THE MORTAL STORM (1940, Frank Borzage)
Hay ocasiones en las que las circunstancias externas de una película pueden de alguna forma alterar la percepción de sus características, y quizá con ello ser apreciados de manera diferente a las intenciones de quienes los llevaron a cabo. Con ello no quiero inducir a hacer ver que con THE MORTAL STORM (1940, Frank Borzage), tengamos que dejar de apreciar el carácter visionario que plantean sus imágenes, cuando en pleno año 1940 ya se logró trasladar una visión tan pavorosa de las consecuencias del nazismo en la sociedad alemana. Es evidente el arrojo de Borzage y su equipo de colaboradores a la hora de llevar a cabo este proyecto, basado en la novela de Phyllis Bottome, en el seno de la productora más conservadora del Hollywood clásico –la Metro Goldwyn Mayer-. De todos es conocida también la adscripción conservadora del propio director, pero ello no le impidió plasmar una película de evidente alcance antinazi, antes de que dicha tendencia tomara un corpus más importante en el cine USA. Un producto que tuvo problemas de producción –es conocida la polémica generada por el director británico Victor Saville para hacer remarcar su hipotética y altamente improbable autoría del film- y en su estreno vivió numerosos problemas generados por el propio estudio, al intentar evitar que la contundencia de THE MORTAL… pudiera provocar problemas de distribución de títulos del estudio en una Alemania, con la que aún no habían establecido medidas en contra del régimen nazi.
Sin embargo, y más allá de esta circunstancia -que tiene un poderoso peso específico al poder contemplar hoy la película-, que duda cabe que la misma se define de forma certera como unos de los grandes films sonoros del realizador norteamericano, revalidando su sensibilidad y aura romántica, y demostrando una vez más la máxima de su cine: “el amor por encima de todas las cosas”. Este tan sencillo como inmortal enunciado, es el hilo invisible que definió lo mejor de su cine desde sus éxitos en las postrimerías del mudo, hasta el ocaso de su andadura en la década de los cincuenta. De nuevo pudo desplegar su exquisito dominio del lenguaje cinematográfico, escrutando con una delicadeza que en aquellos años solo podría tener equivalente en el cine USA en John Ford y Leo McCarey, un retrato colectivo, sin por ello oscurecer ni descuidar el trazo y el cariño por sus personajes.
Estamos en marzo de 1933 en una localidad de los alpes alemanes. Se trata de un colectivo apacible en el que reside la familia Roth, comandada por el padre –Victor (Frank Morgan)-. Este es un prestigioso profesor que celebra su cumpleaños junto a su familia y alumnos. La placidez de la colectividad retratada parece absoluta, pero muy pronto esta deja ver la debilidad de sus apariencias. La radio anunciará la llegada de Hitler a la Cancillería alemana. Será el inicio de una escalada de tensiones, violencia inicialmente soterrada y rápidamente explícita que transformará hasta un marco hasta entonces idílico. Será esta una circunstancia que rápidamente desintegrará la estructura de la familia Roth, en la cual todos sus hijos pronto quedarán hechizados por el nazismo. Sin embargo, su hija Freya (Margaret Sullavan) mostrará un camino opuesto, en buena medida debido a la oposición que mantiene contra el imperialismo alemán el hasta entonces amigo de la familia, Martin Breitner (James Stewart). El carácter pacifista de Martin le hará separarase de sus hasta entonces íntimos amigos –los jóvenes hijos del profesor Roth, y Freya hará lo propio con su prometido –Fritz (Robert Young)-, ya que este se ha convertido en un furibundo afiliado al partido nazi, vinculándose por el contrario con el sensible Breitner. Esta progresiva relación, es la que quedará consolidada cuando este huya hasta una localidad austriaca, acompañando a un viejo profesor perseguido por los alemanes. Quedará entre los dos amantes la posibilidad de que Freya acuda junto a sus padres a dicho país y se una a Martin, pero repentinamente el profesor es detenido y encarcelado –previamente había sido despreciado por los propios alumnos que poco tiempo antes lo aclamaban calurosamente-. Finalmente, el profesor morirá en la prisión, llevando finalmente a su viuda, a su hija y su hijo más pequeño a cruzar la frontera y viajar hasta Austria. El recorrido del tren llevará finalmente a detener a Freya y retenerla en su propia localidad, separándola de su padre y hermano. Sin embargo, cuando ha perdido toda esperanza se sorprende del regreso de Martin a la cabaña de la madre de este, reanudándose la expresión del amor entre ambos. Tras una simbólica ceremonia de matrimonio, ambos se desplazarán por los montes nevados para huir de Alemania, que ambos estarán a punto de lograr, pese a la persecución que sufren de manos de un comando alemán encabezado por Fritz. Para el amor, pese a cualquier impedimento, no habrá fronteras. De todos modos, quedará en los hermanos de la joven el vacío de vivir totalmente alienados por el influjo de una tiranía que, fundamentalmente solo busca que no puedan expresarse en libertad como tales seres humanos.
