AMADEUS (1984, Milos Forman) Amadeus
Todavía recuerdo el enorme éxito y la repercusión que tuvo en el momento de su estreno, AMADEUS (Amadeus, 1984) de Milos Forman. Repercusión tanto a nivel de acogida popular como crítica -salvo excepciones, en líneas generales muy cálida-. Y, finalmente, en la catarata de premios recibida, concluida en los ocho Oscars, de entre las once nominaciones obtenidas. Cuatro décadas después, sorprende comprobar como la andadura ulterior de su director se materializaría en apenas cuatro largometrajes más. Es decir, se tomó su tiempo para ir progresando en una filmografía, por otro lado, más allá de cualidades o limitaciones, avanzada de manera cuidadosa. Desde mi relativa distancia ante su obra, de la que aprecio propuestas más recientes como THE PEOPLE VS. LARRY FLYNT (El escándalo de Larry Flynt, 1996) o MAN ON THE MOON (Man on the Moon, 1999), creo que una mirada distanciada nos puede ofrecer un análisis desapasionado, en torno a una película que sigue gozando de bastante buena acogida crítica, con la excepción de algunos analistas sobre los que curiosamente tengo en especial estima.
Vista la edición que se articuló como ‘el montaje del director’, que añade unos veinte minutos en secuencias al parecer destinadas a incidir en la maldad innata en Antonio Salieri (el oscarizado F. Murray Abraham, en una de las interpretaciones más celebradas del cine de los 80) sobre el joven compositor Wolfgang Amadeus Mozart (Tom Hulce, nominado al Oscar en la misma categoría al mejor actor). En líneas generales, distanciándome tanto de todos aquellos que consideran la película como un film inolvidable, como de los que lo deploran, considero que AMADEUS se erige como un compacto espectáculo cinematográfico, que hay que asumir atesora una de las singularidades en la obra de Forman, centradas en el tratamiento de personajes extravagantes y dotados de talentos y sutilezas de comportamiento, tal y como podrían ejemplificar los dos títulos que he destacado anteriormente en su obra.
A partir de estas premisas, el film de Forman se pliega a la obra teatral de gran éxito de Peter Shaffer. Una obra de la que podemos detectar con facilidad elementos de otras previas suyas, que dieron como fruto películas quizá más destacables aún que la que nos ocupa. No podemos olvidar la brillantez lograda por Joseph Leo Mankiewcz en la que supondría su testamento cinematográfico SLEUTH (La huella, 1972), o la transgresora propuesta fantastique que legó el neófito Robin Hardy con THE WICKER MAN (1973). De la primera de ellas podríamos destacar la semejanza con el enfrentamiento de clases de sus dos personajes protagonistas. Por su parte, de la segunda retoma esa vertiente blasfema, que en el film de Forman se representa en la obsesión de Salieri de ver la elección de talento musical del protagonista, a una persona tan poco recomendable a todos los niveles.
AMADEUS se inicia con la plasmación del intento de suicidio de un anciano Salieri, que es trasladado a un degradado hospital. Allí acudirá un joven sacerdote dispuesto a llevar paz a su alma escuchando su confesión, e iniciando con ello el recorrido en flashback de la andadura musical de Mozart y, sobre todo, la relación de este con Salieri, en lo que comporta una arquitectura dramática desarrollada en medio de una muy cuidadosa ambientación de época -algo obligado en una producción de estas características-, ayudado de manera poderosa con la magnífica iluminación en color brindada por Miroslav Ondricek, capaz de definir a la perfección la personalidad de los distintos escenarios en que se desarrolla el relato. Poco a poco, el relato en off del anciano músico-y su ocasional retorno a la pantalla en sus confesiones al sacerdote- se irya á haciendo más menguado. Desde el primer momento asistiremos al contraste entre el mundo de la corte del emperador vienés José II (Jeffrey Jones), en el que Salieri se encuentra integrado como músico oficial de la misma, y la llegada de ese joven advenedizo, insolente y de risa histérica que, sin embargo… alberga un deslumbrante talento musical, que el propio rival del joven prodigio, no duda en calificar como el sonido de Dios. Considero que al film de Forman le cuesta un poco adquirir verdadera densidad, ya que inicialmente esa rivalidad entre ambos protagonistas no deja de albergar tintes caricaturescos -la risa histérica de Mozart; las miradas libidinosas de Salieri-. Por momentos, y aunque parezca una irreverencia, se tiene una cierta sensación de que la sinuosa lucha del segundo contra el joven prodigio, no sea más que una plasmación ‘de época’ y en imagen real, de las andanzas de los conocidos personajes de cartoon ‘Correcaminos’ y ‘El Coyote’. Se plantea inicialmente dicha rivalidad de manera quizá algo caricaturesca, y en ello incida el hecho de una planificación poco imaginativa por parte de Forman, centrada reiteradamente en el uso del plano-contraplano.
