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CINEMA DE PERRA GORDA

GREEN LIGHT (1937, Frank Borzage)

GREEN LIGHT (1937, Frank Borzage)

Es probable que para un espectador más o menos dogmático, y quizá poco interesado en la labor de la puesta en escena, el visionado de GREEN LIGHT (1937, Frank Borzage) supusiera poco menos que una tortura. Ahí es nada, tomar como base una novela de Lloyd C. Douglas, especialista en temas místicos y en todo momento empeñado en plantear discursos en los que la presencia religiosa resulte determinante. Ni que decir tiene, que como en cualquier temática cinematográfica, el tratamiento de la misma ha culminado con frecuencia resultados abominables, pero tampoco se puede negar que logrando trascender la rigidez de dichos planteamientos a partir de un elaborado trabajo cinematográfico, han logrado confluir películas de reconocidas cualidades. Sin salirnos de la base literaria de Douglas, podemos destacar las dos versiones que sobre la misma novela rodaron respectivamente John M. Stahl y Douglas Sirk –MAGNIFICENT OBSESSIÓN (Sublime obsesión) en 1935 y MAGNIFICENT OBSESSION (Obsesión) en 1954-. Pues bien, quizá sin llegar a las cotas de excelencia del mencionado referente sirkiano, podemos sin duda incluir GREEN LIGHT en este apartado, erigiéndose sin duda como un atractivo exponente de la intensidad y arrojo cinematográfico con que Frank Borzage venía desarrollando su trayectoria como realizador en la década de los treinta. Un periodo de su obra en líneas generales poco conocido y escasamente valorado, pero que cualquier aficionado con sensibilidad debería admirar como una de las aportaciones más valiosas, arriesgadas, atrevidas y vivas, del melodrama norteamericano en la mencionada década. Es curioso, a este respecto, comprobar, como los tres nombres señalados –Sirk, Borzage y Stahl-, se enfrentaron con una base literaria proclive a los peores excesos, logrando sin embargo extraer de la misma la base suficiente para plasmar en su desarrollo, sus maneras y estilos cinematográficamente contrapuestos, todos ellos sin embargo de enorme valía, representativos además de sendas posibilidades a la hora de apostar por el melodrama.

 

GREEN... se inicia con una extraña pirueta formal revestida de tono de comedia ligera con la presentación del protagonista, el afable, atractivo y carismático Dr. Paige (Errol Flynn). Se dirige hacia el hospital en el que ejerce como cirujano, tras un breve encuentro con un guarda de tráfico al que le unen vínculos de cierta amistad. Una vez en el recinto, atisbaremos la relación que mantiene con la enfermera Frances (Margaret Lindsay), guiada en su interior por una fraternal amistad, pero secretamente definida por un amor no correspondido. En el hospital todos esperan la llegada del Dr. Endicott (Henry O’Neill), para que opere a la resignada Sra. Dexter. Sin embargo, el considerable retraso observado –Endicott ha perdido sus ahorros y se encuentra enredado en una operación inmobiliaria-, llevará a Paige a realizar la operación, contando siempre con la benevolencia de la propia paciente. En plena operación, Endicott llegará a la mesa y se responsabilizará de la misma, cometiendo un error en su estado nervioso que concluirá trágicamente con el fallecimiento de la paciente. Paige en privado logrará hacer confesar a este su error, pero del mismo modo se llegará a conmover de la situación que este asumiría caso de admitir la situación, por lo que de forma incomprensible se responsabilizará de la misma, asumiendo una espiral de culpabilidad que, inesperadamente, le relacionará con la joven hija de la paciente –Phyllis (Anita Louise)-. El reconocimiento ante la joven –por la que desde el primer momento se ha sentido atraída- de su auténtica identidad, le forzará a trasladarse hasta las montañas rocosas donde, en un extraño proceso de purificación, ayudará a su compañero, el Dr. Strafford (Walter Abel), a descubrir una vacuna para combatir la incidencia de la carcoma entre los habitantes de la zona. Un proceso que le llevará a probar en carne propia un antídoto que a punto estará de costarle la vida, aunque finalmente sirva para ejercer como catarsis no solo en él, sino en todas aquellas personas que le rodean, y que –como el caso de Phyllis-, desean amarlo durante el resto de sus vidas.

