RAG DOLL (1961, Lance Comfort)
Los últimos años de la andadura cinematográfica de Lance Comfort -fallecido prematuramente en 1966, poco más de un año después del rodaje de la estimable DEVILS OF DARKNESS (Los diablos de la oscuridad, 1965)- quedan dominados en el ámbito de las producciones de bajo presupuesto. Relatos sombríos insertos dentro de la serie B, de duración muy ajustada y la presencia de repartos con actores eficaces, pero poco conocidos -en los cuales ocasionalmente se colaron intérpretes poco después consolidados-. Es cierto que aún nos restan por recuperar y contemplar varios de entre la casi quincena de títulos que forman este bloque, entre los que aparece, sin embargo, TOMORROW AT TEN (1963), a mi juicio una de sus obras mayores; un tenso thriller de angustiosos perfiles.
En el contexto de esos títulos modestos y apenas revisitados se encuentra RAG DOLL (1961), que en los últimos años ha logrado ser recuperado, por el hecho de estar protagonizada por el entonces joven cantante Jess Conrad, una de las figuras musicales emergentes en aquellos primeros sesenta -como Cliff Richard o Adam Faith- en tierras inglesas. La película, que muy pronto revela su inmediatez, su fisicidad y también su limitación de medios, se inicia como tantos otros thrillers de aquellos años. Es decir, un plano largo general y nocturno, ubicando la cámara en el interior de un vehículo. Todo ello, sobre los títulos de crédito y tomando como fondo una canción rockera de la época bastante molesta -un elemento que en ocasiones va en detrimento de la película-. Muy pronto se nos introducirá al ámbito de un desvencijado restaurante de carretera, asistiendo en muy pocos instantes el sórdido entorno en que vive y trabaja la protagonista. La ágil y eficaz planificación de Comfort nos traslada al ámbito en que trabaja la hermosa Carol (estupenda Christina Gregg), que es acosada por un individuo indeseable, e incluso carente del menor cariño por parte de su padrastro, dueño del garito; el alcohólico Flynn (Patrick Magee). Harta de ese ambiente y con la ayuda de otro cliente, un camionero que también la desea, aunque con mejores formas, esta viajará de noche hasta Londres en su vehículo, donde se revelará que se trata de un hombre casado. El panorama que hemos contemplado en muy pocos minutos resulta desolador, llegando la muchacha a una capital iluminada con luces navideñas, pero que desprende en todo momento para ella tanto dinamismo, como una desoladora sensación de soledad.
Acompañada de una sola maleta, se introduce en un local, y solo la ayuda de una supuesta vidente -Princesa (Hermione Baddeley)-, antigua prostituta, es salvaguardada de la vigilancia de una agente. Carol conocerá allí muy pronto al extraño Wilson (Kenneth Griffith), propietario de varios establecimientos, al que bajo su aparente personalidad amable acogerá a la protagonista como camarera desde el primer momento, buscando acercarse a ella, mientras la joven vive con su veterana acogedora. Pese a los galanteosque le brinda, esta nunca dejará de frenar a Wilson y mantenerlo tan solo como un amigo. Este escenario mutará por completo al conocer la muchacha a un joven y atractivo cantante, que atiende al nombre de Shane (Conrad), aunque realmente se llama Joe. Más allá del recelo que sobre él observan los dos mentores de Carol, esta caerá rendida ante la extraña personalidad y la pasión que el muchacho le manifiesta, aunque pronto descubra que su vida se desarrolla en el entorno de actividades delictivas. Nuestra joven esconderá la vida amorosa que mantiene con Joe, encubriéndole con otra persona anónima, sin poder evitar quedar embarazada de él. La inesperada situación invitará a que este realice un último y sustancioso golpe, con el que poder huir los dos hasta Canadá, y desde allí poder vivir juntos una nueva vida. Lo planeado, no obstante, adquirirá un tinte trágico.
Esa muñeca de trapo a la que alude el argumento del film de Comfort, se basa en un sencillo pero áspero guion realizado al alimón por Brock Williams y Derry Quin al que, por achacársele algo, se echa de menos una mayor precisión y densidad. Algo propio en una producción de estas características, dentro de una duración que no alcanza los setenta minutos. Frente a esas limitaciones, que impiden que lo que finalmente aparece como apunte de un inquietante retrato coral, justo es reconocer que queda como una crónica apresurada, disparada casi a trallazos, del infructuoso intento de una adolescente por establecer y estabilizar su vida, cuando esta se encuentra casi condenada de antemano. Utilizando algunos de los elementos de libertad formal que había consagrado el Free Cinema en el cine inglés, Lance Comfort acierta al trasladar un argumento que casi no tiene tiempo a reposar, y que quizá precise de más sutilezas de las contempladas, pero que en todo momento respira no pocas dosis de verdad.
El cineasta brinda una planificación ágil, por momentos crispada, ayudada por un montaje que sabe ir a lo esencial -Peter Pitt- y una física y oscura iluminación en blanco y negro a cargo de Basil Emmott. El devenir de RAG DOLL discurre, por tanto, casi sin dar un respiradero al espectador, pese a su aparente definición como un relato apresurado. Hay en el conjunto de su sencilla propuesta, una mirada acre y nihilista en torno a la sociedad londinense del momento. Un contexto en el que la presencia de esa joven inocente pero hastiada, aparece casi como un elemento discordante. Y si bien la película destacará a nivel narrativo por la agilidad con la que su realizador demuestra bastante más que pericia -esa capacidad para partir de un primer plano a un plano general para describir un marco coral; el uso de la profundidad de campo en la oscura secuencia del asalto; la facilidad con la que desarrolla la película a través de muy escasos escenarios; el pathos que adquieren sus minutos finales-, lo cierto es que si algo tiene una especial incidencia en su conjunto, es la capacidad del director para insuflar ambivalencia en torno a todos los personajes que rodean la desazonadora andadora vital de Carol. Comfort lo alcanzará en casi todo momento, al prolongar la presencia de dichos personajes, instantes después de que el personaje abandone su interacción. Pero se encontrará presente incluso en presencia fugaces, como esa agente de policía que persigue con la mirada a la protagonista en sus primeros pasos en Londres, y sobre cuyo rostro se detendrá la cámara una vez esta sale fuera de campo, quizá insinuando una repentina atracción lésbica.
Con fuerza y sin moralismos, RAG DOLL culmina con un tan doloroso como naturalista calvario por parte de Joe, incapaz de emerger de ese propio pathos al que el mismo ha recurrido, y sin dejar abierta una puerta de futuro para la muchacha. Bajo su aparente corto alcance, nos encontramos ante una película tan limitada en producción como abierta en sugerencias. Una superior entidad de su trazado, sin duda nos hubiera permitido un resultado más notable, de esta con todo más que apreciable propuesta.
Calificación: 2’5
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