REPULSION (1965, Roman Polanski) Repulsión
Muchas veces se ha señalado, y no sin razón, que el fantástico en el cine es, fundamentalmente, una cuestión de mirada o de lenguaje. REPULSION (Repulsión, 1965. Roman Polanski) es un ejemplo perfecto de dicho enunciado. Es, además, por su singularidad -inalterable pese al paso de casi seis décadas- una de las películas más significativas, y al propio tiempo cuestionadoras, de lo que se denominó el Swinging London. En realidad, cuando el cineasta polaco asume su debut en la cinematografía inglesa, su bagaje se componía de una serie de cortos, el éxito internacional desde su país de NÓZ W WODZIE (El cuchillo en el agua, 1962) y un episodio finalmente eliminado, dentro del largometraje de episodios LES PLUS BELLES ESCROQUERIES DU MONDE (Las más famosas estafas del mundo, 1964. Godard, Chabrol y Gregoretti). Así pues, cuando Polanski se inserta en la cinematografía británica, lo hace a partir de una producción de bajo presupuesto dentro de una compañía de escaso fuste, muy cercana al cine porno de aquel tiempo. Desde ese punto de partida, el entonces joven cineasta urdirá un argumento con el pronto se convertirá en su fiel colaborador Gérard Brach, en lo que su propio artífice demandaba una mirada entre sardónica y crítica sobre la sociedad londinense de aquel momento. Para ello sitúa en primer plano a una joven protagonista, la hermosa y alienada Carol (una extraordinaria Catherine Deneuve). Se trata de una muchacha que vive junto a su hermana en un avejentado y sórdido edificio de apartamentos, y que trabaja en un solicitado salón de belleza. En apariencia todo está rodeado por la normalidad, pero pronto la cámara de Polanski revela la extrema frialdad, casi rayana en lo catatónico, de su protagonista. Una muchacha que se aleja de los sinceros galanteos que le brinda Colin (estupendo John Fraser), un joven que se adivina de acomodada situación y principios morales, pero a la que cada vez le afecta más la presencia de un amante casado -Michael (Ian Henry)- que se ha ido a vivir al apartamento junto a su hermana Helen (Yvonne Furneaux).
A partir de este punto de partida, el cineasta polaco articula un relato que aplica una mirada en apariencia cotidiana sobre ese otro Londres que llama su atención. Una ciudad que se expresa en un oscuro y sombrío blanco y negro, en la que sus personajes episódicos adquieren una presencia casi de caricatura bizarra -la dueña del salón de belleza y las propias clientas del mismo, que parecen emergen de una fantasía felliniana-, y en cuya aparente normalidad nada hay de glamouroso. Más bien la grisura de una gran urbe en donde la impersonalidad y alienación emocional e incluso cotidiana aparece como su norma de comportamiento -esa secuencia en la que Carol deambula casi sonámbula por la calle, en la que se enraciman peatones contemplando un incidente apenas intuido-. Dentro de este tapiz, Polanski contará con un aliado de excepción, el operador de fotografía Gilbert Taylor, capaz de ofrecer una enormemente contrastada iluminación en blanco y negro, a partir de la cual se incide en ese traspaso por la frontera de la elucubración o la imaginación hacia un sendero insondable, en el que de manera lenta pero incesante se irá sumergiendo la protagonista.
Todo ello conformará una extraña danza, dominada por esos largos, en ocasiones casi imposibles, planos dispuestos por un realizador que parece deambular junto a su criatura y su entorno. Largas secuencias que parecen discurrir en algunos momentos con pereza, en otros delectándose en su capacidad de observación, y en todo momento conformando una extraña sinfonía, entre lo absurdo, lo macabro e incluso lo documental. Poco a poco, dentro de esa amalgama de pequeñas observaciones, se irá acentuando ese desapego de la joven del entorno en el que parece -y así lo atestiguan las propias imágenes- sentirse por completo ajena. Cada vez más ausente en sus gestos y sus miradas -tan solo parecerá devolverle una humana naturalidad, la referencia a Chaplin que le brinda su compañera de trabajo-, lo cierto es que en REPULSION hay muchos momentos en los que no parece pasar nada. Y en realidad es así, ya que Carol no deja de suponer más que un ejemplo extremo de esa deshumanización de las grandes sociedades urbanas, de las que Londres era quizá entonces su ejemplo más paradigmático en Occidente. En ese contexto, de manera paulatina se irán presentando rasgos que nos indican la profunda neurosis que se irá adueñando e la muchacha. Esa grieta en la acera será uno de sus primeros exponentes, después de que haya sido piropeada con lubricidad por un vulgar operario. Cada vez se irá cerrando su mundo -la secuencia nocturna en la que escuchará los gemidos de su hermana haciendo el amor con Michael; en la que intuyo que Polanski tomó como referente el célebre y terrorífico episodio de THE HAUNTING (1963, Robert Wise), una película que admiraba profundamente, en el que Julie Harris y Claire Bloom, ambas en la cama, detectaban los sonidos nocturnos de un espectro.