 

Antes lo decía. Con el planteamiento argumental de GREEN LIGHT era muy fácil hundirse en las aguas cenagosas de un sermón correoso que girara en torno a las virtudes de la espiritualidad religiosa. Afortunadamente, Borzage era un hombre al que la sensibilidad por lo general iba acompañada de una notable claridad de ideas y una no menos brillante capacidad para afrontar riesgos en sus películas. Ello es algo que delatan constantemente títulos caracterizados por sus giros sorprendentes, por el ritmo que sobrellevan y, en líneas generales, por reconducir sus obsesiones temáticas y cinematográficas ante derroteros en apariencia heterogéneos, pero finalmente reconducidos bajo el personalísimo filtro de su artífice. En este sentido, el título que nos ocupa no supone una excepción. Pese a sus relativas debilidades –hay que reconocer que no nos encontramos con un film redondo-, lo cierto es que la película logra atesorar en su conjunto una apuesta decidida por la fuerza del individuo, logra trascender de manera impecable el blando sentimiento religioso de su planteamiento, para apostar por un sentido de la espiritualidad tan intrínsecamente ligado a Borzage. Pero es que al mismo tiempo logra plasmar inicialmente pinceladas de comedia, integra en su seno una solapada referencia a la incidencia de la gran depresión norteamericana, coqueteando finalmente entre los vericuetos del melodrama con elementos prestados del cine de aventuras. Todo ello con una convicción y ligereza pasmosa, con un dominio de recursos expresivos puramente visuales dotados de una gran viveza –movimientos de grúa, fundidos encadenados planteando situaciones paralelas…- y, sobre todo, revelando esa magia tan especial que caracterizaba el cine del realizador, que siempre encontraba el ritmo adecuado para hacer progresar la acción o, por el contrario, detenerse de manera especial en aquellos momentos necesitados de una mayor relajación o propicios a la intensidad de la labor de los intérpretes. En este sentido, justo es reconocerlo, no puede decirse –pese a sus esfuerzos- que Errol Flynn se encontrara muy a gusto en su personaje protagonista, designado sin la aprobación de Borzage, cuando el galán aventurero acababa de rodar THE CHARGE OF THE LIGHT BRIGADE (La carga de la brigada ligera, 1936. Michael Curtiz) Sin embargo, este relativo miscasting no impide que la manera tan intensa que Borzage planteaba a sus intérpretes –una faceta que le acercaba mucho a los métodos de otro grande del género, Leo McCarey- funcione con eficacia. Es más, de nuevo el autor de 7th HEAVEN (El séptimo cielo, 1927) logra contagiarnos con esa manera tan peculiar que tenía de plantear en la pantalla una espiritualidad tan especial, ligada a la reflexión del individuo, y por lo general alejada de cualquier dogmatismo religioso. En este ejemplo concreto, pese a la presencia del clérigo Dean Harcout (encarnado con enorme precisión por Cedric Hardwicke), lo cierto es que las miras del realizador van más allá de una fácil adscripción religiosa que logre transformar al previsiblemente agnóstico Paige. En manos de Borzage todo de nuevo queda envuelto en una espiral de amor, autenticidad y búsqueda de la esencia del individuo.

 

Junto a esa indagación por los vericuetos de sentimientos tan humanos como complejos de expresar en la pantalla, lo cierto es que GREEN... ofrece, pese a sus pequeños desajustes, uno de los fragmentos más atrevidos, deslumbrantes y admirables del cine de Borzage en la década de los años treinta. Me estoy refiriendo a la manera con que, en apenas unos pocos planos, logra relacionar los principales personajes de la historia. Un recorrido que se inicia en la conversación entre Paige y la Sra. Dexter. Esta escucha por radio –en un aparato que tiene forma de capilla-, un sermón de Harcout. La cámara se acerca al aparato y funde con la imagen de dicho sermón, apelando al camino de la eternidad. Dichos planos nos trasladarán a la visita de la hija de la paciente por un templo en Inglaterra acompañada por una amiga, señalando ambas una mística que se encuentra representada como imagen en un retablo. La cámara encuadrará a las muchachas desde el punto de vista de dicha imagen, mientras Phyllis alude a Sylvie, la perra de su madre, lo que sirve como referencia para montar con la imagen del animal portado por Paige. Es así como, de manera precisa y directa, en menos de un minuto podemos establecer el conjunto de interés por unos personajes, a los que el devenir del destino va a llevar a unirse en su andadura inmediata. Sin duda, un tour de force admirable, dentro de una película francamente atractiva.

 

Calificación: 3

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