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CINEMA DE PERRA GORDA

CHINA (1943, John Farrow) China

Una película como CHINA (China, 1943) aparece como claro fruto de su tiempo. Y lo hace para lo bueno y lo menos bueno. Entre lo segundo, verse destacada en ese maniqueísmo con el que se describe al ejército japonés, dentro de un melodrama de ambientación bélica, rodado con evidente aura propagandística, en un Hollywood -en este caso a través de Paramount-, aún conmocionado con el ataque nipón a las fuerzas norteamericanas de Pearl Harbor. Pero, al mismo tiempo, nos encontramos ante un relato en el que la sucesión de sus convenciones, no impide que nos encontremos ante un conjunto provisto de un encomiable sentido del ritmo, e incluso exprese algunos pasajes de notable brillantez, fruto sin duda de las capacidades ya demostradas en dicho ámbito -en concreto, un año antes, con la estupenda COMMANDOS STRIKE AT DAWN (1942)- por el australiano John Farrow, ya fogueado previamente en el ámbito de la serie B, y plenamente enraizado en el seno de la ya citada Paramount, desde donde daría vida prácticamente toda su filmografía.. En este caso, además, el guion de Frank Butler a partir de una obra teatral John Stuart Dudley, incorpora en sus pasajes finales el ya traumático bombardeo nipón a las tropas norteamericanas en Pearl Harbor, que el propio realizador ya había tratado en la previa WAKE ISLAND (1942).

Por todo ello, CHINA supone como una más que estimable, e incluso por momentos muy atractiva mistura de relato bélico encaminado al compromiso propagandístico del estudio. Todo ello, dentro del radio de acción de un cineasta que ya albergaba no solo un suficiente brío, sino algunos de sus más característicos rasgos de estilo. Y, al mismo tiempo, supone uno de los primeros exponentes de la consideración como estrella de la major de Alan Ladd, apenas consolidado tras sus dos primeros títulos noir, coprotagonizados por Veronica Lake, e iniciando una larga y al mismo tiempo esporádica en el tiempo, colaboración con Farrow, que se extendió en cinco títulos. Dichos mimbres, pueden explicar en buena medida el alcance de un relato que, bien es cierto, acusa no pocos esquematismos -sobre todo, como hemos señalado con anterioridad, a la hora de definir de una pieza la villanía del ejército nipón, y también la ausencia de una mayor duración, que hubiera proporcionado una mayor densidad a su conjunto-. Sin embargo, nos encontramos ante una propuesta que acierta a insuflar un ritmo que en ningún momento abandona a su discurrir, lo que permite obviar no pocas de dichas objeciones, e insertando en este trazado su verdadera entraña, la progresiva toma de conciencia de su protagonista y, a su través, transmitiendo al espectador esa necesaria voluntad de implicación en la ayuda a la sociedad china, que revela ya ese propio rótulo de apertura. Ese personaje es David Jones (Ladd), un joven y arrogante norteamericano, al que no importa ejercer como vendedor de petróleo antes los japoneses, conocedor de los beneficios que tal actividad le proporciona, sin tener en cuenta que, con ello, en el fondo está ayudando a que estos puedan proseguir con su lucha contra los chinos, en ese 1941 que aún no ha vivido el trágico bombardeo antes citado.

