuperará su grado de interés, en el momento que se describa la vista judicial, de la cual curiosamente nos iremos directamente a las deliberaciones del jurado, donde se planteará una curiosa variante del planteamiento argumental, que hizo célebre el guion de Reginald Rose, inicialmente para el drama televisivo y, poco después, para la adaptación cinematográfica de 12 ANGRY MEN (12 hombres sin piedad, 1957. Sidney Lumet). Serán unos minutos, en los que lo dialéctico, lo discursivo, lo auténtico, lo brillante y lo convencional, casi se dará de las manos de un plano a otro. Como lo hará el inicio de esa explosión popular, que Cayatte mostrará, con una mezcla de convicción y, al mismo tiempo, cierto esquematismo. En todo caso, será la vivencia de una oportuna y oscura catarsis, en la que, como espectadores, asistiremos a esos instantes confesionales con los tres protagonistas confinados en una furgoneta, con el secreto deseo de saber, quien de ellos tres es realmente el inocente. Una noqueante conclusión, mientras la cámara se eleva en grúa, culminará de forma abrupta y con fuerza esta película -en una secuencia, en la que solo sobrará ese reiterado comentario en off-, permitiendo que LE GLAIVE ET LE BALANCE mantenga, un más que estimable grado de interés.
Calificación: 2’5
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