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CINEMA DE PERRA GORDA

THE CHASE (1966, Arthur Penn) La jauría humana

THE CHASE (La jauría humana, 1996. Arthur Penn) es, antes que nada, un film fruto de su tiempo. Para lo bueno y lo menos bueno. Su propio look visual y su espectacular reparto nos lo transmite. También su propia naturaleza discursiva -recordemos al año siguiente la presencia de la menos referenciada HARRY SUNDOWN (La noche deseada, 1967. Otto Preminger), prolongando una vertiente que ya había tenido acto de presencia durante años precedentes en ese cine norteamericano en periodo de acelerada mutación. Y es, al mismo tiempo, una propuesta de productor, lo cual de antemano no ha de ser un defecto en sí mismo, pero al parecer sí se convirtió en todo un calvario para un Arthur Penn, acostumbrado en su entonces breve andadura previa, a una libertad formal de la que careció en esta película, hasta el punto de renegar de su resultado y, sobre todo, quejarse de los cortes y cortapisas vividos que, a su juicio, eliminaron algunas de sus cualidades más destacables.

Con ello no voy a incurrir en el error de dar la razón a Penn ante estas quejas, ya que, en esa señalada trayectoria previa, se encuentra un título que considero se encuentran por debajo del que nos ocupa, al menos en el lejano recuerdo que tengo de ella -THE MIRCLE WORKER (El milagro de Ana Sullivan, 1952)-. Lo cierto es que el director, tras la muy negativa acogida de MICKEY ONE (Acosado, 1965) -que, al parecer, solo admiro yo en todo el mundo- que le costó la ruptura del contrato con dos títulos que mantenía con Columbia Pictures, aceptó la propuesta de un Sam Spìegel que retornaba a Hollywood tras varios años en tierras inglesas, y aún cercano el triunfo de LAWRENCE OF ARABIA (Lawrence de Arabia, 1962. David Lean). Penn aceptó entusiasmado el ofrecimiento, aunque pronto asumió su incomodidad de trabajar en el ámbito de una gran producción, donde hasta entonces se había mantenido al margen.

Sea como fuere, THE CHASE queda como el ejemplo pertinente de un buen relato, basado en una novela de Horton Foote, contando como guionista con Lilian Hellman, y en cuyo conflictivo proceso se recurrió a otros escritores como Michael Wilson -muy ligado a Spiegel- e Ivan Moffat. La película centra su radio de acción en la localidad tejana de Tarl, cerca de la frontera de México. Tras los percutantes títulos de crédito de Maurice Binder, bien punteados con el fondo sonoro de John Barry, de inmediato se entra en acción, con la fuga de dos presos, uno de los cuales será el detonante del drama que se producirá en la población. Se trata del joven Bubber Reeves (un notable Robert Redford), al que un hecho poco claro del pasado llevó a prisión, pero al que también circunstancias apenas reseñadas han motivado a fugarse, cuando le quedaba poco más de un año de reclusión. Muy pronto, el destino y la traición de su compañero le dejará con la muerte accidental del conductor del coche que han retenido, ocasionada por este, que se dará a la fuga. La noticia de la huida y, muy pronto, la de esta muerte -que se adjudica a Bubber, ya que accidentalmente dejó sus huellas en el cadáver-, pronto se extenderá como reguero de pólvora, en un pueblo donde habitualmente no parece suceder nada, pero que de repente dejará a la luz la perezosa cotidianeidad de sus habitantes, entre los que muy pronto surgirá el lado oscuro y oculto de una sociedad en apariencia integrada en unos comportamientos intachables. Será un rasgo de personalidad, que domina con astucia el sheriff de la localidad -Calder (estupendo Marlon Brando), que no deja de manifestar a Ruby, su esposa (Angie Dickinson) el creciente hastío que le atenaza-. Y es que el conjunto de la población se encuentra sojuzgado de manera paternalista por el magnate petrolífero Val Rogers (E. G. Marshall), en buena medida por mantener como empleados a no pocos de sus vecinos. Rogers ha obligado a casar a su hijo Jake (un magnífico James Fox, sorprendente y afortunada elección de un intérprete inglés para el papel a mi juicio mejor perfilado de la película) por conveniencia, aunque éste ama secretamente a Anne (Jane Fonda), la esposa del freso fugado. Serán todo ello, los mimbres esenciales de un argumento estructurado en tres actos, que acierta en la descripción inicial de esa coralidad que se extenderá, en torno a una peripecia argumental desarrollada en unas veinticuatro horas. Esa mirada en letra pequeña de las miserias de sus habitantes, todo ello envuelto en la magnífica iluminación en color, saturada y transmitiendo temperaturas elevadas, a cargo del veterano Joseph LaShelle -aunque Penn siempre quiso contar con Bruce Surtees-, que acierta a transmitir ese estadio de malestar soterrado, que irá emergiendo llegada la noche, una vez la peripecia del fugado y la incidencia de su indeseado y casual -el fatum del destino- regreso a su población, no suponga más que el inicio a la catarsis y, en definitiva, la tragedia.