La película, tras unos brevísimos planos de apertura, despliega con enorme fuerza por medio de un fabuloso plano secuencia -casi minuto y medio de duración-, con el que el director nos introduce en el bombardeo a una ciudad china en donde se encuentra tanto Jones como su fiel Johnny Sparrow (estupendo William Bendix, compañero de Ladd en no pocos títulos de aquellos años). Este se desplazará en esa intensa escena, seguidos con contundencia por la cámara de Farrow, destacando ya desde el primer momento la enorme fuerza que proporcionarán al conjunto los contrastes de la fotografía en b/n del gran Leo Tover. También, la brillantez del diseño de producción, escenografía y dirección artística de la película -Hans Dreier, Robert Usher, Bertram Granger y Ray Moyer- capaces de echar el resto con un inicio percutante y lleno de fuerza, ante el que el espectador se integra en su devenir desde el primer momento. Será por un lado el preludio para describir el carácter paternal de Sparrow, al acoger a un niño que ha quedado huérfano en el bombardeo, y el paso previo para darnos a conocer a Jones, que se encuentra durmiendo y acompañado por un fugaz amante. Muy pronto se nos aparecerá como uno de esos tantos escépticos, que con tanta fortuna dominaría muy poco tiempo después el gran Humphrey Bogart. Y es que, en esta faceta inicial, lo cierto es que Ladd revelaba no pocas insuficiencias dramáticas, aunque, curiosamente, su look -aspecto aventurero, sombrero, cazadora de cuero, botas- puede señalarse como la auténtica referencia del muy posterior y spielberiano personaje de Indiana Jones, incluso bastantes años antes de la posterior referencia marcada por el Charlton Heston de SECRET OF THE INCAS (El secreto de los incas, 1954. Jerry Hopper).

Muy pronto vamos a comprobar la frialdad del protagonista, expresada de nuevo en el inicio de su viaje hasta Shanghai donde se mostrará imperturbable en un bombardeo aéreo nipón y su nula actitud de ayuda hacia damnificados chinos. Sin embargo, será el momento del inesperado encuentro con Carolyn Grant (una excelente Loretta Young), profesora norteamericana empeñada en lograr de una serie de jóvenes alumnas suyas una preparación en la China que desean proyectar. Pese a la inflexible oposición de nuestro hombre, un buen número de estas viajarán en la noche ocultas de las fuerzas japonesas, aunque este se muestre firmemente remiso en desviar su tura inicial para llevarlas a su destino. Sin embargo, poco a poco, una serie de trágicas circunstancias modularán su inicial hostilidad, acercándose de manera paulatina con la resistencia china y, al mismo tiempo, acercándose hacia Carolyn, al establecerse entre ambos una creciente y rápida atracción.

Evidentemente, no hay en CHINA nada que no hayamos visto en tantos y tantos productos de Hollywood, y en no pocas ocasiones con mejor resultado. Pero también peores. Y no se puede poner en duda ni la profesionalidad, ni la ambientación, ni el sentido del ritmo e incluso el realismo, que John Farrow imprime al conjunto de un relato que, insisto, le falta duración para el engranaje de sus relaciones humanas. Y dentro de esa limitación de metraje, chirrían en algunos momentos esos escarceos con la comedia, en torno a ese conjunto de alumnas que tendrá que transportar el inicialmente reticente protagonista.

Por fortuna, la película albergará ese necesario punto de inflexión en la estupenda y trágica secuencia de intento de rescate de la muchacha que ha decidido regresar con su familia, y que Farrow resolverá con tanta intensidad como elegante sentido de la elipsis. El episodio servirá para que Jones exprese por vez primera su abierta hostilidad hacia los japoneses, ametrallando en off visual a los que han estado ultrajando a la mucha -que fallecerá, en una secuencia inmediatamente posterior, dominada por una elogiable intensidad dramática-. A partir de ese momento, la película articulará algunos de sus mejores pasajes. A nivel físico, esto se concretará con el silencioso episodio del robo de explosivos a los nipones, por parte de los escasos pero entregados resistentes chinos, unido a Jones, en un pasaje nocturno junto a un río, revestido de fuerza. Sin embargo, lo más perdurable de la película surgirá en los minutos en los que la pasión entre Jones y la profesora se desatará con elegancia y delicadeza. Serán los instantes en los que la mutación interior del protagonista permita a Ladd mayores matices dramáticos, e incluso una inesperada química en pantalla con la Young, que siempre se quejó de su escasa cercanía con el joven intérprete.

Es, por ello, sorprendente, que CHINA acabe de manera tan apresurada. Casi como si se tuviera miedo de prolongar su metraje, en una secuencia que destaca por el uso de exteriores físicos, pero en la que se redunda a la hora de plasmar una visión esquematizada de las fuerzas japonesas -anunciando a este incluso el bombardeo de Pearl Harbor-, e incluso de extraer mayor partido dramático del sacrificio de alguien que, sin pensarlo, encontró un nuevo sentido a su vida.

Calificación: 2’5

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