Por fortuna, esas limitaciones iniciales irán dando paso a una mayor enjundia narrativa y de introspección de sus personajes. En realidad, la esencia de AMADEUS se centra, a mi modo de ver, en la tormentosa ambivalencia que expresa el auténtico protagonista del relato -nunca olvidemos que su argumento no responde más que a una fabulación de Shafter, que se toma muchísimas licencias en torno a la realidad de sus personajes- a la hora de torturarse por el inmenso talento que la divinidad ha otorgado a un joven caprichoso y sin virtudes, en contraposición a la entrega e incluso la virtud que él mismo ha ofrecido a Dios. Pero al mismo tiempo, ese mismo Salieri es incapaz de escapa de la fascinación que le brinda la música de Mozart, de quien, en realidad, es su más ferviente admirador. Esa dualidad es, en última instancia, la verdadera piedra filosofal de una película que crece mucho cuando se acerca a la misma, y se torna más convencional cuando se adentra por otros vericuetos dramáticos. A partir de esas premisas, es cierto que su esencia se plasma en secuencias tan intensas como aquella en la que Salieri queda extasiado, cuando lee las partituras que la esposa de Mozart le ha llevado para que recomiendo a su esposo como músico de la princesa y, con ello, consolidar un sustento económico que ahuyente la ruina que padece el matrimonio. O en su semblante cuando se deleita en su palco, al asistir a todas las óperas y composiciones del joven músico -incluso cuando este se tiene que adaptar a un público de clase más plebeya-. Ello no impide que en el personaje de Mozart -y, con él, en la magnífica performance de Hulce, iniciando una carrera que luego no tuvo la esperada continuidad- brinde episodios tan brillantes, como aquel en el que explica al emperador la confianza que alberga en la ópera que ha compuesto, a modo de comedia, sobre una temática que el monarca había prohibido de manera expresa-.
En cualquier caso, para asistir a los instantes más memorables de la película, tenemos que esperar hasta su tramo final, en donde la decadencia del entorno social de Mozart -auspiciada en buena parte por Salieri-, brindará a este la oportunidad de vengarse de él, una vez fallezca el padre del joven compositor, y mediante un ardid le conmine a crear un requiem. Una vez se estrene la última ópera de Amadeus y éste sufra un síncope, su eterno rival lo trasladará a su vivienda -de la que se ha ausentado su esposa e hijo-. Allí, al conminarle a que culmine la pieza sagrada, viendo al joven casi agonizante -y, en esos momentos, más humano; le agradecerá haber sido el único colega que asistió a su ópera-, Salieri -después de confesar, una vez más, la devoción por su música- se brindará a ayudarle a traducir en la partitura, aquello que el genio musical alberga en su mente, en un episodio memorable que vale por toda la película, y en el que la rivalidad de años del veterano músico, se transmute por unas horas en un acto de amor entre ambos por medio de una creación musical conjunta. Es demasiado tarde, sin embargo, para revertir un final trágico, que además romperá los esquemas que Salieri albergaba sobre el destino divino del inspirado músico. Quizá, en esos minutos finales, se encuentre en última instancia la medida de lo que hubiera podido ser un auténtico logro. Algo que el film de Milos Forman no llega a alcanzar, aunque ello no evite asistir a una propuesta interesante, en la que su deuda por el brillante espectáculo visual y de recreación de época, no siempre encuentre la justa correspondencia en la deseable profundidad psicológica de su enunciado, o una mayor inventiva narrativa. En cualquier caso, su disfrute resulta una experiencia ciertamente estimulante.
Calificación: 3
0 comentarios