SEVEN DAYS TO NOON (1950, John & Roy Boulting) Ultimátum
En la cotidianeidad de la vida londinense de posguerra, un sobre se introduce en el buzón de 10 de Downing Street. Este será el percutante inicio de la magnífica SEVEN DAYS TO NOON (Ultimátum, 1950). Supondrá una de las ocasiones, en las que el valioso tándem formado por los hermanos John y Roy Boulting -ambos directores, guionistas y productores- firmaron al unísono una de sus películas -por lo general, Roy se prodigó más en las tareas de realización-. Todo ello sucederá, en el periodo previo al que ambos hermanos, se definieron por una sucesión de agudas sátiras, características de la comedia británica, bien entrada la década de los cincuenta. Por el contrario, nos encontramos ante una producción severa y ambiciosa, magnífica mixtura de los confines que iban a definir la ciencia-ficción cinematográfica en Inglaterra, acertando en una insólita simbiosis, de diversas corrientes o géneros, inherentes el cine de las islas.
Ya su propia secuencia de genéricos, en cierto modo, tanto por la planificación de la vida diaria londinense, la disposición de sus títulos de crédito, e incluso el original fondo sonoro, propuesto por John Addison, estoy convencido que fueron tenidos muy en cuenta por Alfred Hitchcock, cuando decidió configurar -junto a la colaboración de Saul Bass y Bernard Herrmann- la afilada presentación de su magistral NORTH BY NORTHWEST (Con la muerte en los talones, 1959). Será el preámbulo, al inicio del drama que centrará el relato, del que tendrá las primeras noticias el superintendente Folland (un extraordinario Andre Morell), tomando con relativo escepticismo, la carta enviada al primer ministro inglés; si en una semana no anuncia la renuncia a la fabricación de armas atómicas, el firmante de la misma -el profesor Willingdon (espléndido Barry Jones), activará una bomba que destruirá el parlamento inglés y, con ello, la onda expansiva se extenderá a buena parte de Londres. Las primeras pesquisas, casi formularias, le irán centrando al entorno de la vida cotidiana del científico, comprobando con horror, que este ha huido de su entorno universitario y familiar, lo que proporcionará más credibilidad al siniestro aviso.
A partir de ese momento, SEVEN DAYS TO NOON se irá articulando dentro de la sucesión de jornadas que llevarán a la fecha límite de la amenaza, en una perfecta gradación de un crescendo cinematográfico, utilizando para ello diferentes elementos, consustanciales a las mejores corrientes del cine inglés. Una de ellas, su corriente realista que, por un lado, nos permitirá un magnífico documental de ese Londres que con rapidez, se ha recuperado del trauma de la II Guerra Mundial. Las imágenes del film de los Boulting, respiran autenticidad, pero en sus aterradoras imágenes casi de conclusión, con esa ciudad prácticamente desierta, no dejan de preludiar, posteriores y prestigiadas experiencias, puestas a punto en USA -de ON THE BEACH (La hora final, 1959. Stanley Kramer) a THE WORLD, THE FLESH AND THE DEVIL (1959, Ranald MacDougall)-, hasta en el propio cine británico, a cargo de Peter Watkins. Ello, por no citar, las referencias cinematográficas, que nos podrían brindar, de las fantasmagóricas imágenes urbanas, que nos ha ofrecido el muy reciente COVID-19. Por otro lado, la película acierta en su precisa descripción de caracteres, en plena prolongación de esa querencia de aquella cinematografía por el drama psicológico -a fin de cuentas, la piedra angular de su cine-. Todos y cada uno de sus personajes, incluso los más episódicos y chocantes, albergan ese fondo de credibilidad dramática a sus espaldas. Como esa casera chismosa, siempre con el cigarro en la boca, que alquilará una habitación al científico llegado a Londres para llevar a cabo su plan, que sospechará y se atemorizará, de los pasos que escucha de su nuevo inquilino, bien entrada la noche, viviendo una secuencia, directamente ligada al gótico cinematográfico británico. O esa actriz ya desahuciada, que acogerá a Willingdon en su casa y que, de manera inesperada, tendrá que vivir junto a él, sin poder escapar, la angustia de la cercanía de la detonación.
