GIRL CRAZY (19543, Norman Taurog)
Más que una película, es muy fácil definir GIRL CRAZY (1943. Norman Taurog) como un producto. De entrada, ofrece la novena y penúltima colaboración del tándem formado por Mickey Rooney y Judy Garland, que en la pantalla mostraba claros síntomas de agotamiento. También un homenaje a la música de los grandes George e Ira Gershwin -quizá su elemento más atractivo-. Unamos a ello que la película aparece como un inesperado remake de una lejana comedia del divertido y poco conocido tándem cómico formado por Bert Wheeler y Robert Whoolsey, basada en el musical de Jack McGowan y Guy Bolton -firmado con el mismo título en 1932 por el especialista en comedia William A. Seiter-. Una base escénica esta que, de nuevo sería llevada a la pantalla en 1965 por Alvin Ganzer, bajo el título WHEN THE BOYS MEET THE GIRLS, en lo que se predispone como una temible comedia juvenil, que cuenta incluso con la presencia del kitsch Liberace.
Pero unamos en su metraje una cierta vertiente de comedia slapstick -faceta en la que su director, Norman Taurog, en ocasiones se movió con solvencia-, la recurrencia -a mi juicio excesiva- a la orquesta de Tommy Dorsey y, como no podía ser de otra manera, la apoteosis con una de las magníficas fantasías ideadas por Busby Berkeley, al parecer encargado de filmar la película, y que por diversas causas -entre las que se encuentran ciertas desavenencias con los arreglistas musicales y la propia Judy Garland- fue sustituido por el citado Taurog. Y hay que decir que este hilvanó como pudo un cocido con ingredientes muy desiguales y, sobre un guion dominado por su insustancialidad, que en no pocas ocasiones avanza en uno u otro sentido a base de abruptos cortes de escenas, forzando incluso a que su conjunto aparezca como una sucesión de episodios, en alguna ocasión escasamente engarzados.
En cualquier caso, GIRL CRAZY se inicia con cierta garra, por medio de la presentación del joven dandy Danny Churchill Jr. (Rooney), a quien veremos juerguear en plena noche acompañado por dos hermosas jóvenes, y acudiendo a un lujoso restaurante donde actuará la orquesta de Dorsey. Allí se iniciará un chispeante número musical, en el que llegaremos a contemplar cantando a una jovencísima June Allyson. La situación enlazará con una serie de portadas de prensa, en las que su padre, el editor Mr. Churchill (el estupendo Henry O’Neill) le hará ver al muchacho la inconsciencia de su comportamiento. Por ello, decidirá enviarlo al colegio masculino Cody, que se encuentra ubicado en medio de la inmensidad del desierto. Será este otro nuevo bloque, francamente divertido, donde la impronta del burlesco silente adquirirá un enorme protagonismo, por medio de la creciente desesperación del joven protagonista para llegar hasta el colegio, mientras una serie de pancartas publicitarias acentuarán la desesperación y el cansancio de este al ver que parece no llegar nunca al mismo. Esa impronta, muy cercana al cartoon, ocupará, con menor fortuna, algunos pasajes posteriores del relato, como la desbandada que sufrirá Danny con el encabritado caballo que le han proporcionado sus nuevos compañeros como novatada, o el retorno vivido en medio de un carruaje del que se le desprenderá una rueda. Será en esa desesperante caminata inicial cuando este conozca, en un divertido equívoco, a Ginger Gray (Garland), la repartidora de cartas de la localidad, a la que encontrará reparando su desvencijado vehículo -en una secuencia que nos evoca el eco de las comedias de Laurel & Hardy, como sucederá en algunas otras secuencias desarrolladas con posterioridad entre ambos en el mismo carromato-.
A partir de ese momento, GIRL CRAZY discurrirá por planteamientos totalmente previsibles. La coralidad de la película se ampliará una vez Danny se incorpore al colegio, aunque en ella pronto choque su diletante comportamiento con las rígidas normas del mismo -a destacar ese cerradísimo primer plano sobre Rooney mientras duerme, la solución visual más sorprendente de la película-. O el soterrado enfrentamiento de este con el larguirucho Henry Lathrop (Robert E. Strickland), uno de los líderes del colegio, y novio de Ginger, cuando entre la pareja protagonista se vaya registrando cierta complicidad. Como no podría de ser otra manera se producirá una situación de urgencia en el internado, ya que el veterano Dean Phineas Armour (el excelente característico Guy Kibbee) sobrelleva bajo sus espaldas la amenaza del cierre de la instalación bajo un decreto que ha de firmar el gobernador, dada la ausencia de solicitudes para ingresar en él. Una vez más, el personaje encarnado por Rooney empezará a demostrar su sentido de la responsabilidad, dado que el veterano director es al mismo tiempo el abuelo de Ginger.
Como se puede deducir en breve recorrido argumental, la fórmula de la pareja ya desprendía una considerable sensación de déjà vu, quizá en buena medida por esa sensación de producto mancomunado del estudio que deprende un conjunto de escasa armonía, y carente en líneas generales de la chispa que albergarían otros exponentes previos de este peculiar exponente de entertaintment, fruto del estudio más encaminado al mismo, y contando una vez más con la producción de un Arthur Freed aún lejano de su impronta renovadora en el género. Veremos, por ejemplo, como en la visita de la pareja al gobernador, aunque Danny utilizará con astucia el nombre de su padre, la cámara le permitirá un cargante y fallido episodio en el que Rooney sobreactuará imitando a los locutores de la época, casi apareciendo como un inesperado -y cargante- precedente de un Danny Kaye que aún no había exteriorizado su excéntrica personalidad artística.
GIRL CRAZY alberga algunos números musicales y canciones dominados por el kitsch en su puesta en escena -esa combinaciones de jóvenes cowboys bailarines-, pero no es menos cierto que en ocasiones la coreografía del posterior director Charles Walters logra proporcionar un cierto grado de feeling en el número que celebra el cumpleaños del personaje de la Garland, que poco a poco irá adquiriendo una considerable elegancia en la pista de baile rodeada de jóvenes atildados, y en un episodio que pocos minutos después dará paso al primer acceso de sinceridad entre la pareja protagonista, una vez Ginger rechaza la poco romántica declaración que le ha formulado Lathrop. Todo ello, se desarrollará en unos exteriores rurales en estudio, en los que la ajustada planificación de Taurog y la química establecida entre Rooney y Garland se elevará a su máxima cuota.
En cualquier caso, y como sucedería en tanto títulos precedentes, la fantasía de conclusión llevada a cabo por Busby Berkeley, al compás de “I Got Rhythm”, una vez más superará cualquier coqueteo con el kitsch para erigirse como una casi imposible sinfonía de fantasía y vitalismo. Y es que, si en algunos de los números precedentes dicha rémora no se pudo superar, el veteranísimo Berkeley, a punto de rodar THE GANG’S ALL HERE (Toda la banda está aquí, 1943), se sobraba y se bastaba con esta apoteosis creativa y musical, para insuflar vida propia a un conjunto caracterizado por una fórmulas solo pensadas como efímero divertimento.
Calificación: 1’5
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