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CINEMA DE PERRA GORDA

DON’T GIVE UP THE SHIP (1959, Norman Taurog) Adiós mi luna de miel

DON’T GIVE UP THE SHIP (1959, Norman Taurog) Adiós mi luna de miel

Antes de entrar en su valoración, de entrada, DON’T GIVE UP THE SHIP (Adiós mi luna de miel, 1959. Norman Taurog), ha sido una de las películas más ocultas de la filmografía de Jerry Lewis en nuestro país. Puede decirse que ha estado más de un cuarto de siglo ausente de cualquier emisión televisiva o edición digital, siendo una pieza codiciada, por aquellos que hemos seguido la filmografía del gran cómico y cineasta, y de la que tan solo podríamos mantener un muy lejano recuerdo de la misma. Y hay que decir, que probablemente, se erija como la más valiosa película cómica que Lewis protagonizó en solitario -junto a otra comedia olvidada, dirigida por George Marshall en 1969; HOOK, LINE AND SINKER (Pescador pescado)-. Todo ello, por supuesto, haciendo excepción de las que protagonizó a las órdenes del gran Frank Tashlin, e incluso de su propia égida como cineasta. Cuando Lewis protagoniza esta película, ya ha interpretado en solitario THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1957) -en mi opinión, la obra maestra de su andadura como figura cómica, opinión poco compartida-, y ROCK A BYE BABY (Yo soy el padre y la madre, 1958), ambas de Frank Tashlin. Y, al mismo tiempo, se encontraba a punto de dar el paso adelante, con su excelente debut como cineasta, con la tan modesta como magnífica THE BELLBOY (El botones, 1960). Quizá por ello, por encontrarse Lewis ya con ganas de entrenarse como autor cinematográfico, esta película adquiera ese valor suplementario. El cómico señaló, que incluso había codirigido la previa YOU’RE NEVER TOO YOUNG (Un fresco en apuros, 1955. Norman Taurog), y restaría por protagonizar, la inmediatamente posterior -y bastante menos interesante- VISIT TO A SMALL PLANET (Un marciano en california, 1960), también de Taurog.

Lo cierto, es que nos encontramos dentro de un ámbito especialmente creativo en la evolución del cómico, tres años ya separado del tándem que le ligaba a Dean Martin, y prolongando su estatus de estrella taquillera de Paramount, al tiempo de mostrar -sobre todo en sus dos títulos previos a las órdenes de Tashlin-, una personalidad ya bien definida en su habitual personaje. En esta ocasión, encarnará a John Paul Steckler VII, atolondrado descendiente de una saga de marinos, de los cuales se nos mostrará al inicio de la película, divertidas remembranzas de su consustancial torpeza -un poco, como lo que años después, propondría en el preámbulo de la extraordinaria THE DISORDELY ORDELY (Caso clínico en la clínica, 1964. Frank Tashlin)-. Casi de inmediato, se nos trasladará al alto mando norteamericano donde, por petición de uno de los senadores del país, se reclama -como petición imprescindible, para conceder una importante dotación económica de presupuesto- el lugar donde se encuentra un buque de guerra, del cual se hizo responsable Steckler, pero del que no se sabe dónde se encuentra. La búsqueda se hará inmediata en torno al atribulado protagonista, sin saber que este, al mismo tiempo, se encuentra celebrando su matrimonio con la joven Prudence (Diana Spencer), con la cual no podrá, ni siquiera, vivir su propia noche de boda, puesto que unos oficiales demandarán su presencia, proporcionándole escasos días para que encuentre como sea, una embarcación que se encuentra perdida desde la conclusión de la II Guerra Mundial, y que él firmó inadvertidamente, cuando gestionó el retiro de dicha nave. Para intentar ayudar a un oficial que se encuentra superado por las circunstancias, se le brindará la ayuda de la psicóloga del ejército Rita Benson (Dina Merrill), iniciándose una serie de vivencias entre ambos, que se iniciarán con una sesión de diván, que servirá para que el atribulado oficial, pueda recordar el penoso -y muy divertido- episodio, vivido en una isla japonesa, donde los oficiales nipones apresarán a Lewis, sin saber que ya ha concluido la contienda. A partir de ese buceo en el pasado, el oficial y la psicóloga, seguirán indagando, en la búsqueda de pruebas, encaminadas en traer luz sobre una situación tan kafkiana como, en apariencia, irresoluble. Y lo harán, manteniéndose de manera reiterada, la imposibilidad de consumar el matrimonio entre los recién casados, e incluso efectuándose un viaje en tren entre Steckler y Rita, teniendo ambos que compartir un camarote, y creando dicha situación el recelo de su esposa y, también, el de su furibunda madre.

