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CINEMA DE PERRA GORDA

TESS (1979, Roman Polanski) Tess

TESS (1979, Roman Polanski) Tess

Creo que a la hora de valorar la desigual filmografía de Roman Polanski con la debida distancia habría que olvidarse en buena medida de los rasgos que en su momento fueron considerados para ensalzarla y que el propio cineasta ha ido abandonando de forma intermitente. Es decir, no son mejores algunos de sus films por adentrarse en temáticas tortuosas y malsanas –LUNAS DE HIEL (Lunes de fiel. 1992)- que otros en los que el polaco se dedica a lo que debe aspirar todo hombre de cine; dirigir bien –CHINATOWN (1974)- ¿Qué en ocasiones ambas vertientes –mundo personal e impecable factura fílmica- coinciden con armonía –EL PIANISTA (The Pianist, 2002)-? Pues mejor que mejor. En cualquier caso estimo que es hora de recuperar la obra de Polanski sin esas anteojeras que pueden en ocasiones impedir el separar el polvo de la paja.

Creo que ese fue el caso que sucedió con TESS (1979) en el momento de su estreno. Aunque galardonada incluso por la academia de Hollywood –estoy convencido que fue valorada más en su condición de “gran producción” que en sus intrínsecas cualidades-, quedan testimonios sin embargo de la relativa frialdad con que fue recibida por aquellos sectores críticos que anteriormente había “santificado” su obra y veían traicionados sus propios esquemas de cómo debía de ser la andadura como director de Polanski. Es por ello que la consideración de esta película siempre fue relativa, máxime en un periodo en el que cualquier producto era -en líneas generales-, analizado en mayor medida por lo que contenía que por su puesta en escena. En esa tesitura era hasta cierto punto casi obligada la tibieza con que fue recibida este –me apresuraré a dar mi opinión-, excelente melodrama, en un periodo en el que además le reivindicación del género aún era muy incipiente. Es por ello que se olvidó valorarla como lo que en realidad es: una lección de buen cine.

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Afortunadamente, su reciente edición en DVD ha permitido a los aficionados acercarnos un cuarto de siglo después de realización a las enormes virtudes de TESS, una película que ha resistido con enorme soltura la inclemente prueba del paso del tiempo. Personalmente la tendría que considerar junto con la ya citada EL PIANISTA –y quizá REPULSIÓN (1965)-, entre lo mejor que he visto de la obra de Polanski. Un realizador por el que paradójicamente no he tenido jamás especial apego en su personalidad, pero que reconozco me gusta en buena parte de los títulos suyos que hasta la fecha he podido contemplar. Afortunadamente en el caso que nos ocupa su interés prende en el espectador desde sus primeros compases –ese largísimo plano que se inicia en plenos títulos de crédito y que muestra el paso de una procesión en pleno campo hasta encontrarnos con el encuentro del padre de Tess y un sacerdote que le induce a pensar que pertenece por herencia a la familia de los d’Uberville-.

Basada en una de las más prestigiosas novelas de Thomas Hardy –especialista en obras literarias de ambiente victoriano-, considero que más allá de su propia configuración histórica, melodramática y crítica con la sociedad que retrata, TESS se ofrece cinematográficamente como la lucha de un personaje perfectamente integrado y criado en un entorno natural por evadirse de las convenciones sociales que a de una forma o de otra quieren anular su personalidad. Es así como el personaje que encarna Nastassja Kinski es mostrado a través de una caligrafía fílmica caracterizada por un carácter telúrico. A partir de una excepcional fotografía e iluminación (Geoffrey Unsworth y Gislain Cloquet, galardonados con un Oscar por su trabajo) –y este es un ejemplo perfecto para calibrar como separar una fotografía preciosista o esteticista (para entendernos, lo que un profano señalaría como “preciosa fotografía”) de otra en la que su profunda belleza emerja por necesidad del relato-, Polanski logra con la plasmación visual de esta película una de sus más altas cotas de su filmografía. Con un perfecto, reposado sentido del ritmo, las más de dos horas y media de duración de TESS se hacen cortas, puesto que prácticamente no sobra un solo plano en su metraje. Tal es el poder de condensación –la presencia reiterada de ese caballo blanco para recordar en determinados momentos al ausente padre de Tess en la parte final del film-, composición en sus planos, la relación de los actores dentro del encuadre –un ejemplo al azar; en el primer encuentro entre Tess y Alec cuanto estos se declaran como supuestos familiares se abandona el plano/contraplano y ambos se incorporan juntos en un mismo plano-, o la presencia de esa elipsis que en ningún momento nos muestran en pantalla las diversas muertes que se suceden, proporcionando una mayor fuerza dramática en su ausencia.

