THE BEGINNING OR THE END (1947, Norman Taurog) ¿Principio o fin?
Algún día habrá que plantearse, efectuar una especie de recopilación de títulos, entre los que se estableciera el corpus de las obras más extrañas del cine americano. Extravagancias de Sternberg –THE SCARLET EXPRESS (Capricho imperial, 1934), ANATHAN (1954)-, rarezas de William A. Wellman –THE NEXT VOICE YOU HEAR … (1950), TRACK OF THE CAT (1954)-, de Frank Borzage –STRANGE CARGO (1940)-… En realidad, ese recorrido aparece definido por dos referencias muy concretas. De un lado películas que se definen por su extrema libertad en la utilización de recursos cinematográficos, y por otro propuestas que abordan senderos argumentales y temáticos escasamente tratados. En esta última vertiente cabe introducir un extrañísimo y, mucho que temo que olvidado proyecto, con el que Metro Goldwyn Mayer introdujo una especie de justificación, de uno de los episodios más decisivos, y al mismo tiempo cuestionados, de la II Guerra Mundial. Precisamente la narración del proceso que culminó con el disparo de la bomba de Hiroshima –curiosamente, la película deja de lado la inmediatamente posterior de Nagasaki-, el 6 de agosto de 1945, que costó decenas de miles de víctimas –las cifras hablan de entre setenta y ochenta mil muertos-, ordenada por el presidente Harry Truman, y que más de siete décadas después del traumático hecho, todavía sigue generando controversia, en torno a una tragedia para miles de familias, que no pocos siguen considerando fue innecesaria.
Era evidente que solo el estudio más conservador de Hollywood, la Metro Goldwyn Mayer, se podía ofrecer una versión más o menos justificativa de una decisión tan cruenta, que intuyo se mantendría muy de cerca en las malas conciencias de una parte considerable de la opinión pública norteamericana. Lo insólito, sin embargo, es que dicha justificación, se planteara a través de una extrañísima producción, que aúna en su seno los más conocidos clichés de dicho estudio en su vertiente de crónica bélica y de estilema romántico, embridando con ello una infrecuente propuesta, que casi de un plano a otro, oscila entre la retórica más pueril y la sensibilidad cinematográfica. Lo cierto es que THE BEGINNING OR THE END (¿Principio o fin?, 1947. Norman Taurog), aparece sobre todo como una propuesta “de estudio”, en el que la firma de ese discreto artesano que fue Norman Taurog, aparece casi como una nota a pie de página. Es curioso señalarlo, pero en el extenso aunque demoledor recorrido que Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon dedicaron al cineasta en su imprescindible “50 años de cine norteamericano”, ni siquiera se cita esta película, que intuyo en su momento no logró la más mínima repercusión, aunque en ella se aunaran buena parte de los más significativos profesionales del estudio –tanto técnicos como a nivel de reparto-. En cualquier caso, es oportuno señalar que, tanto a nivel de su representatividad dentro de la historiografía, como en la singularidad que brindan, tanto sus instantes más estereotipados, como aquellos que, de manera sorprendente, destilan una rara sensación de autenticidad, nos encontramos con un título que intuyo no contentó a nadie.
El primer detalle que nos revela lo insólito de la película, es su propia condición como relato de la carrera atómica norteamericana, destinada a ser contemplada por los habitantes de la tierra dentro de cinco siglos… si todavía estos siguieran existiendo. Así pues, la secuencia de apertura se iniciará con una panorámica descendente sobre un árbol de extraordinarias proporciones, deteniéndose en una capsula conmemorativa introducida dentro de un receptáculo, creado para ubicar esa película que relatara el proceso de la obtención de la energía atómica, mientras en Alemania los nazis pretendían similar objetivo. La secuencia servirá para presentarnos a los protagonistas del proceso, que posteriormente iremos identificando en el devenir de la filmación. Una vez introducida en el recinto que se cubrirá con una placa conmemorativa, se iniciará la que en realidad será la película creada para el futuro, y que centrará el resto de la propuesta –títulos de crédito incluidos, el pasaje anterior es mostrado con los modos de un documental-. Y a partir de ese momento, con una combinación en la narración de hechos y situaciones, utilizando para ello elementos del cine de intriga y crónica bélica, se describirá ese proceso por el cual, a partir de los deseos de Roosevelt, los Estados Unidos se encaminaron en una carrera atómica de trágico y buscado desenlace, que su sucesor Truman –a quien curiosamente solo de mostrará de espaldas y entre sombras, probablemente queriendo evitar su personalización, al ser el mandatario en activo, en el momento de realización del film- decidió finalmente el lanzamiento de la primera bomba atómica, cara lo que en teoría sería una conclusión más próxima de la lucha mantenida con el ejército japonés, evitando con ello la supuesta pérdida de miles de víctimas del ejército americano.
