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CINEMA DE PERRA GORDA

MURDERS IN THE ZOO (1933, A. Edward Sutherland) El asesino diabólico

MURDERS IN THE ZOO (1933, A. Edward Sutherland) El asesino diabólico

La experiencia que durante largos años ha proporcionado la historiografía cinematográfica, ha permitido que la visión que se tenía del cine de terror USA en los fértiles años treinta, abriera sus perfiles a muchos más puntos de interés que los comúnmente establecidos hace, por ejemplo, un par de décadas. Desde aquella referencia más o menos recurrente, se ha reconocido la importancia de títulos como THE BLACK CAT (Satanás, 1934. Edgar G. Ulmer), o MURDERS IN THE RUE MORGUE (Los asesinatos de la Calle Morgue, 1932. Robert Florey), ciñéndonos a la producción de la Universal, al tiempo que quizá el elemento de interés más valioso se centrara en reconocer la importancia que otras productoras brindaron al género en aquel tiempo, con demostraciones tan valiosas o más que varias de las mencionadas del referido estudio, en la que se encontraron realizadores tan necesitados de revisión como Víctor Halperin.

Pues bien, ese interés por ir redescubriendo previsibles muestras de especial calado que permitan ir completando el mapa de la producción en aquel periodo de tanta riqueza, quizá en ocasiones nos induzca a juzgar apriorísticamente pretendidos “descubrimientos” que muy poco después se revelan de un interés más limitado. En mi experiencia personal, MURDERS IN THE ZOO (El asesino diabólico, 1933. A. Edward Sutherland) ejemplifica uno de dichos exponentes. Y lo brinda en la medida que su resultado no alcanza la altura que permite inducir sus deslumbrantes minutos de apertura, resultando en última instancia una propuesta apreciable de la Paramount, en la que destacan dos ó tres de sus secuencias, que por su fuerza y paroxismo bien podrían engrosar no tanto una hipotética galería de momentos cumbres del género, sino más bien otra más extraña que destacara los instantes más sádicos brindados por el séptimo arte.

MURDERS… se inicia de manera rotunda. Un impetuoso travelling de retroceso que transcurre por el pasillo central del zoo que ejercerá minutos después como marco de la acción, servirá para intercalar los títulos de crédito, en los que los rostros en movimiento de los actores –algo habitual como presentación en el cine de la época-, se superpondrá a diferentes animales del mismo, definiendo de alguna manera el carácter de cada uno de sus personajes. De repente, la acción se traslada a terreno asiático, y por medio de una serie de planos nos acercaremos hasta la jungla, en donde seremos testigos de una extraña acción del dr. Eric Gorman (Lionel Atwill), dejando en la selva a un hombre. Este se levantará desafiando las ligaduras que atan sus manos a la espalda, comprobando que no emite sonido alguno por su boca, hasta descubrir con horror mientras se acerca su rostro angustiado a la pantalla ¡que lleva su boca cosida! –Gorman lo ha torturado de esta forma al descubrir sus devaneos con su esposa-. Un inicio tan rotundo como el que comentamos –que posee ciertos ecos del FREAKS (La parada de los monstruos, 1932) de Tod Browning, induce a pensar en la posibilidad de encontrarnos ante una joya ignota del cine de terror en dicha época. Es algo a lo que podría inducir el hecho de encontrarnos con un villain como el citado Atwill o la presencia en el papel de su esposa de la personalísima Kathleen Burke –la mujer gato de ISLAND OF LOST SOULS (La isla de las almas perdidas, 1932. Erle C. Kenton)-, pero que poco a poco irá diluyendo el desarrollo de la película. Una propuesta que, justo es reconocerlo, encierra no pocas sugerencias en poco más de una hora de duración, pero que posee un acusado desequilibrio entre sus momentos más impactantes y el conjunto del metraje –un poco a la manera de lo que sucedería en la más conocida THE RAVEN (El cuervo, 1935. Louis Friedlander / Lew Landers).

Gorman es un profundo conocedor de la fauna animal, principal promotor de ese museo al que va a brindar las capturas logradas en la expedición que ha iniciado la película. También es una persona profundamente celosa ante cualquier acercamiento de su esposa Evelyn a cualquier hombre, hasta el punto de que esta albergue un justificado temor sobre su comportamiento, e incluso esté decidida a abandonarlo para vivir su vida junto al joven Roger Hewitt (John Lodge). Una vez retornados a tierra norteamericana, Gorman comprobará la crisis de visitantes que está viviendo el zoo que ampara, sin que ello evite corroerse de celos al ratificar que sus sospechas sobre la relación que mantiene su esposa con Hewitt son ciertas. Por ello organizará una cena en las mismas instalaciones de su gran creación. Lo hará a primera instancia con objeto de recaudar fondos, aunque su mente retorcida lo orqueste con la nada velada intención de librarse del rival amoroso de Evelyn. Será este el inicio de una espiral de horror, en la que el asfixiante contexto del zoo servirá como marco para una siniestra ceremonia del horror.

No cabe duda que un título como el que nos ocupa, bebe de múltiples referencias de éxitos bastante cercanos. Era habitual por otra parte esta circunstancia, y en este caso además de las claras reminiscencias de los dos films citados con anterioridad, podemos destacar las de THE MOST DANGEROUS GAME (El malvado Zaroll, 1932. Ernest B. Schoedsack & Irbing Pichel) o KING-KONG (1933, Merian C. Cooper & Ernest B. Schoedsack). Lo cierto es que junto a ese lado malsano que recorre la película de principio a fín y le brinda sus mejores momentos, hay dos elementos que inciden negativamente en su apreciación. Uno de ellos, especialmente molesto, es el protagonismo que tiene en la misma el personaje del encargado de prensa encargado por Charlie Ruggles. Cierto es que la película está realizada por A. Edwrad Sutherland, conocido por ser un realizador de títulos protagonizados por estrellas cómicas como W. C. Fields o Laurel & Hardy. Sin embargo, en esta ocasión la presencia de dicho rol –que lleva el curioso nombre de Peter Yates, como el posterior realizador británico de THE DRESSER (La sombra del actor, 1983)- sirve como innecesario y en algunos momentos cargante elemento distanciador. Unamos a ello ese cierto estatismo que se aprecia en algunos de sus momentos, definiéndose una irregularidad en su ritmo que afecta negativamente al conjunto.

Para ser justos con la película, esta misma circunstancia es algo que se extendería a muchas más propuestas del género en aquellos años –algunas incluso receptoras de una valoración muy superior a la de esa muestra bien poco conocida y citada-. Pero ello no evita que, aún encontrándonos con film bastante apreciable, se tenga esa agridulce sensación de que habiendo soslayado estas dos circunstancias citadas, bien pudiéramos habernos encontrado con una de las cumbres del género en dicha década. En cualquier caso, y valorando su definitiva configuración, MURDERS IN THE ZOO destaca en primer lugar por la vigorosa y rotunda composición ofrecida por un Lionel Atwill en plena forma, quien brinda su rostro punitivo y esa personalidad soterradamente malsana, al servicio de los mejores momentos de la función, entre los que se encuentran sin duda el escalofriante empujón que propina a su esposa –sin duda el momento cumbre de la película-, arrojándola sin dudarlo al estanque en donde se encuentran los cocodrilos, o ese final en el que perecerá destruido al ser atrapado por una serpiente de descomunales dimensiones.

Calificación: 2’5

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