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CINEMA DE PERRA GORDA

MERCURY RISING (1998, Harold Becker) Al rojo vivo

MERCURY RISING (1998, Harold Becker) Al rojo vivo

Es muy probable que a más de una década vista, nadie se acuerde ya de MERCURY RISING (Al rojo vivo, 1998. Harold Becker). No sería nada reprobable, en la medida que su presencia no deja de ofrecer una propuesta más de “cine de palomitas”. Es decir, una película destinada al afianzamiento de Bruce Willis dentro del cine de acción, combinando en su trazado argumental diversas tendencias de cercano éxito en aquellos años –referencias que van desde WARGAMES (Juegos de guerra, 1983. John Badham),  FORREST GUMP (1994, Robert Zemeckis) hasta WITNESS (ÚNICO TESTIGO, 1985. Peter Weir), sin dejar por alto DIE HARD (La jungla de cristal, 1988. John McTiernan)-. Negar estas evidencias sería cuanto menos estúpido. Pero del mismo modo, contemplar con una cierta distancia este producto del competente artesano que siempre ha sido Harold Becker, nos permite valorar lo que su resultado ofrece de efectividad narrativa. Es posible que esta relativa simpatía que brinda la película, provenga de forma fundamental por la degeneración que el género de acción ha venido sufriendo en los últimos años. Quizá para los que contemplamos películas un poco “chapados a la antigua”, y que aborrecemos de esa planificación basada en la acumulación indiscriminada de planos cortos, en un montaje que encubre una absoluta ausencia de puesta en escena –algo que afecta incluso a las tan reconocidas como por mi nada apreciadas secuelas de la serie Bourne-, encontrarnos con un relato con el que se propone en esta ocasión, nos permite cierta simpatía a la hora de su valoración. Se trata de una producción quizá no caracterizada por su originalidad, pero si provista de una factura adecuada, un ritmo sostenido, y una manera cuanto menos honesta de saber encajar el cúmulo de convenciones que brinda su relato.

Art Jeffries (Bruce Willis) es un reconocido agente del FBI, que ha quedado traumatizado por vivir un atraco como infiltrado. Fue un asalto en donde sus compañeros asesinaron sin ningún tipo de consideración a un muchacho adolescente, que se encontraba entre los delincuentes casi forzado por su entorno familiar. Entrado en desgracia por su peculiar personalidad, será destinado a cometidos indignos de su eficacia, hasta que de forma inesperada sea destinado a la recuperación de un niño autista que ha desaparecido de un hogar familiar en el que –en apariencia- el padre se ha suicidado antes de matar a su esposa. La realidad tendrá otro cariz, ya que el pequeño –Simon (Miko Lynch)-, posee dentro de su anomalía, un cerebro de prodigiosas posibilidades que le ha permitido descubrir la clave de un complejo plan informático desarrollado por un equipo de la defensa de los Estados Unidos, comandado por el arrogante Nick Kudrow (Alec Baldwin). A partir de esta doble circunstancia, la acción se centrará por parte de Art –que ha sido de alguna manera demonizado por sus compañeros por su tendencia a articular paranoias en sus casos- en proteger al muchacho, mientras que la decisión de Kudrow será la de liquidar al único obstáculo que de forma inesperada se ha planteado por el camino, para que el plan de seguridad que ha implantado –de un altísimo coste económico-, pueda ejercer sus funciones sin ningún tipo de cortapisas.

Ni que decir tiene, que si alguien quiere atisbar un cierto grado de originalidad en MERCURY RISING, mejor será que se abstenga de su visionado. Sin embargo, a todos aquellos que tengan la intención de pasar cien minutos entretenidos y, sobre todo ajenos a esa atomización que ha sufrido el cine de acción en los últimos años, sí que me permito recomendar moderadamente, una película que –como podría suponer años antes un título como NARROW MARGIN (Testigo accidental, 1990. Peter Hyams); remake de THE NARROW MARGIN (1952, Richard Fleischer)-, posee la virtud de ofrecer al espectador un relato trazado con tanto convencionalismo como eficacia y, sobre todo, narrado con un sentido del clasicismo que, a unos años vista, permite que su resultado sea contemplado con moderado agrado. Hay en la película –justo es reconocerlo- una sensación de deja vu que, por fortuna, deja paso al seguimiento de una propuesta previsible en sus giros argumentales, pero efectiva en la manera con la que estos son plasmados. Es algo que ya se establecerá en la secuencia de apertura –de la que se realizarán innecesarias referencias durante el resto del film-, y que nos permitirá justificar la singular personalidad de Art, al tiempo que servirá como base para entender su caída en desgracia dentro del FBI –enfrentarse a los métodos de sus superiores-. De forma paralela, Becker nos plasma la cotidianeidad de la vida del pequeño e involuntario protagonista de la función –un aspecto de suficiente interés-. Una cotidianeidad que es rota de manera abrupta –en el momento sin duda más escalofriante del film-, cuando sus padres son asesinados de forma inesperada y con una frialdad absoluta por parte de un asesino profesional. A partir de la confluencia de los dos frentes, el film de Becker se inserta en esa espiral de acumulación de referencias apropiadas de títulos precedentes –en ocasiones superando estas referencias, en otras situándose por debajo de las mismas-, pero a fuer de ser sinceros, prevalece en su conjunto la sensación de asistir a un cocinado de ciertas recetas, que en su combinación adquieren una profesionalidad a prueba de bomba. Cierto es que se puede objetar el maniqueísmo que adquiere el personaje encarnado con poca garra por Alec Baldwin, o ciertos elementos que en buena medida carecen de la suficiente credibilidad en la pantalla. Pero al mismo tiempo la película adquiere una competente planificación de ecos clásicos, se sigue con interés en su discurrir, huye del grado de sentimentalismo que podría proporcionar una historia con niño, y en algunos momentos –los asesinatos que se plasman de los jóvenes expertos informáticos, al denunciar a Art la situación en la que se han visto implicados de forma casual-, adquiere una tensión de notable nivel.

Es, en teoría, el triunfo del artesano competente; el de saber ofrecer un producto tan digno como discreto, y hacerlo con cierta nobleza. Cierto es que en su tramo final asistiremos a una secuencia heredada de la ya citada DIE HARD. Pero al mismo tiempo, MERCURY RISING ofrece lo mejor de sí mismo en esos dos planos finales que valen por toda la película, y que dan la medida del grado de densidad que hubiera podido ofrecer su resultado, en caso de haber atendido en un grado superior la psicología de sus personajes. En cualquier caso, y pese a sus carencias, el film de Harold Becker aparece hoy con un determinado grado de interés, e incluso uno añora que en estos tiempos posteriores, el cine de acción se remita a las fórmulas más mesuradas planteadas en sus imágenes. Es decir, que entre lo que nos ofrece Bcker y lo planteado por Michael Bay o John Woo brinda casi un abismo de perversidad narrativa.

Calificación: 2

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