DREAMBOAT (1952, Claude Binyon)
Periodista y, ante todo, definido en el mundo cinematográfico por su experta mano como guionista y comediógrafo, es poco conocido que en el norteamericano Claude Binyon (1905 – 1978) se da cita una pequeña obra como realizador, extendida en siete largometrajes, rodados entre finales de la década de los cuarenta y la primera mitad de los cincuenta. DREAMBOAT (1952) es el último de dichos largometrajes, inserto en el contexto de producción de comedias emergente en la 20th Century Fox, y que por sus circunstancias y por su propia configuración argumental -obra del propio Binyon, a partir de la historia “Love Man”, de John D. Weaber-, se integra entro de ese contexto de comedia familiar, que definía las muestras del género emanadas aquellos años por dicho estudio.
DREAMBOAT nos relata la inesperada circunstancia vivida por el reputado profesor de literatura inglesa Thornton Sayre (Clifton Webb), dominado en una plácida rutina académica, cuando le hacen conocer a su hija -Carol (Anne Francis), fruto de un matrimonio del que el protagonista quedó viudo-, que su padre décadas atrás, fue un inesperado protagonista de películas de aventuras, en las que ejercía como héroe salvador de la heroína Gloria Marlowe (Ginger Rogers). Dichas películas, rodadas en el periodo silente, han sido recuperadas y emitidas por la entonces incipiente pequeña pantalla, al servicio de la publicidad de una marca de perfumes. Evidentemente, la noticia dinamitará tanto la placidez de la rutina diaria de Sayre como la de su hija, totalmente imbuida de la rigidez en el comportamiento marcada por su progenitor. Pero lo que va a comportar, ante todo, es el prestigio académico de nuestro protagonista, que se verá incluso en tela de juicio por el propio comité de dirección de la institución, que encabeza la madura y solterona doctora Mathilda Coffey (Elsa Lanchester). Viéndose rodeado de una situación límite e indeseada, Thornton y su hija viajan hasta Nueva York, al objeto de presentar una denuncia ante la compañía televisiva que emite dichas películas. Aquello no supondrá más que el inicio de sus penalidades. La primera de ellas, sus batallas con el ejecutivo televisivo Sam Levitt (el siempre estupendo Fred Clark), verdadero muñidor de la exitosa iniciativa. La segunda, su reencuentro con Gloria, con la que en el pasado estuvo ligada, y que, por el contrario, solo pretende prolongar una situación que le ha devuelto al estrellato. Pero también tendrá que sufrir como su hasta entonces atildada hija descubre otro modo de vida, más urbano y ligado a las relaciones amorosas, expresado en su progresivo acercamiento al joven, atractivo y amable ejecutivo ayudante de Levitt, Bill Ainslee (Jeffrey Hunter). Y, en último, lugar, no dejará de estar presente en el entorno de decisiones del ya veterano profesor, la persecución que le formula Mathilda, quien desde el primer momento estuvo prendada del personaje que este representó ante la pantalla.
A partir de estas premisas, y como señalaba al inicio de estas líneas, el film de Binyon intenta por un lado combinar los estilemas de la comedia familiar e incluso universitaria, habitual aquellos años en dicho estudio y, por otro lado, plantear una sátira en torno a la incidencia que en aquellos primeros años cincuenta ejercía el medio televisivo. Buenas intenciones para una propuesta solo moderadamente aceptable que, desgraciadamente, precisaría de la agudeza inherente al cine de Frank Tashlin, debutante aquellos mismos años, y que en el mismo 1952 brindaba una sátira sobre el western cinematográfico con la divertida SON OF PALEFACE (El hijo de Rostro Pálido, 1952). Y es ahí donde, a mi modo de ver, se encuentran las mayores limitaciones de una propuesta simpática que alberga algunos buenos momentos, pero que, en su conjunto, adolece de una mayor agresividad en su vertiente satírica, quizá debido a las propias limitaciones genéricas emanadas por el propio estudio. Pero quizá aún en mayor medida por la no muy escasa dotación del propio Binyon como realizador. Partamos de una premisa; la película se articula como un producto al servicio del tardío talento como comediante de su protagonista, un Clifton Webb de quien se desprenden los mejores momentos del relato. Es algo que percibiremos ya en sus secuencias iniciales, en donde por un lado emerge la sutileza del intérprete, y por otro la cortedad del alcance del director/guionista, a la hora de describir la nulidad intelectual del alumnado de la clase.
Pues bien, el conjunto de DREAMBOAT se dirime entre ambas coordenadas. En líneas generales se deja ver con cierta placidez, pero pese a albergar en su discurrir algunos momentos atractivos, nunca dejamos de albergar la sensación de encontrarnos ante un conjunto relativamente apagado y por debajo de sus intuidas posibilidades. Tanto esa secuencia de apertura, descriptiva del letargo del alumnado del protagonista, o la posterior de la reunión del comité de dirección del instituto, carecen de ese necesario timing para introducirnos de lleno en las tribulaciones cómicas de hasta entonces impertérrito protagonista. Y es cierto que a lo largo del discurrir de la película aparecen situaciones que levantan el interés de la función -aunque ninguna de ellas alcance lo que podría intuirse de su enunciado-, pero la verdad es que su conjunto deviene relativamente apagado.
Destaquemos entre esos pasajes señalados la actuación con encerrona, en la que Levitt invita al profesor a una actuación de Gloria, donde pese a su renuencia -impagable Webb-, no podrá eludir a la vanidad de los aplausos de un público que aclama su figura. O la divertida situación en la que este, evocando una antigua película en la que su personaje luchaba contra unos bandidos, le servirán como referencia para pelearse contra un borracho, que se encuentra junto a él en una barra de bar. O, por último, la secuencia de la vista, tras la denuncia que ha formulado contra los ejecutivos televisivos, donde ejercerá como su propio abogado, y logrará un resultado favorable a sus pretensiones -adelantando en más de una década al Jack Lemmon de la magnífica HOW TO MURDER YOUR WIFE (Como matar a la propia esposa, 1965. Richard Quine)-. Será este, precisamente, el pasaje donde merced a la argumentación, los brillantes diálogos y la acertada definición de personajes -las añagazas del divertido juez-, donde se articula la entraña discursiva de la película. En cualquier caso, y como ya he señalado, se tiene casi en todo momento la impresión de que no se pisa el acelerador de las posibilidades, ni en el atractivo que sobre el protagonista ejerce Mathilda -por más que ésta viaje para reencontrarse con este en el hotel donde se aloja-, ni la propia del profesor con Gloria -aunque algo de picardía se recupere en los instantes finales-. Ni siquiera la de su hija con el bondadoso Bill -aunque ello brinde una curiosa secuencia en el apartamento del muchacho-, que en modo alguno se desprenden de ese modelo de comedia juvenil, al que en aquel tiempo se adhirieron tanto la Francis como el posteriormente muy infravalorado Hunter.
Por fortuna, DREAMBOAT incorpora un extraño giro en sus pasajes de conclusión, cerrando la función en una secuencia coral, en la que el tiempo que servir al propio pasado como comediante de Webb -con la proyección de una secuencia de su previa SITTING PRETTY (Niñera moderna, 1948. Walter Lang)-, dejará entrever que el juego dominadores-dominados, va a presidir el nuevo futuro tanto del profesor que ha decidido retomar su pasado, como de esa atildada hija, que poco antes estaba dispuesta a renunciar a los pasos encorsetados de su progenitor.
Calificación: 2
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