FRANCES (1982, Graeme Clifford) Frances
Creo que más allá del aspecto que tiene de crónica y denuncia sobre los excesos de una industria del cine sometida en el pasado a la dictadura de los estudios y cerrado a la presencia de una voz “que piense”, de la visión desencantada de unos intelectuales progresistas incapaces de llevar sus planteamientos ideológicos al límite de sus posibilidades o, finalmente, de la denuncia de unos salvajes modos de actuación en sanatorios mentales. Por encima también del retrato de una figura real –la actriz Frances Farmer-, la película de Graeme Clifford tiene muy claro su objetivo. Este no es otro que plasmar la dificultad de un individuo creativo, rebelde a la sumisión de unas normas sociales, para poder salvaguardar y mantener, contra viento y marea, su propia personalidad.
Conocida fundamentalmente por el éxito personal que para Jessica Lange supuso su magnífica encarnación de la actriz Frances Farmer –uno de lo más lamentables ejemplos de “juguete roto” emanados del Hollywood clásico-. Creo que por encima de ese elemento concreto –cierto es que la labor de la Lange es un gran aliciente-, el film de Clifford –posteriormente centrado en el mundo televisivo- se mantiene como una película dotada de un gran revulsivo, que logra prender la atención del espectador desde el primer momento, y que afortunadamente logra sortear buena parte de las trampas que este tipo de relatos presentan en la pantalla.
Y ello se debe a varios factores, el primero de los cuales podría ser su propia factura clásica, valorando la planificación y huyendo de cualquier efectismo habitual en el cine de aquellos primeros años ochenta. El diseño de producción es excelente, pero esencialmente funcional, por lo que la tendencia “retro” queda bastante mitigada –la acción de la historia está ubicada primordialmente en los años treinta y cuarenta del pasado siglo-. Por su parte, y a pesar de ciertas licencias dramáticas –el personaje que encarna Sam Sheppard, futuro esposo de la Lange-, sobre todo en la primera mitad del film ofrece una crónica veraz no solo del entorno cinematográfico en el que se sustentó su breve carrera, sino fundamentalmente en su lucha por vincularse con las tendencias teatrales más progresistas de Broadway –representadas en su romance con Clifford Oddets y la relación profesional con Harold Clurman-. Allí se llevará su primera gran decepción al comprobar que ambos hombres de teatro no están tan comprometidos como parece –“hay que ser prácticos”, le dirá Clurman al anunciarle que finalmente otra actriz encarnará el papel previsto para ella-.
A ello pronto habrá que añadir su deseo de abandonar su contrato con la Paramount, decisión esta que le costará ser el centro de una conspiración –incluso mediática- que hará aflorar su fuerte carácter concluyendo en su internamiento en una residencia psiquiátrica, donde sufrirá una metodología atroz. Llegados a este punto, FRANCES prácticamente abandonará el mundo del espectáculo, pero curiosamente en ocasiones tendrá que escenificar e interpretar ante los tribunales psiquiátricos la mejoría que ellos desean –ella nunca ha estado loca-, para poder salir de allí. Sin embargo, la tutela legal que sobre ella mantiene su madre –espléndida Kim Stanley- le impedirá llevar una vida libre en la que pueda ejercer como le indica su propia personalidad. Precisamente en todo momento su madre ha vivido con más intensidad que su hija la superficialidad de la fama –cuando su hija está ingresada, abre y contesta la correspondencia de sus admiradores que Frances recibe-.
Como se puede comprobar, en este último fragmento es donde se describen los pasajes más crueles –narrados, eso sí, con la mayor sutileza posible-, hasta llegar al infierno de estar encerrada en auténticos “recintos para locos”, donde incluso es explotada sexualmente por sus enfermeros-. El punto de inflexión será sufrir una lobotomía, que será mostrada en la pantalla de forma muy inteligente, insertando un fundido en negro –parece que la película va a finalizar-. Sin embargo, llegan imágenes de un programa televisivo, al que acude Frances envejecida. La imagen no deja de tener un significado disolvente y han pasado algunos años en esta transición narrativa. Pero pese a su aparente frialdad aún queda en ella la fuerza de su personalidad. En el programa se le regalará un automóvil, mientras que el presentador anuncia una cena-homenaje –la falsa caridad también en el mundo de Hollywood-.
Pese a cierto exceso de metraje y a algunos altibajos en su ritmo –sobre todo en la transición de su parte inicial al inicio del infierno de su protagonista-, creo que FRANCES es una propuesta compleja trasladada con acierto a la pantalla y servida por una gran actriz. La película de Clifford resulta, por poner un ejemplo, mucho más valiente, corrosiva y mejor narrada, que propuestas finalmente autocomplacientes como FEDORA (1978, Billy Wilder)
Calificación: 3
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