IL LUPO DELLA SILA (1949, Duilio Coletti)
Tras el éxito de RISO AMARO (Arroz amargo, 1949. Giuseppe de Santis), que convirtió en mito erótico a la adolescente Silvana Mangano, lo cierto es que el ya avezado productor Dino de Laurentiis vio el cielo abierto para la puesta en marcha de una serie de melodramas pasionales, protagonizados por la jovencísima y voluptuosa actriz, en líneas generales enmarcados en ámbitos rurales, e incorporando en ellos elementos heredados de un neorrealismo aún muy presente en el cine italiano. Así pues, un par de años después el mismo Lattuada rueda ANA (Ana) con la Mangano encarnando a una cantante devenida en monja. Sin embargo, aún situándose en fama y reconocimiento muy por debajo de ambos títulos, no tengo duda que IL LUPO DELLA SILA (1949) -rodada por esa extraña y estimulante figura del cine italiano que fue Duilio Coletti-, aparece como la propuesta más valiosa de esta trilogía de desaforados melodramas protagonizados por la Mangano, bajo la producción de De Laurentiis.
La película, prácticamente desde sus primeros instantes, con esa larguísima panorámica de casi 360 grados que, ayudada por una evocativa voz en off- describe el entorno natural de la Sila, en la Calabria italiana. Será el marco natural y casi físico, para esta historia que mezcla la tragedia y una doble intención de venganza, desarrollada en dos tiempos. El primero de ellos narra la tragedia sufrida por el joven Pietro Campolo (un joven y entregado Vittorio Gassman) componente de una familia rural de pobres recursos, que mantiene una relación amorosa oculta con Orsona (Laura Rossi), perteneciente a la acaudalada familia que comanda su hermano Rocco Barra (Amadeu Nazzari). La desgracia hace que esa noche se cometa un asesinato y, ante la falta de pruebas por parte de Pietro, este sea acusado, sin que su madre pueda probar la realidad del lugar donde se encontraba, ante el miedo de Orsona a las amenazas de su hermano. El acusado se fugará y retornará una noche a su casa para reencontrarse con su madre, protagonizando una ofensiva de los agentes de la Ley, que no solo acabarán con su vida sino, de manera accidental, también la de su progenitora.
Han pasado bastantes años. Rocco aparece mucho más maduro y más acaudalado, y en un traslado, entre la nieve, encuentra a una joven -Rosaria (Silvana Mangano)- a punto de morir congelada. La traslada a su alquería y le devuelve a la vida ante el fuego. Allí ya percibiremos los primeros instantes de la incipiente pasión por la recién llegada, que se encontraba dispuesta a trabajar como criada en otra localidad, pero que pronto se incorporará a este, en buena medida por el apoyo brindado por Orsona, la amargada hermana del terrateniente. Esa cierta nueva luz aportada en la vetusta hacienda, será percibida desde el primer momento a la llegada de Salvatore (Jacques Sernas) el joven y atractivo hijo de Rocco. Este, poco a poco, se irá sintiendo atraído por Rosaria, hasta conformar una promesa de regreso para comprometerse en unirse a ambos. Sin embargo, iremos percibiendo señales que nos revelan la ambivalencia de los sentimientos de la muchacha -se limpia los labios tras besarse apasionadamente con Salvatore-, mientras que, tras la ausencia del joven, se producirá una extraña mutación en la psicología de su padre, turbado por la voluptuosidad de la muchacha -la contempla desnudarse tras la ventana, mientras camina por el exterior durante la noche-. Por ello, le planteará incluso abandonar la estancia -ante la contrariedad de su hermana-, quizá como muestra de una inseguridad interior que, poco después, revertirá en un creciente acercamiento hacia ella, hasta el punto de proponerle un matrimonio que, de manera sorprendente, ella aceptará. El inesperado -y deseado por su parte- retorno de Salvatore, devendrá en una pronta decepción por parte del joven ante la buena nueva, aunque en un momento de especial pasión -frente a las aguas del rio- se compruebe que la atracción entre él y Rosaria no ha menguado, planteándose el deseo de ambos de huir del entorno de su padre. Decididos a ello, llevarán a cabo sus planes. Pero el atavismo de la muchacha no podrá dejarla tranquila. Ni tampoco ese fiel perro que, hace ya tiempo, salvó su vida, y que desde entonces se ha venido convirtiendo en su fiel compañero de existencia.
