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CINEMA DE PERRA GORDA

MOONRISE (1948, Frank Borzage)

MOONRISE (1948, Frank Borzage)

Un discurrir de ondas de agua, acompañados por el bellísimo y evocador tema de William Lava, nos ofrece el rótulo Frank Borzage’s antes del propio título de la que supone una de las películas más insólitas, desgarradoras en su romanticismo y atrevidas visualmente de cuantas formaron la extensa filmografía del excelente realizador norteamericano. De hecho, hay que consignar por un lado que, pese a adscribirse de lleno dentro de los postulados de la serie B, MOONRISE (1948) se describe como una película en la que dicha relativa limitación presupuestaria prácticamente no se nota. Incluso me atrevería a decir que la extraordinaria disposición de decorados rodados en estudio, finalmente revierten en el resultado final de una película que destaca en todo momento por ese alcance casi claustrofóbico. Un rasgo que se muestra además desde los primeros compases del film, en el que la máxima expresiva parece resultar el determinismo que en la vida pueda comportar los rasgos que ha heredado cualquier ser humano, y contra el que inicialmente nadie puede luchar.

 

En este sentido, el film de Borzage se inicia de forma rotunda con una serie de angulaciones, sobreimpresiones y movimientos de cámara que servirán para describir de forma casi angustiosa el tormento interior que vive el joven Danny Hawkins -un notable Dane Clark en su rol más perdurable de la pantalla-, desde que siendo pequeño tuvo que sufrir no solo el hecho de que su padre fuera ajusticiado sino, sobre todo, las consecuencias que dicho hecho traumático le marcarán durante toda su vida. Humillaciones, peleas con sus compañeros ya desde niño, que se irán extendiendo hasta llegar a su juventud, y que en la película le llevarán a un enfrentamiento con el arrogante Jerry Syker (Lloyd Bridges). A consecuencia de la pelea que ambos mantienen, Hawkins matará accidentalmente a este de una pedrada, escondiendo su cadáver en el pantano. No será este, sin embargo, más que el inicio de un auténtico calvario interior en el que, más allá del hecho de la segura aparición del cadáver y el acercamiento de la búsqueda del asesino en torno a su figura, lo que realmente intenta la película es transmitir al espectador ese desasosiego existencial de un protagonista que intentará inútilmente huir de su crimen accidental. Durante toda la película, Danny buscará algún asidero que permita salirse de ese círculo –es por ello, que la referencia de las ondas del agua estará muy presente en bastantes momentos del metraje, siempre en segundo término-, y del que finalmente solo logrará emerger enfrentándose a esa especie de herencia natural con la compañía necesaria del amor, representado en Gilly (la personalísima Gail Russell).

 

Es indudable que MOONRISE supone una auténtica ara avis en la trayectoria profesional del ya curtido Borzage. Su propio artífice nunca se mostró especialmente satisfecho de un resultado que consideraba estaba dominado en demasía por unos planteamientos plásticos. Cierto es que la singularidad que ofrece esa agresividad visual resulta hasta cierto punto desusada en el cine del eternamente clásico Borzage. Ello, sin embargo, no nos debería hacer olvidar las enormes virtudes de su conjunto. Es más, me atrevería a señalar que dentro del aparente corto alcance que la película recibió en el momento de su estreno, nos encontramos con un título que creó escuela, sirviendo su pareja protagonista como auténtico referente para todas aquellos jóvenes outsiders que poblaron aquel doloroso cine norteamericano de posguerra, en títulos como THE LIVE BY NIGHT (Los amantes de la noche, 1948) y en algunos otros inmediatamente posteriores de Nicholas Ray. No se a ciencia cierta donde podría provenir dicha afinidad, pero lo cierto es que estoy casi convencido que Ray tomó de esta película el regusto por el cariño a los personajes marginales –como ese sordomudo que encarna con tanta sinceridad Henry Morgan; la mirada que este le ofrece al protagonista cuando le va a ofrecer la navaja que puede resultar decisoria para inculparle en el asesinato accidental, llega a ser sublime-, que más adelante tanta significación tendrían en su cine.