Todo ese cúmulo de detalles inquietantes -el conejo que se irá pudriendo a lo largo de la película, las patatas a las que le crecerán raíces, los inesperados flashes en la ficticia presencia de grietas en las paredes, la imaginada violación de Carol- se trasladará a primer plano una vez Helen y Michael se marchen de vacaciones a Italia. La neurosis se acentuará en una muchacha cada vez más desprotegida emocionalmente. La cámara de Polanski adquirirá un virtuosismo si cabe más siniestro y transgresor, al llegar la hora de lo sombrío. Carol provocará un accidente a una de sus clientas y será obligada a descansar y, con ello, recluirse en un apartamento que cada vez más, se transforma en la mente de nuestra protagonista, en un terreno para el horror. Hasta allí llegará Colin, harto del desapego y la huida que le ha brindado su novia, en una secuencia magnífica que culminará con su asesinato -resuelto con una extraordinaria mezcla de virtuosismo cinematográfico, anuencia macabra y brillo en la elipsis y el montaje, quizá con ciertos ecos del PSYCHO (Psicosis, 1961) de Hitchcock.
Será el inicio del descenso a los infiernos, protagonizado por una ya totalmente catatónica joven, incapaz de reaccionar y discurrir, y totalmente ausente, ya sin remedio, del mundo que le rodea. El cineasta acertará de pleno al describir esas secuencias casi fantasmales, una vez por medio de esa cámara que serpentea por unas dependencias oscurecidas de manera deliberada por la protagonista, y en la que se verá envuelta por visiones cada vez más voluptuosas, que tendrán el terrible contrapunto de la llegada del casero -Landford (Patrick Wymark)- quien en el momento en que se decida a abusar de ella, se convertirá en una nueva víctima de su latente agresividad, de nuevo en una secuencia que nos remite al clásico de Hitchcock. A partir de ese momento, REPULSION se embarcará en una ceremonia de la alienación. Ya nada hay que pueda extraer a Carol de su mente perturbada y su actitud por completo ida. Dentro de la aparente normalidad de la vida que le rodea, será cuando retornen su hermana y Michael, quienes descubran el horror que se esconde en aquella casa. Un horror al que se sumará -detalle genial- esa fauna humana que se arremolinará en torno a la vivienda, que de alguna manera preludia la posterior LE LOCATAIRE (El quimérico inquilino, 1976). La película se inicia y culmina con sendos alardes formales. Abriendo la misma ese casi abrasador plano sobre el ojo de la Deneuve -una nueva alusión hitchcockiana- sobre el que surgirán traviesos los títulos de crédito. Como cierre, un casi imposible plano secuencia, una vez Michael se lleva a Carol en brazos, en un inesperado gesto de ternura, mientras la cámara deambula por detalles que se arremolinan en el suelo, que describen la lucha interior de una muchacha destruida en su mente, hasta detenerse en esa vieja foto de familia, donde quizá, solo quizá, se encontrara el origen de su naturaleza psicopática.
Juguetona y transgresora. Capaz de proponer una mirada personal y discontinua. De proponer un marco social por completo enfrentado a la imagen establecida. De vislumbrar una sombría metáfora de la soledad urbana. De acertar con una cámara libre y sinuosa por unos senderos arriesgados y transgresores. REPULSION mantiene, por tanto, su vigencia y posibilidad de múltiples y contrapuestas lecturas. Lo importante es que, varias décadas después, su fuerza sigue inalterable como logro cinematográfico.
Calificación: 4
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