Película puente entre unos modos de Hollywood que muy pronto iban a formar parte ya de su pasado, en la entraña de THE CHASE uno no deja de evocar, en una vertiente más explícita, esos dramas de denuncia social que tuvieron enorme importancia en el cine de los años treinta, durante en la Gran Depresión norteamericana, de mano de primeros cineastas como Fritz Lang FURY (Furia, 1935), YOU ONLY LIVE ONCE (Sólo se vive una vez, 1937), u otros menos inventivos, pero encontrados en momentos de considerable inspiración -THEY WON’T FORGET (1937. Mervyn LeRoy), adelantándose a los planteamiento del afloramiento de un fascismo cotidiano, aunque trasladados a un ámbito contemporáneo, en donde el progreso se da de la mano con cierto primitivismo de alcance rural e incluso falsamente puritano -en realidad, las infidelidades matrimoniales aparecen como moneda corriente, en buena medida como terapia de choque contra el hastío matrimonial-.

A partir de estas premisas, y pese a la eterna renuencia de Penn a la hora de su consideración, THE CHASE aparece como un relato bastante bien entrelazado, ayudado por una sugestiva descripción de personajes y un brillante casting. Serán armas todas ellas con las que el realizador acierta al imbricar el estallido emocional de una población que, quizá de manera involuntaria, solo necesitaba una excusa exterior para expurgar de manera virulenta, y salir de esa atonía que, en el fondo, solo ocultaba el malestar larvado de una colectividad, en el fondo, refractaria a la convivencia.

Ya con cierta mano a la hora de tratar en su breve andadura previa a personajes convulsos y vulnerables, lo cierto es que la película, por lo general, eleva su nivel cuando su discurrir se describe en secuencias de dos / tres personajes, antes que cuando sus secuencias se adentran dentro de lo coral, que es, a fin de cuentas, donde se encuentran esas lagunas que, a mi modo de ver, impiden que su conjunto alcance esa altura generalizada que sí, por contra, se desprenden de sus mejores momentos, que no son pocos, por otra parte. Y es que el maniqueísmo alcanza con más incidencia de la debida algunos de los roles secundarios del relato. Se percibe en no pocos de ellos cierta incapacidad para albergar la suficiente ambivalencia -pienso en el esquematismo que revisten los padres de Bubber, el padrastro de Anne, o incluso la ninfómana Emily, por más que todos ellos, se encuentren recreados por intérpretes solventes-. Se desprende en ellos una casi insultante carencia de sutileza -un ejemplo opuesto lo supondrá el tratamiento del magnate Rogers, auténtico cacique local, y verdadero eje del drama existente en la población, quien por el contrario es mostrado con notable gama de matices-.

Por ello, considero que el considerable lastre, que impide que THE CHASE supere el alcance que finalmente genera, para haber podido elevarse a cuotas muy superiores de interés, lo ofrece la presencia de cuatro de los más irritantes estereotipos que ofreció el cine norteamericano de aquel tiempo. Me refiero, por un lado, al insidioso y cotilla Briggs (Henry Hull, en su último rol cinematográfico) reiterado con sus molestas presencias en subrayar situaciones con su malevolencia. Y sobre, todo, al trío de matones formado por Damon Fuller (Richard Bradford), Lem (Clifton James) y Archie (Steve Ihnat) -finalmente, ejecutor del dramático asesinato de Bubber-, quienes, más, allá de ofrecer un muestrario de esa casta de seres de psique violenta y sin entrañas, se convierten en la película en chirriantes y paródicas presencia, que no solo restan densidad al conjunto, si no que en algunas ocasiones llegan a aparecer como un ingrediente esencialmente molesto en su conjunto. Es cierto que algo de ello se mitigará en la impactante secuencia de la brutal paliza sufrida por Calder -donde Brando dio rienda suelta a su inveterado masoquismo ante la pantalla, siendo el único instante donde el grasiento Lem exteriorizará un inesperado rasgo de humanidad, al frenar a Damon en su casi asesina agresión al sheriff-.

Y esa sensación en ocasiones desequilibrada que definirá el conjunto de esta con todo, atractiva película, donde su querencia por lo excesivo resultará bastante menos valioso que su vertiente intimista, que tendrá su máxima expresión en el clímax nocturno desarrollado en una chatarrería. Allí se esconderá el fugado a la espera de ayuda, y en dicho entorno podremos vivir los momentos más intensos y logrados dl relato, en esas conversaciones ‘a dos’ y ‘a tres’, protagonizadas por Reeves, su esposa, y el entregado Jake, ya decidido a convertir a esta en su esposa. En ellas podremos percibir las dudas de la joven ante su marido preso, la lealtad del joven Rogers ante el que fuera su amigo de infancia, no dudando en intentar ayudarle, y la creciente decepción de ese preso que poco a poco irá comprendiendo que no tiene ya futuro en el que fuera su mundo, e incluso entre su esposa. En la creciente tensión allí vivida -descrita con encomiable fisicidad, ayudado por su brillante diseño de producción y un impecable montaje-, de nuevo podremos percibir el ajustado trazado del personaje del magnate, capaz de mostrar empatía tanto por la decisión última de su hijo, como en su intento de ayuda al fugado. Sin embargo, esa tendencia a lo excesivo se manifestará de nuevo con la insufrible y nada creíble presencia de una patulea de adolescentes, en realidad provocadores del tremendo incendio y la explosión posterior, que parecen sacados de la más estridente comedia playera de la época.

Por fortuna, THE CHASE culmina con dos breves y rotundas secuencias finales, tan austeras en su formulación como efectivas en su calado. Especialmente la que cierra la película, que actúa como un mazazo, en una propuesta de indudable interés, pero a la que esa cierta tendencia al efectismo limita las enormes posibilidades que se deja por el camino.

Calificación: 3

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