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La historia de la película se centra en la andadura de su protagonista, que muy pronto traba contacto con los auténticos depositarios del apellido d’Uberville –lo han comprado para adquirir con el mismo una cierta relevancia social que su dinero por sí solo no puede ofrecer-. En ese contacto Tess provoca la fascinación del heredero de la misma, que se enamora locamente de ella y la deja embarazada sin que él lo sepa. La joven retorna a casa de sus padres y allí da a luz a un hijo que muy pronto muere por enfermedad sin lograr que sea enterrado en tierra consagrada, lo cual provoca su ruptura con la Iglesia. Poco después se pone a trabajar en una casona, donde conoce al joven y atractivo Angel Clare (Peter Firth) con quien finalmente se casará. Sin embargo la relación no logra consolidarse cuando esta le confiesa la experiencia de su perdido hijo, noticia que hace que este abandone a Tess marchando a Brasil y provocando que esta prolongue su andadura hasta que finalmente encuentra de nuevo a Alec. Pese a su rechazo en este reencuentro finalmente accede a que el acaudalado granjero sea su amante. Pasado el tiempo el joven esposo retorna y logra encontrar a Tess, rechazando esta inicialmente volver con él. No obstante el sentimiento que aún alberga llevará a la protagonista a matar a Alec y retornar con su marido en una huída que sabe no va a tener ninguna continuidad y solo queda como un último gesto de rebeldía. Finalmente Tess será encontrada por la policía de la época en unas ruinas megalíticas, finalizando su lucha contra una sociedad que quiere ahogar un ser lleno de afán de libertad.

Un ser además que encuentra en la belleza y la sensualidad de Nastasja Kinski una encarnación idónea. Tal es así que por momentos la entonces joven actriz parece haber nacido para encarnar este personaje, en una de las muestras más claras que en las últimas décadas ha ofrecido una actriz en la vertiente de sensualidad cinematográfica.

Como antes señalaba, TESS se impregna en el espectador por su sentido telúrico, que tiene cotas de especial intensidad en momentos tan hermosos como la secuencia que tiene lugar en el jardín de los d’Uberville en donde el rostro de Tess se encierra entre rosas y fresas ante la mirada enamorada de Alec; el instante en el que la joven incorpora una sencilla cruz y un ramo de flores ante la tumba anónima de su pequeño hijo o aquel intenso momento en el que tras una huída la protagonista se derrumba en pleno bosque, pasando ante ella un cervatillo y diciendo “todo es vanidad”. Prácticamente todos los momentos de esta hermosa película aparecen tamizados por la bella impronta y sabiduría narrativa de Polanski, que otorga la debida modulación, planificación y composición plástica, siempre destacados por su extrema sensualidad. Un aspecto al que hay que añadir la belleza de la partitura ejecutada por Philippe Sarde, una impecable ambientación que respira veracidad por todos sus poros y un ritmo reposado que apenas tiene altibajos.

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Ciertamente cabe oponer pocos reparos al logro de esta película. Señalaría únicamente tres de no muy amplia significación. Por un lado las limitaciones que ofrece el por otro lado aplicado Peter Firth en su encarnación del marido de Tess –hacía falta un intérprete menos blando-. Al mismo tiempo cabe resaltar el efectismo que supone el instante en que nuestra protagonista descubre que la carta que ha escrito a Angel contándole su “pasado oculto” no ha llegado a sus manos –un destello de sol impregna la pantalla-. Finalmente, cabe oponer que en una producción de tan generoso metraje –que reitero se sobrelleva sin fisuras-, resulta algo descompensado que cuando el esposo de Tess regresa y lee las cartas que le ha ido enviando su mujer dicha secuencia transcurra con tanta rapidez.

Son pequeñas limitaciones de un film realmente hermoso, que me ha sorprendido en sus cualidades, que confirma el hecho de que una superproducción en ocasiones da como resultado grandes títulos y que incluyo sin reservas entre las mejores películas de la década de los setenta.

Calificación: 4

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