FORTUNELLA (1958, Eduardo De Filippo) Fortunela
Se suele señalar que FORTUNELLA (Fortunela, 1958. Eduardo De Filippo) viene a suponer la conclusión a una trilogía conformada por LA STRADA (La Strada, 1954), y LE NOTTI DI CABIRIA (Las noches de Cabiria, 1957), ambas dirigidas por Federico Fellini, y esta, firmada por De Filippo, en la que Fellini supone uno de los tres coguionistas del relato. Ambos títulos se ligan en torno al inolvidable personaje, entre inocente, primitivo y chapliniano, que hizo de su intérprete, la inolvidable Giulietta Masina, todo un icono del cine mundial. Dicho esto, no es menos cierto que son pocos realmente los que avalan esta afirmación -apenas algunos especialistas del cine italiano-, ya que nos encontramos ante una película que, pese a su frescura y cualidades, se encuentra olvidada por completo, si es que en alguna ocasión alguien reparó en ella…
Esta circunstancia duele por la propia valía de la propuesta. Pero duele de manera muy especial, por impedir que la misma sirva de necesaria reivindicación, a la andadura como realizador de este gran actor y hombre de teatro que fue Eduardo De Filippo, artífice de trece largometrajes y numerosas producciones televisivas, de la que puedo destacar la excelencia de FILUMENA MARTURANO (1951), adaptación de su propia obra teatral, o el atractivo de la previa NAPOLI MILLONARIA (Nápoles millonaria, 1950). Son ejemplos ambos de la querencia del polifacético artista por su mundo, el de Nápoles y el carácter napolitano, que curiosamente se encuentra ausente en el título que comentamos, desarrollado por completo en una Roma que rezuma humedad, decadencia y, en la cámara del cineasta, miseria. En ella se inicia la andadura de Nanda Diotavelli, apodada como Fortunella (Masina). Se trata de una mujer de aspecto infantil, que vive casi en la miseria como trapera, junto al histriónico y miserable Peppino (tan impagable como excesivo Alberto Sordi). La película nos muestra la salida de esta de la cárcel, en una secuencia que nos brinda ya tres pistas. La primera, su ascendencia chapliniana, que en esos minutos iniciales evocan bastante el Chaplin de la extraordinaria MODERN TIMES (Tiempos modernos, 1936). La segunda, la importancia que adquiere por un lado la labor de la fotografía en b/n de Aldo Tonti, capaz con su fisicidad de mostrar esa aura de miseria, ruina y decadencia de los entornos exteriores e interiores en los que se desarrolla el relato. Y la última, la importancia que adquiere el acompañamiento musical del gran Nino Rota, que en sus primeros compases nos permite escuchar la sintonía de un tema que se haría inmensamente popular en la posterior THE GODFATHER (El padrino, 1972. Francis Ford Coppola), lo que impediría que la banda sonora de dicha mítica película pudiera optar al Oscar.
Desde sus primeros compases, FORTUNELLA acierta en su apuesta por lo descriptivo. En ese recorrido por los bajos fondos y el bullicio de la Roma popular, en donde la protagonista y el tan avieso como patético Peppino acuden a los mercadillos, vendiendo esa quincalla que apenas les da para sobrevivir, en ese ruinoso apartamento lleno de miseria que les sirve como cobijo. A su salida de la cárcel, la protagonista comprueba que tiene que soportar como su compañero ha introducido como amante en la convivencia a la opulenta Amelia (Franca Marzi), simulando que se trata de una prima suya. La reincorporada al hogar no dejará de mostrar su reticencia a compartir a su protegido a modo de trío. Por ello, no dejará de propiciar divertidas situaciones para que esta se accidente o incluso abandone dicho lecho. Lo veremos cuando friegue con jabón la escalera del vetusto edificio de apartamentos, o en la secuencia nocturna junto al cementerio, jugará con los miedos de esta y provocando involuntariamente que caiga en un profundo agujero. Ello le hará abandonar en ocasiones el entorno de Peppino, no dejando de evocar sus recuerdos de pequeña, que le hacen intuir que fue una hija ilegítima del ya anciano príncipe Pietro Guidobaldi (Aldo Silvani) que, curiosamente, reside en una antigua y lujosa mansión muy cerca del apartamento de la muchacha, y en donde esta querrá, en un momento dado, introducirse, siendo reducida por los sirvientes del aristócrata.
