THE REAL BLONDE (1997, Tom DiCillio) Una rubia auténtica
Confieso que no he podido seguir hasta la fecha la por otra parte no muy extensa filmografía del realizador estadounidense Tom DiCillio, reciente y quizá un tanto forzado “Premio Donosita” en el Festival de San Sebastián 2006. Cuando hasta la fecha han sido únicamente seis los largometrajes que ha firmado en quince años como director, la verdad es que viendo THE REAL BLONDE (Una rubia auténtica, 1997), no se puede comprender que su figura suscitara tantos entusiasmos, aunque bien es cierto que nos encontramos con una aceptable comedia, que funciona a medias tintas en las inyectivas que quiere disparar, mientras que en líneas generales su aire intelectualizado perjudica el divertimento que proporcionan buena parte de sus imágenes y el desarrollo de sus personajes.
El argumento de THE REAL BLONDE se centra en la crisis que vive la pareja formada por Joe (Matthew Modine) y Mary (Catherine Keener). Él es un treintañero con vocación frustrada que tiene que sobrellevar sus anhelos ejerciendo como camarero, mientras que su esposa trabaja como maquilladora en un estudio fotográfico. Joe es amigo de Bob (Maxwell Cauldfield), un empedernido ligón que busca desahogar sus fantasías sexuales haciendo el amor con rubias auténticas, que posteriormente es contratado como actor de culebrones. La trayectoria de los dos amigos se disocia, triunfando el segundo en su carrera televisiva, mientras que Joe es seleccionado para intervenir en un video clip de Madonna. Mientras tanto, Mary sobrelleva su existencia teniendo que hacer frente al ahogo que le ofrece ser deseada por los hombres, lo que intentará reconducir acudiendo a un terapeuta y asistiendo a unas clases de defensa personal.
Quizá los mayores reproches que se le puedan hacer a esta, con todo, simpática comedia, provengan de su exceso de pretensiones, combinando el alcance satírico de la superficialidad del entorno de los modelos, los culebrones televisivos, las neurosis masculinas y femeninas y, en definitiva, todo un cúmulo de elementos y situaciones propias de una sociedad urbana de consumo, personificada en al entorno de la ciudad de New York. Todo ello es mostrado por la en ocasiones sofisticada planificación de DiCillio, bien servido por la colorista fotografía de Frank Prinzi que, sin embargo, no logra alcanzar esa buscada “magia”, quizá por que el fondo sonoro de Jim Farmer resulta redundante, molesto y excesivamente intelectualizado.
La presencia de ese invisible filtro, esa sensación final de que el realizador no se implica totalmente con las posibilidades que le brinda el entorno vodevilesco que le proporciona el guión ideado por el propio realizador, es lo que quizá impida que su conjunto pueda ser disfrutado de la manera gozosa que le proporcionan parte de sus secuencias. En definitiva, me da la impresión que DiCillio resulta bastante más interesante como guionista que en calidad de realizador. En cualquier caso, todos estos relativos reparos no impiden que THE REAL BLONDE sea una propuesta disfrutable y divertida, pasablemente sofisticada, y que resulta especialmente sangrante en la descripción de los ambientes antes señalados –la superficialidad del mundo de las modelos y la interpretación basada en la apariencia, o las conspiraciones que se pueden desarrollar en la realización de un culebrón televisivo-. En este sentido, quizá donde más claramente se pueden apreciar los aciertos de esta comedia, estriba en la descripción de determinados personajes secundarios, como son el jefe de camareros o la ya madura fotógrafa de moda que imagina que su labor adquiere un alcance casi mesiánico, y que encarnan de forma espléndida los veteranos Christopher Lloyd y Marlo Thomas. No puede decirse lo mismo de la desafortunada presencia y labor de una Kathleen Turner absolutamente inadecuada. Y en lo relativo a los personajes protagonistas, quizá Matthew Modine no tiene el carisma y la chispa necesaria, pero en su oposición Catherine Keener se muestra espléndida. Sin embargo, finalmente quien se lleva el gato al agua en la función es el televisivo Maxwell Caulfield, quien realiza una sangrante autoparodia de su conocido rol en las series “Dinastía” y “Los Colby”, demostrando unas singulares dotes para la comedia, poco aprovechadas en la pantalla grande.
Lo dicho, un divertimento en ocasiones logrado y en otras lastrado por un cierto exceso de intelectualismo.
Calificación: 2’5
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