Antes de comentar esta magnífica IL LUPO DELLA SILA, tengo que hacer una precisión. La copia en DVD que he visionado, presenta una duración de menos de 80 minutos, que igualmente sucede con las copias digitales llegadas de otros países, mientras que la duración real estipulada es de casi veinte minutos más -95-. Es evidente que en el relato contemplado se observan algunos saltos de imagen bastante abruptos, destacando entre ellos el corte que se produce tras la secuencia desarrollada en la feria de la población, de los que se deduce que esas amputaciones están producidas en función de copias de exhibición en otros países. Y, sin embargo, pese a ello, nos encontramos ante una película magnífica, en la que esa duración tan limitada va aparejada con una creciente densidad en su desarrollo, sin altibajo dramático alguno. Ya desde sus primeros fotogramas se extiende sobre toda ella una de sus principales cualidades; la profunda, casi onerosa importancia que albergan los exteriores naturales de Calabria que, a los modos de un western, ejercen por momentos como manto de serenidad -esa hermosa panorámica vertical que, de manera elegante sobre el río, describe la llegada del deshielo- y en otros se erige en ámbito para el enfrentamiento y la tragedia. Algo a lo que ayuda la precisa elección de encuadres por parte de Coletti -en algunos casos, con una iconografía cercana a lo gótico y al cine de terror- e, igualmente, la extraordinaria iluminación en b/n de Aldo Tonti, capaz de insuflar garra en sus siempre contrastado y oscura iluminación.
A partir de ese punto de partida, el relato propone una auténtica sucesión de sugerencias e intenciones, y en ella se encuentran insertas no pocas referencias, que podrían ir desde la literatura de Eugene O’Neill, hasta el REBECCA (Rebeca, 1940. Alfred Hitchcock) -la hermana resentida por su trágica vivencia de juventud, deviene un claro trasunto rural de la institutriz de aquella inolvidable película-. Lo brillante del film de Coletti reside en mantener casi en todo momento esa capacidad de sugerencia, ambivalencia e intención, en medio de unos personajes que logran trascender el supuesto estereotipo de su punto de partida, para ir enriqueciéndose con las sugerencias de su guion -elaborado por una amplia nómina de colaboradores, entre los que se encuentran Mario Monicelli y Steno- y potenciados de manera destacada por la intensidad de la puesta en escena de un entregado Coletti. Lo percibiremos en la trágico y melodramático primitivismo de sus minutos iniciales. En la turbación erótica que ofrecen los instantes en los que Rocco desnuda a Rosaria para descongelarla. En la sutil sensación que esta siente al visitar la feria de la localidad, caminando a contracorriente del resto de lugareñas, todas vestidas con pañuelo blanco, y ella con otro multicolor. En la fuerza evocadora que reviste el instante en el que escucha el auca de la tragedia vivida por su madre y hermano, tras la cual la cámara desciende a alguien que está tirando petardos, hasta que la misma asciende de nuevo para mostrarnos a Salvatore. En la mirada siempre inquisidora de la eternamente enlutada Orsona, planeando de manera secreta vengarse de ese hermano que le arruinó la vida en su juventud. En la fuerza que reviste la secuencia en la que Rosaria visita la cabaña abandonada y fantasmagórica, en cuyo exterior se encuentran las cruces de los dos familiares que perdieron la vida en la tragedia del pasado -en ese momento, tendremos la certeza de que se trata de aquella niña que contemplaos en los minutos iniciales del relato-, siendo visitada por Rocco, que le conmina a abandonar el entorno e invitarle a que no regrese. En la rivalidad entre padre e hijo que revestirá el anual concurso de leñadores, donde Salvatore exteriorizará la rabia que siente al conocer que Rosaria se ha prometido con su progenitor. O, en definitiva, en la catarsis que describen los minutos finales junto al lago, donde todos y cada uno de sus personajes abrirán las puertas de su destino -para el padre ya inexistente- aunque, al mismo tiempo, en el fondo ninguno de ellos tenga definido más que inquietantes incertidumbres, y ese perro que ha protegido a nuestra inquietante protagonista, quede finalmente solo en el encuadre, como símbolo y metáfora de un sombrío destino.
Calificación: 3’5
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