 

En cualquier caso, integrándose dentro de un contexto de enorme fuerza en el cine norteamericano de su época –de donde asume esos ecos expresionistas inherentes en determinadas vertientes del cine noir, en donde sin duda tiene una especial relevancia la aportación de John M. Russell como operador de fotografía-, lo cierto es que MOONRISE tiene una personalidad muy especial. Esa simbiosis entre las constantes habituales del cine de Borzage, dentro de un contexto cinematográfico que el realizador ya jamás volvería a poner en práctica –puede decirse que nos encontramos ante el testamento cinematográfico de su autor-, en modo alguno provoca distorsión en la evolución de su obra. Antes al contrario, abrió nuevos caminos al cine de Borzage, aunque planteando siempre en sus imágenes la querencia misticista de su cine –que en modo alguno cabe limitar a una visión religiosa-, o al eterno tema vector de su obra; el poder supremo del amor. A través de la incardinación de estos rasgos, sorprende en la película el relativo desapego que despliega en una trama en la que se registran saltos abruptos, como si el realizador no tuviera especial interés por ligar los elementos de la misma, y en su defecto se dejara llevar por el valor de las sensaciones, las miradas, las emociones, o la constante pugna interior de ese protagonista que se queja de la herencia recibida, pero que en el fondo hasta que no manifieste su enfrentamiento a ese pasado –siempre con la ayuda que le brinda el amor sincero e instintivo de Gilly-, no podrá llegar a ser él mismo, sin ataduras ni atavismos.

 

En esa lucha, en ese constante sentimiento en discurrir por encima de la lógica del fatalismo, las imágenes del film de Borzage desprenden en todo momento fatalismo y un cierto poso de esperanza. Algo que en todo momento desprende un profundo conocimiento de la condición humana, vertiendo una mirada compasiva sobre las flaquezas inherentes a nuestro comportamiento, que en múltiples ocasiones no nos vienen dadas. Debilidades que constantemente son puestas en tela de juicio, y que incluso llegan a relativizar un crimen –tanto el cometido por Danny como el que condenó a su padre, matando al médico que dejó morir accidentalmente a su esposa-. En ese sentido, la visión que produce MOONRISE es de una extrema lucidez, combinada con una delicadeza, un romanticismo y un alcance positivamente moralista, que esta expresado de forma memorable con el que resulta probablemente el mejor personaje de la película. Evidentemente, me estoy refiriendo el rol y la labor encarnada admirablemente por ese veterano ser, voluntariamente ausente de la cotidiana vida social, que en su prolongado y quizá lamentado retiro ha llegado a valorar la esencia del comportamiento con especial lucidez teñida de comprensión, y del que Rex Ingram realiza un trabajo admirable.

 

Romántica, dolorosa, abrupta, oscura y desequilibrada, poseedora de ese cálido aliento de las películas dotadas con inspiración y vida propia, el film de Borzage merece justamente no solo su condición de gran película, sino que además puede erigirse como uno de los melodramas más personales, arriesgados y hondos que el cine norteamericano ofreció en la segunda mitad de los cuarenta. Lástima que a partir de esta película, la andadura del ya veterano realizador norteamericano se relajara en su andadura profesional, se inclinara hacia la televisión, y su escasa producción posterior en la gran pantalla no alcanzara el nivel de su trayectoria precedente. En cierto modo, eso no importa mucho. A esas alturas, el gran cineasta del amor supremo no tenía ya que demostrar ser uno de los cantores más personales y persistentes del romanticismo cinematográfico. En este sentido, MOONRISE fue una prueba, valiente y personal, de iniciar un sendero que, lamentablemente, no tuvo continuidad.

 

Calificación: 4

1 comentario

Lorenzo -

Gracias por descubrirme esta maravilla...y tantas otras