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CINEMA DE PERRA GORDA

GUNFIGHT AT COMANCHE CREEK (1963, Frank McDonald) Comanche Creek

GUNFIGHT AT COMANCHE CREEK (1963, Frank McDonald) Comanche Creek

Conforme el cine norteamericano se fue adentrando en los primeros años sesenta, determinados géneros adquirieron una patina cercana a la fantasmagoría. Uno de los más significativos en esta vertiente –quizá el que más- fue el western, en el que por un lado sus grandes maestros –Ford, Hawks, Walsh, Hathaway…- siguieron apostando con exponentes cada vez más alejados de sus planteamientos de décadas precedentes, adaptándose por el contrario con nuevos modos visuales, sin renunciar sin embargo a su propia personalidad. Junto a ellos afloraron otros títulos, por lo general firmados por competentes artesanos profesionales de segunda fila, en los que se encontraron resultados más o menos apreciables, más o menos discretos, que deberían ser considerados en una valoración general del cine del Oeste en estos ya sus años agónicos. Uno de ellos lo ofrece sin duda GUNFIGHT AT COMANCHE CREEK (Comanche Creek, 1963) –aunque editado digitalmente con el título de ARROYO COMANCHE-, firmado por el prolífico pero el apenas conocido Frank McDonald –dedicado desde la década de los cincuenta a una extensa carrera televisiva, aunque debutando en la gran pantalla durante los años treinta, tras un periodo en la escena-. Ya desde el primer momento, sorprende el uso del formato panorámico en una modesta producción de la Alliet Artists, contando con la prestación de la fotografía en color del excelente Joseph F. Biroc y la de Edward Bernds –generalmente denominado Edward L. Bernds-, por lo general ligado al cine de ciencia-ficción, en calidad de guionista de la cinta.

Sin embargo, lo que más sorprende de su enunciado, es sin duda la extraña combinación que la misma ofrece entre su configuración externa como western, y su desarrollo como crónica de carácter policíaco. Casi como si nos encontráramos ante un precedente del tipo de crónica que desarrollaría Roger Corman en su brillante THE ST. VALENTINE’S DAY MASSACRE (La matanza del día de San Valentín, 1967), asistimos a una secuencia progenérico que podría ser extraída de cualquier policíaco, y que nos muestra los modos de actuación de la banda que comanda Amos Troop (DeForest Kelley), destinado a liberar a presos, empujándolos a cometer más delitos, para que el precio de su recompensa sea superior y, con ello, eliminarlos una vez la misma sea lo suficientemente sustanciosa. Una singular premisa argumental, establecida en el Oeste de 1870, y que nos describirá a una de dichas víctimas, que en realidad era un detective infiltrado, camuflado y encarcelado, de una agencia de detectives establecida en un próspero Wichita. La situación llevará al jefe de la misma a destinar como nuevo y posible infiltrado al mujeriego Bob Gifford (un prematuramente envejecido Audie Murphy), que se transformará en el delincuente Judd Tanner, y rápidamente servirá como cebo para la banda de Troop –la facilidad con la que es reclutado deviene una de las debilidades del film-. De manera tan repentina como previsible, y vigilado por una serie de colaboradores –en especial su estrecho compañero Nelson (Jan Merlin), quien en todo momento vigilará al protagonista en su confinamiento del rancho donde se reúne la banda-, Gifford participará no sin mostrar una constante ironía en los delitos a los que es obligado, siendo consciente del peligro que corre, pero al mismo tiempo teniendo dos importantes asideros. Por un lado el contacto con Nelson –con el que se llegará a comunicar mediante espejos en la lejanía- y de otra en el interior de la propia banda, acercándose a Kid Carter (Ben Cooper, prosiguiendo con su estela de roles de joven vaquero, sensible y con un atormentado mundo interior), enamorado de la hija del dueño del rancho, y él único de los componentes de la banda que no ha cometido delitos de sangre. El camuflado detective irá acercándose a Carter, intuyendo muy pronto que el verdadero jefe de la banda no es Troop, sino alguien desconocido que ha de descubrir antes de que ofrezca la señal a sus hombres y neutralicen la misma. Lo malo es que dichas pesquisas no darán el resultado apetecido, poniendo no solo al infiltrado detective en el máximo peligro, sino incluso llevándose por delante a Kid.

Antes lo señalaba. El máximo atractivo de GUNFIGHT AT COMANCHE CREEK -un título que podría anunciar la inexistente presencia de indios en su metraje-, se centra en esa combinación de cine del Oeste con una textura policiaca, dentro de un producto de serie B tardía, rodado en color y pantalla ancha. Sin duda una extraña mixtura que no siempre ofrece el resultado apetecido pero que, si más no, ofrece por un lado la presencia de secundarios como los ya citados o Adam Williams –conocido por sus roles de psicópata-, y el uso de la voz en off proporciona un marchamo muy especial al relato, complementando el devenir narrativo del mismo. Por otro lado, cabe destacar que en su planificación se opta de manera clara por una narrativa de índole clásica, aprovechando un tempo mesurado, y adoptando una estructura de tres actos en la que se detectan inevitablemente ecos televisivos, aunque en ningún momento se abandone dicha opción. Esos instantes confesionales, la cierta tensión que se registra en las noches en el rancho, donde Gifford va intuyendo que su supuesto final se acerca, el tono íntimo de sus conversaciones con Kid, al que logra convencer para revertir su condición nunca asumida del todo de componente de la banda.

Ni que decir tiene que el film de McDonald adolece de la suficiente entidad en la definición interna de sus personajes. En líneas generales estos no escapan del estereotipo, y ello en cierto modo perjudica el resultado final de la misma, aunque no impida tenerla en una moderada consideración. Sin embargo, el desarrollo de la vivencia para nuestro protagonista, al sentir como dos personas cercanas a él mueren en su ayuda, nos permitirá percibir el cambio interno que se producirá en su psicología, evolucionando de ese hombre mujeriego con el que se nos será presentado, al alcance responsable con el que asumirá su posterior discurrir vital en el seno de la agencia de detectives.

Tan discreta como fácilmente degustable, aderezada con esa extraña incardinación de géneros y modos visuales tan opuesta, es cierto que a GUNFIGHT AT COMANCHE CREEK le falta un poco más de mordiente para apurar las propuestas que encierra su enunciado. Sin embargo, ello no le impide ser merecedora de un pequeño reconocimiento dentro de las propuestas del cine del Oeste en aquellos años de casi forzada clausura para el mismo.

Calificación: 2

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