C.R.A.Z.Y. (2005, Jean-Marc Vallée) C.R.A.Z.Y.
Es indudable que la visión de C.R.A.Z.Y. (2005, Jean-Marc Vallée) induce a una valoración apriorísticamente positiva. Se trata de la clásica película que “cae bien”. Dejando al margen su cualidad más incontestable –tiene un ritmo muy bien dosificado que permite que la amenidad de sus dos horas de metraje se hagan muy llevaderas-, no se puede negar que cuenta con elementos que inclinan la balanza a dejar un buen sabor de boca; el desarrollo de su ambientación temporal es magnífico, el conjunto del reparto funciona a la perfección –permítanme destacar en el mismo además de a su protagonista, a Pierre-Luc Brillant, que encarna con fuerza irresistible a su díscolo hermano Raymond-, su guión está muy bien trabado, y la mirada que ofrece de la represión en la sexualidad de su protagonista no deja de tener un perfil algo novedoso. Son todos ellos, elementos de base que contribuyen a que finalmente, el conjunto de C.R.A.Z.Y. se erija como un producto apreciable y atractivo. Pese a todo ello, no puedo adherirme a ese relativo entusiasmo que ha provocado un título que hace ver en demasía su dependencia de bastantes otros títulos que le han precedido.
El film de canadiense Jean-Marc Vallée narra la ascendencia vital de Zach (una revelación Marc-André Grondin) desde su infancia. Se trata de uno de los hijos de una familia media canadiense, que desde sus primeros pasos dejará ver una sensibilidad que de forma inalterable será señal de su homosexualidad. Protegido por su madre pero reprimido ante la personalidad de un padre tan viril como en realidad sensible ante sus hijos, nuestro protagonista irá dejando en segundo término el reconocimiento de su identidad, aunque el devenir de su vida lo lleve en numerosas ocasiones a una realidad irreductible. A partir de esta sencilla premisa argumental, C.R.A.Z.Y. establece una crónica vital basada en la evolución de Zach y su contexto familiar, basado fundamentalmente en el devenir de una crónica ambiental y musical, en una cuidadosa reconstrucción de los diversos ámbitos en los que se establece temporalmente la acción, y también en una curiosa aplicación de la influencia del catolicismo en este entorno, que revestirá una interesante variación con respecto a propuestas críticas de similares características. En esta ocasión se opta por describir una familia castrante, pero que parte de una represión basada en el cariño y respeto existente en torno a la figura paterna. A partir de esa premisa se describe a Marc como una especie de nuevo Mesías –nace el día de Navidad, posee un extraño don curativo y determinadas percepciones y llega a peregrinar hasta Jerusalem-.
Sin embargo, y como antes señalaba, estamos ante una película que brinda finalmente bastante menos de lo que en apariencia ofrece. Mas allá del indudable gancho que para no pocos espectadores puede proponerle la astuta selección musical que propone o adentrarse en un terreno aparentemente transgresor –y digo aparentemente, porque son decenas los que lo han hecho previamente y con mayor fuerza y entidad-, en realidad queda bajo mi punto de vista como una película calificable –como diría el crítico norteamericano Andrew Sarris- en el capítulo “menos de lo que dejan ver”. En todo momento da la impresión de ser un reciclaje de títulos como VELVET GOLDMINE (Todd Haynes, 1998) BILLY ELLIOT (Stephen Daldryy, 2000), o la aplicación narrativa de unos métodos que maneja con verdadero magisterio el tan imitado Paul Thomas Anderson –una influencia además reconocida por el propio Vallée junto a la de Scorsese-. Pero sucede que el canadiense no posee el talento de Anderson, ni de lejos, y además de contemplar que la propuesta temática de la película no ofrece en realidad nada realmente novedoso, la línea narrativa es su principal flanco de debilidad. Ello se manifiesta en el chirriante contraste de las secuencias en las que se describen situaciones cotidianas, caracterizadas en bastantes momentos por su inanidad, con el abuso que en otros tantos se realizan del montaje, los planos a cámara lenta o ciertos artificios que desequilibran el conjunto. Nadie puede pretender que Vallée alcance la perfección formal de un cineasta de primera fila, pero lo malo estriba que al pretender imitar el virtuosismo de estos, es cuando más al descubierto quedan sus posibles carencias. Y dichas limitaciones a mi modo de ver quedan demasiado al descubierto en una película que no mide su equilibrio interno, y queda más a la intemperie de la aportación de un cuidado equipo técnico y artístico que en la propia pericia del realizador para potenciar las posibilidades que permitía la propuesta. Y a ello cabe señalar la escasa credibilidad con la que se plantea la huída hasta Jerusalem de Zach –a mi juicio los momentos más endebles de la función-, con la que el ritmo de la misma desciende, para recuperarse en sus compases finales. Instantes en los que concluirá esa otra referencia bíblica que ofrece el eterno conflicto entre Caín y Abel, aquí de nuevo expresado en esa extraña relación de afecto y rechazo marcada en todo momento entre el protagonista y Raymond. Uno más de los diversos apuntes religiosos que rodean una propuesta tan agradecida como limitada; una pequeña película quizá entronizada con la misma facilidad con la que muy pronto caerá en el olvido.
Calificación: 2’5
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juan -