Desde entonces, el film de Taurog oscila en ese intento de inmediatez, utilizando para ello con cierta presteza, recursos tan eficaces como el montaje y la sobreimpresión, que contribuyen a esa sensación de crónica documental, ayudados por una voz en off, que en no pocos instantes interpreta los acontecimientos narrados, buscando en ellos la oportuna interpretación. Es evidente, por otro lado, que en ese recorrido en torno a la carrera atómica, mostrado de manera coral por las diferentes vertientes que aglutinaron el proceso –científicas, militares y gubernamentales-, Taurog utiliza no pocos tópicos y estereotipos, sobre todo a la hora de la presencia de diálogos bastante previsibles, y algunos de ellos enojosos, empeñados en subrayar la oportunidad que alberga el espectador, de asistir a instantes supuestamente “importantes”, que son mostrados en su aparente intimidad. Pero pese a todo ello, THE BEGINNING OR THE END integra un extraño elemento romántico, en el que se da cita a mi modo de ver, lo mejor y lo peor de la película. Lo formará la presencia del joven físico Matt Cochran (Tom Drake, blando galán entonces de moda en el estudio), en todo momento unido a su joven esposa Anne (Beverly Tyler). Será este el personaje sobre el que se formularán en la pantalla, el prejuicio del científico, a la hora de implicar su talento y saber en una escalada militar. Todo ello, dentro de un relato, que se ofrecerá con los modos del Reader’s Digest, permitiendo al espectador asistir a momentos íntimos y de supuesta importancia posterior en el devenir de la historia.
Es así como veremos los consejos de Albert Einstein a la hora de facilitar el indicio de esa carrera para adelantar la escalada nazi. Las dudas de Roosevelt a la hora de dar las órdenes oportunas para llevar a cabo el proyecto en secreto. Las instrucciones militares, la disposición de las grandes empresas del país, las pruebas… Todo un catálogo de lugares comunes que, justo es reconocerlo, oscilan en su expresión fílmica, entre lo absolutamente convencional, e incluso lo chirriante –la sobreimpresión de la figura de Matt junto a su mujer, ante el monumento a Lincoln, que cerrará la película-. Sin embargo, junto a ese recurso a las convenciones tan propias de un estudio como la Metro, no sería justo omitir la presencia de momentos definidos en su sensibilidad e incluso su fuerza dramática. Lo hará dentro de la extraña mixtura que preside THE BEGINNING OR THE END, en la que se plantea un relato metacinematográfico, y en el que en algún momento podemos atisbar ciertas influencias del policíaco de raíz documentalista, que tanto éxito tenía en aquel tiempo en la 20th Century Fox. Todo ello englobará un relato, en el que en todo momento se tiene la sensación de incomodidad y de intentar lavar la conciencia, en torno a un suceso de sobrecogedoras consecuencias.
Así pues, integrado un cúmulo de situaciones estereotipadas, y no pocos diálogos dominados por el convencionalismo más ramplón, no es menos cierto que en bastantes ocasiones, despunta esa otra película que por momentos eleva su conjunto, y en la que se deja de lado la convención y la mala conciencia, para dejar entrever ese drama que, perfectamente, podría haber llevado a cabo el gran Frank Borzage, quizá el cineasta ideal, para haber trascendido esta curiosa extravagancia a una altura inusitada. Retengamos secuencias tan hermosas, como la que describe en el over narrativo la muerte de Roosevelt –probablemente el pasaje más logrado del conjunto-, la secuencia en la que, tras una inesperada radiación, Mark asume con lágrimas en los ojos, su casi inminente muerte, o el dolor que se describe cuando Anne intuye en el aeropuerto que su esposo ha muerto. Es evidente que el aporte en torno al joven y finalmente truncado matrimonio Cochran –por más que permita su supervivencia, por medio del embarazo de la esposa, que ella no habrá anunciado al físico, pero que este intuirá sutilmente-, es el que aportará un rasgo de romanticismo, a ratos bastante periclitado, pero en otros momentos, brindando un contrapunto a ese enfoque físico y realista que domina sus instantes más duros. Y entre ellos, no podemos dejar de destacar la tensión que se vive en la prueba, presidida por una extraña pirámide de ladrillos, a la hora de obtener átomos de plutonio. La presteza en el montaje del episodio en que se describe el proceso de construcción de un poblado para realizar la bomba atómica. La enorme fuerza que preside el fragmento en el que se realiza dentro de una zona desierta, en Alburquerque, el ensayo de un disparo atómico –que tuvo lugar el 16 de julio de aquel año-, en medio de una noche que inicialmente despliega una peligrosa tormenta, y que obligará a postergar el disparo, con el previo desalojo de la población más cercana, sin ofrecerles explicaciones. O, como no podía ser de otra manera, el dantesco espectáculo del disparo de la propia bomba desde el avión Enola Gay, minutos después de celebrarse un fantasmagórico oficio religioso matinal, dominado por velones que anticipan el alcance fúnebre de su objetivo.
Sería fácil cuestionar THE BEGINNING OR THE END, atendiendo a un sesgo ideológico prefijado de antemano, o a la retórica que desprenden algunos de sus instantes en apariencia cumbres. Sin embargo, como sucede tantas ocasiones en el cine, hay que saber separar el trigo de la paja, y sin encontrarnos ante un título especialmente memorable, más allá de su propia singularidad como tal propuesta, esconde entre el engolamiento y el convencionalismo de sus momentos más olvidables, oportunas pepitas de buen cine.
Calificación: 2’5
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