Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

BUNDLE OF JOY (1956, Norman Taurog) Los líos de Susana

BUNDLE OF JOY (1956, Norman Taurog) Los líos de Susana

1956 fue un año determinante, a la hora de analizar la creciente importancia que la renovada comedia americana, iba alcanzando en el Hollywood de aquel tiempo. Consecuencia directa de la disolución del musical, aparecían ese mismo año, obras del interés de THE GIRL CAN’T HELP IT y HOLLYWOOD OR BUST (Loco por Anita), ambos de Frank Tashlin, THE SOLID GOLD CADILLAC (Un cadillac de oro macizo) y la injustamente ignorada FULL OF LIFE, dirigidas por Richard Quine. Incluso comedias firmadas por realizadores menos prestigiados, como la divertida THAT CERTAIN FEELING, de Norman Panama. Es decir, que nos encontramos ante una frontera, que al año siguiente permitiría una autentica explosión del género, iniciando un periodo que se prolongaría durante prácticamente una década, en el que el aporte de nombres como el de los mencionados Tashlin y Quine, unido a otros como Lewis, Wilder, Minnelli, Edwards o Donen, brindaría un corpus en verdad extraordinario.

Por todo ello, y cuando el propio Taurog había filmado comedias nada desdeñables al servicio del tandem formado por Jerry Lewis y Dean Martin –lo haría posteriormente con el primero de ellos,, sorprende encontrarse con una comedia tan blanda, caduca y acomodaticia como BUNDLE OF JOY (Los líos de Susana), que constituye por un lado, un intento casi agónico por parte de una RKO a punto de su desaparición, por apostar por dicho género –tuvo más acierto con la posterior THE GIRL MOST LIKELY (Eligiendo novio, 1958. Mitchell Leisen), que paradójicamente fue el título que clausuró el estudio-. Remake de la conocida comedia de Garson Kanin, BACHELOR MOTHER (Mamá a la fuerza, 1939), BUNDLE OF JOY tiene la particularidad de que se inicia y culmina de similar manera, con sendas y aborrecibles canciones de Eddie Fisher, descritas en el interior de los grandes almacenes que dirige su padre. Unos pasajes cursis a más no poder, rodeadas de empleados y clientes, todos envueltos en exageradas sonrisas y modales caballerosos que, en el primero de los casos, predisponen al espectador a lo peor, y a la conclusión de la película, nos recuerdan esa ascesis de cursilería con que se ha iniciado su metraje.

Sorprenden esos contextos, que pese a sus limitaciones, pudieron ser subvertidos por un realizador como Frank Tashlin, en esta ocasión den pie a una comedia blanda, inocua, aunque provista en sus mejores momentos de cierta efectividad. Son esos instantes en los que el equívoco central inserto en esta ficción en la que participa el experto comediógrafo Norman Krasna, consigue transmitir ese “gramo de locura”, del que se encuentra carente el conjunto de la función. Y todo ello partirá de la azarosa circunstancia vivida por la joven dependienta Polly Parish (Debbie Reynolds), pese a resultar ser la mayor vendedora del establecimiento, curiosamente la dia siguiente dichas ventas se ven transformadas en devoluciones, aspecto por el cual será despedida. Desolada, retornará hasta su apartamento, encontrándose en el camino con un bebe que se ha depositado en la puerta de una institución de acogida. Cuando se interna para llevarlo a sus responsables, estos sospecharán que el niño es suyo y no quiere responsabilizarse del mismo. Por ello, y como tienen sus datos, los responsables se dirigirán hasta los responsables de los almacenes, siendo recibidos por Dan Merlin (Eddie Fisher), el hijo del dueño, quien atenderá la demanda del responsable del hogar de acogida, readmitiendo a la mucha, e incluso ofreciéndole un aumento de sueldo. Ello forzará a Polly acoger de nuevo el bebe pero, sobre todo, enfrentará a la muchacha en una nueva situación, donde se adentrará en su vida de manera definitiva este niño que ha llegado en su vida de manera inesperada.

Evidentemente, se trata de un punto de partida transgresor y de enormes posibilidades –es algo que Frank Tashlin exploraría de manera delirante en la posterior ROCK A BYE BABY (Yo soy el padre y la madre, 1958)-. Sin embargo, en esta ocasión se convierte en un elemento no solo desaprovechado, sino incluso poco convincente ¿Nadie del entorno de Polly decide investigar sobre cuando en teoría ella estuvo supuestamente embarazada? A partir de ese momento, el film de Taurog explora dicho punto de partida, como la excusa para el acercamiento que se brindará entre la muchacha y el adinerado y civilizado Dan. Una variación deslavazada del cuento de Cenicienta, que dentro de su blandura –sin duda Kanin supo extraer un partido más solvente, en su versión previa de 1939-, al menos brinda algunos pequeños alicientes, que son los que finalmente permiten que dentro de su mediocridad, el conjunto pueda hacerse llevadero.

Es evidente que la más atractiva de todas ellas, reside en la presencia y el personaje del gruñón y expeditivo J. B. Merlin, padre de Dan, que permitirá reencontrarnos con una de las figuras legendarias de la comedia décadas atrás, como fue Adolphe Menjou. A él se deberá el que quizá sea el mejor momento de la película, en la secuencia del enfrentamiento entre padre e hijo con la excusa del pequeño, al que por causas equívocas considera su nieto, y que en pleno desayuno motivará un constante lanzamiento de cucharillas, para desesperación del mayordomo –impagable rol secundario, por otra parte-. Todo ello, hasta que a la marcha del hijo, y comprobando J. B. la ausencia de cubiertos, no dude en exclamar “¿Es que no hay cubiertos en esta casa?”. La presencia y el ímpetu del magnate, propiciará una aceptable y creciente base de comedia, que, aunque no se encuentra debidamente aprovechada, al menos servirá para elevar el nivel de la función. Me refiero a esa presencia de varios supuestos padres, surgidos casi de la nada para, a diferentes niveles, intentar solventar la incomodidad provocada por la situación.

Antes de ello, no faltará otro episodio eficaz; la celebración de la fiesta de fin de año, en la que Dan invitará a Polly, y en un número musical deliciosamente kitschdesarrollado en los grandes almacenes, la vestirá para la ocasión. Sin embargo, será en la fiesta, donde esta tendrá que asumir una falsa identidad sueca, donde se producirá un divertido contraste entre su naturalidad, y los apergaminados rasgos de los amigos de Dan allí congregados. En definitiva, BUNDLE OF JOY aparece como una comedia antigua, rectada, inocua, incapaz de extraer de su base argumental, ese timing que se insertaría en una nueva manera de concebir el género. Y la prueba, una vez más, de la sorprendente incapacidad de Norman Taurog, efectivo cuando dirigía a un Lewis que, poco a poco, fue forzándole a reconducir sus comedias, y totalmente vendido a la postal turística de olvidables productos juveniles, o productos al servicio de Elvis Presley.

Calificación: 1’5

0 comentarios