Dentro de un contexto, en el que buena parte de la filmografía previa de Lewis -con o sin Dean Martin a su lado-, se configurada en un paseo por diferentes miradas en tono cómico, en torno a los diferentes géneros cinematográficos, la presencia de DON’T GIVE UP THE SHIP, cabe ligarla a una visión en torno irónico, en función a un cine bélico que, en aquellos años, tuvo especial importancia en el cine norteamericano. Junto a ello, aparecerían títulos destinados a ofrecer un desmonte de sus ligares comunes, brindándonos exponentes valiosos, como OPERATION MAD BALL (1957, Richard Quine), u OPERATION PETTICOAT (Operación Pacífico, 1959. Blake Edwards). A dicha no muy frecuentada corriente, podemos incorporar una comedia, que se centra en el protagonismo cómico de Lewis, pero que, al mismo tiempo, ofrece un look visual, muy ligado al marco genérico del que brinda su reverso humorístico. En cualquier caso, y aun siguiendo la medida de un guion más o menos consistente, es evidente que en la película se articulan secuencias, que revelan destellos de lo que, muy poco después, configuraría el mundo del que muy pronto se convertiría en brillante realizador. Es algo que podremos percibir en la manera de presentar a su protagonista, tras una mirada a cámara del viceadministrador Bludde (Robert Middleton), fundiendo con un primer plano de Lewis, en su propia fiesta de boda, iniciando una serie de catastróficas y muy divertidas incidencias. Será el inicio de una serie de episodios, en los que se entrelazan alguna fugas cinematográficas, que van de la querencia por el slowburn -esa secuencia en las que los oficiales quedan detenidos, en segundo término del encuadre, contemplando el infantil comportamiento del protagonista-, a la decidida apuesta por el nonsense, plasmada en el divertido episodio en el que Stecker y Stan Wychinski (Michael Shaguhnessy), antiguo colaborador suyo durante sus tareas militares en aguas japonesas, buceando ambos en el fondo del océano, al objeto de buscar los restos del barco perdido, en cuyo fondo se les aparecerán unas inesperadas sirenas. Precisamente, en la búsqueda de información de este último, nuestro sobrepasado protagonista y su psicóloga ayudante, acudirán a un combate de boxeo, en donde Stan es uno de los contenientes, buscando afanosamente Lewis que este recupere su memoria, que le llega o se disipa, a cada golpe que recibe.

Esa tendencia a la inclusión de episodios de gran eficacia cómica, nos llevará incluso a la inclusión de un divertido private joke sobre THE CAINE MUTINY (El motín del Caine, 1954, Edward Dmytryk), en la secuencia de la vista a que se ve sometido el protagonista, y dos pasajes ciertamente estupendos. Uno ya ha sido comentado; el apresamiento a que es sometido Lewis en una lista aislada del Pacífico, donde sus soldados no tienen aún noticia de que ha acabado la guerra. El otro quizá más complejo en su plasmación cinematográfica -en mi opinión, el mejor bloque de la película-, es la resolución del viaje de vuelta realizado por Stecker y Rita, en la que tendrán que compartir el camarote, y en donde el primero, no dejará de vivir hilarantes situaciones, mientras la psicóloga no cejará en sus abiertas y cómplices carcajadas, dentro de una ejemplar utilización del limitado espacio escénico disponible.

Calificación: 3

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