Es evidente que ese anhelo de libertad y realización del individuo es una de las constantes de la obra borzagiana, poblada de numerosos personajes que exceden los márgenes de la sociedad que se les ha impuesto vivir. Es algo que tendrá su exponente en una obra tan personal y arriesgada como THE MORTAL STORM, en la cual desde sus primeros instantes –entre esas nubes que se ciernen sobre un cielo inicialmente soleado, una voz en off apela a la constante tendencia del ser humano a la autodestrucción. Es algo que muy pronto tendrá un oportuno exponente en la pequeña ciudad en la que reside el profesor Roth. Sus primeras secuencias nos lo describen como un hombre despistado y bondadoso, rodeado de una familia en apariencia inamovible ¡Con que rapidez ese universo familiar se descompone! Antes podremos contemplar unos instantes de felicidad en esa sorpresiva fiesta de todos sus alumnos, donde una cálida ovación logra transmitir una sensación de felicidad que la mirada del propio homenajeado intuye acaso perdida. Muy pronto la actualidad de una noticia irrumpe en la placidez del entorno familiar de los Roth; el anuncio por radio de la llegada al poder de Hitler. En estas secuencias absolutamente imprescindibles, Borzage divide el encuadre en dos grupos claramente antagónicos. Uno de ellos serán los temerosos del nazismo –encabezados por el profesor- y en sus vertiente contraria los jóvenes fascinados por la llegada del nuevo régimen –que se arremolina alrededor de la radio-. El realizador logra definir de forma admirable a partir de la dirección de actores, describiendo matices complementarios en cada uno de los personajes, y alcanzando con ello perspectivas que se reflejan en la pantalla con detalles casi imperceptibles.
Miradas, semblantes que esconden un sentimiento oculto, o esa casi constante presencia de ventanales o sombras de ellos, trasladando esa sensación de dualidad y de claustrofobia de unos personajes que viven ahogados por un entorno carente de libertad. Es por ello que el contraste con las secuencias de exteriores –generalmente vinculadas al entorno de la casa de la madre de Martin, o las de la huída por los Alpes-, revisten una especial sensación de huída y de reencuentro con lo auténtico. Lo cierto es que el film de Borzage está revestido de detalles magníficos, reveladores, que nunca resultan inútiles o accesorios. Los chanclos del profesor que inicialmente entran en escena, y que posteriormente servirán para destacar su ausencia, o ese vaso decorado que se custodia en casa de la madre de Martin, y que en los minutos finales serán el referente para la bellísima secuencia del simbólico matrimonio del joven con Freya. Una secuencia definida por su simbiosis de romanticismo y fatalismo, en la que el sentimiento amoroso de los contrayentes se ve contrastado por las lágrimas de la madre de este, convencida que el rito no es más que el preludio de un suceso trágico, aunque ello se ofrezca como una auténtica ofrenda al amor auténtico y verdadero.
THE MORTAL… es una película llena de hermosos detalles –esa secuencia final en la que el eco de la felicidad familiar definitivamente ausente de la mansión de los Roth, que llena de pesar al joven Otto (Robert Stack) al tomar conciencia de lo que ha dejado perder al fascinarse por una ideología que destruye al individuo, seguida de un travelling por la puerta nevada del exterior, que poco después vislumbrará la metáfora de esa nieve que oculta las pisadas y escenifica el inevitable paso del tiempo-. Una película que al mismo tiempo logra eludir el esquematismo que se adueñó de diversos exponentes del cine antinazi. Y lo logra por que no es ese el interés prioritario para Borzage –el de concebir un producto de estas características-, sino encontrar un escenario y unas circunstancias para ofrecer una vuelta de tuerca sobre sus obsesiones temáticas y estilísticas habituales. En ese sentido, nos encontramos con un resultado coherente con el mejor cine de su director, combinando el romanticismo de su discurrir, con un grito casi desesperado a favor de la libertad del individuo. Objetivos ambos logrados de forma admirable, confluyendo en uno de los exponentes más brillantes, sentidos y conmovedores, de la larga filmografía de su artífice.
Calificación: 4
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JORGE TREJO RAYON -
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