PIRATES (1986, Roman Polanski) Piratas
Recuerdo que, en el momento de su estreno, PIRATES (Piratas, 1986. Roman Polanski), fue acogida con una generalizada frialdad. Fue algo, mirado con cierta perspectiva, esperable. Polanski se encontraba varios años ausente de la actividad, tras el rodaje de la excelente TESS (Idem, 1979), una de sus mejores películas. Es por ello, que después de un laborioso lapsus temporal, en el que se desarrolló el accidentado ciclo de producción y, ya posteriormente, el rodaje de la película, fue hasta cierto punto comprensible, que muchos críticos y seguidores de la obra del cineasta polaco, se sintieran defraudados, ante esta festiva revisitación, del universo de las películas de piratas, que se adueñaron del cine clásico durante décadas. El paso de los años, creo que ha atemperado ese relativo rechazo, permitiéndonos, por un lado, valorar con mayor distancia, los valores -que los tiene- de una superproducción que, desde el primer momento, se percibe que deseaba caminar, bastantes pasos por delante, del infantilismo que predominaba en la producción más o menos comercial de aquel tiempo. En definitiva, Roman Polanski intentó con PIRATES, reeditar de alguna manera, esa mirada irónica que, bastantes años atrás, había experimentado con las convenciones del cine de terror, en THE VAMPIRE KILLERS (El baile de los vampiros, 1967), trasladando en esta ocasión dicho desmonte, al ámbito del cine de piratas. El resultado, a más de tres décadas de su realización, se revela a mi juicio, sumamente interesante.
La película, se iniciará de manera muy atractiva, mostrando a la pareja protagonista, tripulando una andrajosa balsa, en medio del océano. Ellos son el veterano capitán Thomas Bartholomew Red (Walter Matthaw), y su joven ayudante, el francés Jean-Baptiste, The Frog -La rana- (Cris Campion). Ambos se encuentran en una situación desesperada, planteándose el veterano pirata, asesinar al muchacho para empezar a devorarlo, acuciado por el hambre. El avistamiento de un enorme velero, propiciará que esa trágica decisión de Red se lleve a cabo, insertándonos en el entorno de una descomunal nave -cuyo cuidado y escultórico diseño artístico se nos mostrará-, introduciéndonos en la colectividad de un velero español, donde toda su tripulación se encuentra presente, contemplando el castigo de uno de sus marinos. Será todo ello, un magnífico bloque inicial, que sirve para anticiparnos, en el tono que Polanski desea introducir su película, y que estimo fue el motivo de que la misma no albergara un gran éxito. En su oposición, inserta en medio de superproducciones de marcado carácter pirotécnico, el director de REPULSION (Repulsión, 1965), pronto nos traslada a un relato, en el que la combinación por el respeto a la tradición del género, el intimismo, pequeños matices irónicos, y la apuesta por un ámbito, en ocasiones inserta en una determinada querencia fantastique. Todo ello, conformará un conjunto atractivo y bien trabado, que sabe oscilar a la hora de inclinarse por uno u otro contexto, y que encuentra no solo un extraño equilibrio es su desarrollo, sino que, al mismo tiempo, conecta con facilidad con el mundo expresivo y narrativo del cineasta.
A partir de ese estupendo episodio inicial, la incorporación de la pareja protagonista en la cotidianeidad de dicha nave, pronto se trasladará en la mente del personaje encarnado con tanta brillantez por Walter Matthaw, la posibilidad de revertir la autoridad de la nave, y asumir el mando de la misma. Para ello, la oportuna presencia de una rata -que matará con su pata de palo-, servirá como referencia para provocar un motín, que inicialmente será sofocado por el mando español de don Alfonso de la Torré (Damien Thomas), pero que, en un momento dado, permitirá a nuestro veterano pirata, hacerse con el mando, sobre todo, con el objetivo puesto en apropiarse de ese trono de oro, que se custodia como el tesoro que es, en la nave. A partir de ese momento, PIRATES se dirimirá en una constante partida de ‘ping-pong’, dentro de un relato festivo, en el que se ausentarán los pasajes románticos -el enamoramiento de Jean-Baptiste con la joven Maria-Dolores (Charlotte Lewis)-, y aquellos otros, en los que la iconografía del universo pirata, se encuentra bien presente -las secuencias que se desarrollan en esa taberna que comanda Dutch (Roy Kinnear)-.
En cualquier caso, en un conjunto en el que, personalmente, solo me resultan poco convincentes los minutos finales -carentes quizá de esa necesaria épica-. En el que la banda sonora de Philiph Sarde no siempre envuelve con pertinencia el relato. Y en donde se insertan dos extrañas elipsis, para un relato dominado por una narración lineal, uno se queda con ciertas secuencias, muy ligadas a ese universo turbulento y transgresor del cineasta. Podemos hablar de ese gusto del detalle, en ocasiones tamizada de comedia -las divertidas circunstancias, relativas a la pata de palo que, inicialmente, porta-. En su querencia acertada por la comedia -el impagable episodio casi final, en medio del mar de la bahía, de los dos protagonistas, acogiendo casi de manera surrealista el trono de oro, sostenidos únicamente con una enorme cadena. El universo de Laurel & Hardy, se encontrará más presente que nunca en la película o, en su defecto, el de Jack McGowgran y el propio Polanski, heredado de la ya mencionada THE VAMPIRE KILLERS-. Pero, sobre todo, como antes señalaba, en episodios dominados por esa extraña crueldad. Algunos tamizados por un matiz irónico -la secuencia en la que don Alfonso hace comer la rata motivo del motín, a la pareja protagonista, en medio de un banquete; o el episodio en el que el viejo noble que se encuentra en su fortín, intenta dar órdenes desde la cama -amenazado por un escondido Red, quien no dejará de apretar su pie gotoso, cada vez que este intenta desviarse de todo aquello que se ha ordenado le señalen-.
Sin embargo, hay un pasaje, incorporado en la película casi de manera secundaria, en el que a mi modo de ver se encuentra lo mejor de la misma, dando la medida de esa especial turbulencia que caracterizó el mejor cine de Polanski. Me refiero, a la plasmación de los últimos momentos del anciano responsable del navío, descritos junto al sacerdote, en donde lo irónico, se dará de la mano con la aterradora realidad, de la cercanía de la muerte.
Calificación: 3
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Teo Calderón -