LA HIJA DEL ENGAÑO (1951, Luis Buñuel) La hija del engaño
Para aquellos que, como es mi caso, apreciamos la obra de Buñuel, sin incluirnos entre los exégetas de su obra, quizá nos resulte hasta cierto punto más sencillo apreciar el caudal de cualidades que atesora LA HIJA DEL ENGAÑO (1951). Quinta película rodada por el aragonés en Méjico, y adaptación cinematográfica del sainete Don Quintín el amargao, obra del alicantino Carlos Arniches y Antonio Estremera, adaptan su punto de partida en escenarios madrileños al entorno del distrito federal mejicano del momento. Ya desde sus primeras imágenes, podemos percibir las enormes limitaciones de producción de la película, algo por otro lado extensible al cine mejicano de aquel tiempo -hay un momento en que se produce un portazo y el decorado llega a temblar-. Es más, por momentos, tenemos la impresión a asistir a una traslación mejicana, de aquellas producciones que delimitaron en aquellos años la Poverty Row del lado más limitado de Hollywood.
Pero con todas esas limitaciones, LA HIJA DEL ENGAÑO ya resalta desde sus fotogramas iniciales -que servirán de presentación al personaje protagonista; Quintín Guzmán (un estupendo Fernando Soler, a quien está dispuesta la película)-. Lo hará a través de la agilidad tras la cámara dispuesta por Buñuel, en una puesta en escena entregada y dirimida a través de complejos y siempre valiosos planos secuencia, que aciertan a dinamizar un argumento de base muy escaso de fuste, al tiempo que establecer entre ellos las relaciones de sus personajes. En esos minutos de apertura se insertará la base de la tragedia de Quintín, un buen hombre, pero carente de suerte, al que el destino hará descubrir la infidelidad de su esposa. Despechado, la echará de su hogar, mientras ella le señala -para intentar que se la deje llevar- que la hija de ambos no es suya. No logrará su esposa el objetivo, pero este la abandonará en la cabaña de una humilde pareja, donde la cuidarán hasta que se convierta en una hermosa adolescente, junto a una hija auténtica del matrimonio. Pasados veinte años, y cuando la esposa, a punto de morir, ratifica a Quintin la paternidad de su hija, este se aprestará en su búsqueda, desde sus instalaciones del cabaret ‘El infierno’ que comanda, y ayudado por sus dos lugartenientes. A partir de este momento, este hombre adinerado pero amargado y matón, intentará revertir lo que para él ha sido un cúmulo de buena suerte, e intentar iniciar una nueva vida con esa hija adolescente que no conoce. Esta es Marta (Alicia Caro), que ha logrado establecer una relación sentimental con el bondadoso Paco (Rubén Rojo), y que finalmente tendrá que huir, debido a los malos tratos que le inflige su padre adoptivo. Por ello, cuando Quintín llegue hasta la vieja cabaña en busca de su hija, esta ha desaparecido.
Como se puede deducir al seguir este argumento, nos encontramos en sus momentos más previsiblemente dramáticos con un melodrama bizarro muy habitual en el cine mejicano. Sin embargo, otro de los aciertos de la película reside en su constante apuesta por una distanciación humorística, que por un lado sirve para resaltar el absurdo melodramático se no pocas de sus situaciones y, por otro, para introducir una mirada acerada en torno a las singularidades del destino, que propone nuestra existencia. Así pues, para poder paladear los placeres que proporciona una película de entrada tan modesta como esta, olvidémonos de la mediocridad de sus intérpretes -excepción hecha del notable histrión que fue Fernando Soler-, o de las ya señaladas y ostentosas carencias de producción. Por el contrario, podemos incluso deleitarnos al percibir como dos personajes tan chuscos como los torpes matones que acompañan al protagonista, pueden poco a convertirse en típicos secundarios de cualquier slapstick norteamericano. Algo a lo que igualmente se acercan las dos secuencias marcadas en la vieja cabaña, donde se busca infructuosamente a Marta, cuya conclusión aparece retomada de cualquier corto de la Keystone.
Pero vayamos aún más lejos. LA HIJA DEL ENGAÑO propone una de las transiciones narrativas más deslumbrantes de la obra buñueliana -ese plano imposible, un encadenado en negro, con la cámara ubicada tras la alacena que, al cerrarse su puerta, y con el sonido de la paliza que su dueño proporciona a la niña marta, se abrirá mostrándola como una hermosa joven-. O el contraste que ofrece la secuencia confesional en la que Quintín se despide de su repudiada esposa, ya moribunda -unos instantes de conseguido dramatismo-, para fundir y contrastar con ese primer plano de la caricatura demoníaca que preside su cabaret, mostrando un número musical elegantemente filmado. Esa misma querencia entre drama y comedia, nos la brinda la secuencia en la taberna desalojada por Quintín y donde se encuentra con sus dos matones. Y el destino hace que llegue hasta allí esa hija a la que desconoce y su ya esposo. La humillación que el protagonista proporciona a los jóvenes, tendrá un contrapunto inesperado. Paco volverá a la taberna tras haberla abandonado, y obligará a Quintín, pistola en mano, a que se coma una de las aceitunas. El instante es una muestra más de esa capacidad para imbricar drama y comedia casi en el mismo plano, ya que tras que tras su vendetta con este, lo hará de manera muy cómica con sus dos esbirros.
Pero en un relato donde también destacar la brillantez y el dinamismo con el que Buñuel filma la actuación que supondrá el estreno como cantante en ‘El infierno’ de Jovita (Amparo Garrido), la hermanastra de Marta, resaltan por su fuerza transgresora los minutos finales de la película. Tras el descubrimiento de la auténtica identidad de su hija, Quintín deambulará abatido en una sucesión de planos sin diálogos, de carácter existencial, rodados entre escenarios urbanos casi fantasmagóricos. Serán, bajo mi punto de vista, los más valiosos de una película que, por momentos, parece concluir con el recurso a lo convencional. Nada más lejos de ello. En unos sorprendentes instantes donde lo transgresor, el nonsense, y hasta una cierta cercanía al universo de los Marx Brothers, camparán por sus respetos, el espectador percibirá, si le quedaba alguna duda al respecto, que toda la película no es más que una burla y, quizá, una mirada en torno a los absurdos recovecos que dominan nuestras existencias.
Calificación: 3
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