Sin entrar en ese mundo onírico propio de la poética felliniana, los valores del atractivo film de De Filippo, residen en aprovechar la riqueza de esta producción de un Dino de Laurentiis en su mejor momento, que confluye, a grandes rasgos, en unos años donde el cine italiano se erigió en uno de sus vértices mundiales. Lo hará extendiéndose en una serie muy libre de episodios, engarzados por una leve base dramática centrada en la viveza, inocencia y crecimiento de ese ser humilde, tierno, sensible y al mismo tiempo pícaro y capaz de morder a todos los que quieren perjudicarla. Dicha estructura es la que le permitirá el encuentro nocturno con el bohemio profesor y periodista Golfiero Paganica (el norteamericano Paul Douglas, un año antes de su prematuro fallecimiento). Con él vivirá ese encuentro mientras se baña de noche el Tíber, vivencias en tabernas romanas o, más adelante, ese entrañable acercamiento que, entre la borrachera de este se produce cuando se marchan al extrarradio de Roma, donde encontrarán una ruinosa mansión, y una paupérrima compañía de teatro shakesperiano que la ha ocupado para poder cobijarse en ella.
De alguna manera, este conglomerado deviene en la esencia de una película entrañable, dura y al mismo tiempo conmovedora en sus momentos más intensos. Y de la que se pueden destacar numerosos de esos episodios que se extienden de manera libre en su discurrir. Esas panorámicas que nos describen el rastro romano donde malviven Fortunella y Peppino. La mixtura de patetismo, temor y tempo cómico, que alberga el episodio ya señalado en la nocturnidad de la cercanía de un cementerio, donde Peppino se ha dirigido para recoger unas vasijas etruscas de contrabando. Otros instantes más breves, como la evocación de la protagonista, prismáticos en ristre, mirando a través de ellos desde la terraza del edificio, para poder acercarse a la cotidianeidad del anciano noble que considera su padre. Esa vertiente, irá alcanzando una creciente intensidad poética cuando Fortunella pise esa vieja y fantasmagórica mansión de madera, que casi se cae a pedazos, y aparece allí en medio de la nada, abriendo el paso a participar con esa paupérrima compañía teatral que comanda su no menos patético -y entregado- responsable, encarnado por el propio De Filippo. Serán todos ellos, pasajes envueltos entre tiempos muertos, alejados de toda progresión narrativa, que nos acercan a cierta aura felliniana, aunque el director opte por una mirada menos poética. Incluso más cercana a la pantomima, algo muy ligado a su propia personalidad artística. Una mezcolanza extendida entre el patetismo, lo pintoresco y lo tierno, bastante acorde con los elementos que caracterizaban la obra napolitana del cineasta
El napolitano, incide, por tanto, en la querencia por el pintoresquismo. Por un trazado que acierta al describir las contradicciones de una fauna humana a la que, en todo momento, retrata con simpatía. Todo ello, nos permitirá unos minutos finales realmente extraordinarios, hasta el punto que el conjunto de la película aparece como un recorrido establecido para llegar a ellos. Tendrá su primera parada en la extraordinaria secuencia de la visita de Fortunella al mísero hospital donde se encuentra interno un desahuciado Golfiero. Serán instantes abrasadores y, al mismo tiempo, dominados por su delicadeza, que tendrán su continuidad con la muerte de este, en unos dolorosos pasajes, dominados por un extraño pudor emocional, que permitirán algo especialmente deseado por la protagonista; conocer a esa persona a la que siempre ha admirado secretamente y que considera a su padre. El veterano aristócrata se mostrará amable -excelente Aldo Silvani- ante las revelaciones de la joven, pero de manera tan elegante como inapelable desmontará los indicios -y anhelos de esta-.
Por ello, FORTUNELLA no alberga en su conclusión esa simbiosis y patetismo que caracterizaron los dos inolvidables precedentes dirigidos por Fellini. Tampoco lo pretende. En su lugar, deja abierta la puerta a una inesperada madurez de esa joven idealista y desesperanzada, a la que la inesperada detención de Peppino no hará más que abrirle la puerta a un futuro tan incierto en su apariencia, como merecido de esperanza.
Calificación: 3
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