Hay un elemento que, a mi modo de ver, se inserta en la película, y que en algún momento considero no articula siempre con acierto el contrapunto en el relato, y es la presencia de elementos irónicos y humorísticos en determinados momentos -prueba del cual sería la conclusión final de la película, tras un climax de extraordinaria fuerza-. En cualquier caso, será una pequeña objeción, para una película que funciona a la perfección, con la implacable precisión de su mecanismo de relojería. Que tiene el acierto de plasmar a ese científico desquiciado con la suficiente humanidad -lo que no excluye que, en ciertos momentos, se le describa con cierta aura amenazadora-, al tiempo que desarrollará con enorme sentido del detalle -y sin subrayados- el cerco que las autoridades van ejerciendo en su búsqueda -esos grandes cartelones con su imagen, cada vez más omnipresentes, la creciente cercanía de los miembros del ejército, la casualidad de que su hija y su novio, lo contemplen casualmente-.
Lo cierto es que la diversidad de estilemas narrativos que plantea SEVEN DAYS TO NOON, se incardinan con tanta precisión, como naturalidad. Todo obedece a un encomiable sentido de la lógica, en el que la adopción de unas u otras características, están engarzadas con guante de hierro, permitiendo que una intriga en el fondo de tan sencilla efectividad, se vea enriquecida por esos quiebros y variaciones tonales, que en un momento dado adquieren un insólito verismo, en otros se centran dentro del ámbito del suspense, en el contexto de la política-ficción -las secuencias que revelan las decisiones del primer ministro y su gabinete-, en otros alberguen una extraña sensación de cercanía dramática o, por decirlo de otro modo, de traslación de los marcos habituales en el cine inglés, a la hora de plasmar esas historias cotidianas, con personajes sencillos, pero al mismo tiempo llenos de matices en sus enunciados.
Poco a poco, día tras día, la amenaza que plantea el film de los Boulting, se hará más angustiosa, desplegándose por un lado las investigaciones, para intentar detener al bondadoso, pero totalmente lunático científico -la primera de las secuencias de este, en el interior de una parroquia aún en estado ruinoso -tras los bombardeos de la guerra-, adquiere un aura casi fantasmal-. Es lógico, que esa tensión se acentúe cuando la fecha se acerca, y podamos contemplar como el ejército al mando del gobierno, articule una operación de desalojo, tan extenuante como impecablemente realizada, estando presente en todo momento la sempiterna flema británica -veremos cómo se salvaguardan la corona inglesa, estatuas, obras de arte...-. Y todo ello, ayudado por la excelente y verista fotografía en blanco y negro de Gilbert Taylor, y un fondo sonoro que, fundamentalmente, prosigue dicho sendero. Todo ello, hasta llegar a esas secuencias ya descritas, en el entorno de un Londres desierto, en el que solo deambularán las fuerzas de seguridad, contemplando el espectador como poco a poco, casi por descarte, se van a acercando al cada vez más asediado científico -en una serie de secuencias, que me recordaron no poco el asedio vivido por Peter Lorre en M – EINE STADT SUCHT EINEN MÖRDER (M, el vampiro de Düsseldorf, 1931. Fritz Lang). De manera paulatina, este se verá localizado, de nuevo, en el interior de esa iglesia en ruinas, describiéndose en el recinto sagrado una dolorosa catarsis, en cuanto a las últimas acciones de ese científico que, pese al daño que está a punto de provocar, no deja de suscitarnos conmiseración, y absolutamente aterrador, en la culminación de su suspense, merced a un asombroso montaje de primeros planos y detalles, en los que como espectador, llegamos a sentir en carne propia, la cercanía del horror de nuestra propia aniquilación.
En definitiva, además de sus intrínsecos valores cinematográficos, SEVEN DAYS TO NOON aparece más allá de ser una obra magnífica, como un valioso precedente, de una corriente, que tuvo una posterior prolongación, de manera muy especial en el cine norteamericano. Realizadores como John Frankenheimer o Sidney Lumet, estoy seguro que, en su momento, dieron buena cuenta de ella, y no les faltaba razón.
Calificación: 3’5
3 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
Juan Manuel -
Buen detalle el montón de cosas abandonadas ordenadamente en la estación que pertenecen a personajes que se han visto brevemente: mascotas, una raqueta de tenis o el cartel apocalíptico.
Bien señalado que pudieron influir en Hitchcok los títulos de crédito. Totalmente de acuerdo. No lo tengo tan claro con Frankenheimer Me fijaré.
Luis -