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CINEMA DE PERRA GORDA

A MAN ALONE (1955, Ray Milland) Un hombre solo

A MAN ALONE (1955, Ray Milland) Un hombre solo

A MAN ALONE (Un hombre solo, 1955) fue la primera, de las cinco aportaciones como director para la pantalla grande del actor Ray Milland –que extendió esta faceta de su carrera en diversas producciones televisivas-. Entre las mismas, cierto es que la más conocida de ellas es la muestra de ciencia-ficción de corte moralista y escasos vuelos PANIC IN YEAR ZERO! (Pánico Infinito, 1962) al amparo de la American International. Es quizá por ello, y por el mero hecho de la dificultad de acceder a ellas, que el resto de las realizaciones del magnífico intérprete que fue Milland –que solía firmar sus películas con un escueto R. Milland-, apenas hayan gozado del más mínimo interés. Y es una pena que así suceda, ya que el título que centra estas líneas, bastaría para permitir que la labor del intérprete de THE LOST WEEKEND (Días sin huella, 1945. Billy Wilder) como director, mereciera una referencia, dentro del capítulo de actores-directores.

Y es que esta modesta pero brillante producción de clara serie B de la Republic Pictures, supone una extraña y personalísima muestra de western, en unos años donde dicho género se iba abriendo a diferentes aportaciones y abstracciones, en las que podían incluirse desde el Edgar G. Ulmer de THE NAKED DAWN (1955), hasta el Jacques Tourneur de GREAT DAY IN THE MORNING (Una pistola al amanecer, 1957), pasando por MAN FROM DEL RIO (Un revolver solitario, 1956. Harry Horner). Es decir, que el género iba abriendo sus compuertas para una serie de títulos caracterizados por ámbitos de producción reducidos, centrados en el estudio de personajes y ofrecer unos matices hasta entonces poco frecuentados en el mismo –algo que quizá tendría su exponente más rotundo en el ciclo de producciones auspiciado y protagonizado por Randolph Scott, y dirigido por Budd Boetticher-.

En medio de una tormenta de arena en plena área casi desértica, un vaquero –Wes Steele (Ray Milland)- cae de su caballo, que muy pronto comprobará se ha lesionado en una pierna, y al que tendrá que sacrificar, tras despojarlo de los pocos enseres que portaba, y sin apenas agua. Lo veremos intentar sobrevivir al ataque de una serpiente, bebiendo un trozo de cactus –algo que en muy pocas ocasiones se ha contemplado en la pantalla-, y contemplar el tremendo resultado del asalto a una diligencia, en el que han perecido cinco personas –mujeres y niños incluidos-. Soltando algunos de los caballos de la diligencia, llegará hasta una población cercana a donde han cabalgado los mismos, siendo muy pronto acusado de haber provocado el asalto, y enfrentándose a pistola con el ayudante del sheriff, al que dejará herido, mientras se refugia en un recinto, donde escondido escuchará a los verdaderos responsables del asalto que ha contemplado previamente, al tiempo que asistirá entre penumbra al asesinato de uno de los mandatarios del grupo de asaltantes –un banquero que no ha querido llegar a dichos extremos-. Steele se verá acorralado por todos lados, refugiándose en el sótano de una vivienda, sin saber que se trata de la del sheriff de la localidad, que se encuentra enfermo y está siendo cuidado por su hija –Nadine (Mary Murphy)-.

Será todo ello el vigoroso e insólito punto de partida, en un fragmento caracterizado casi por la ausencia de diálogos –recordemos que apenas tres años antes, Milland había protagonizado THE THIEF (El espía, 1952. Russell Rouse) caracterizada por carecer de diálogo alguno-, la fuerza de la aridez que percibe el espectador y, lo que es más importante, la capacidad que imprime Milland en este tercio inicial del relato para percibir que ni falta ni sobra un solo plano. Esa capacidad descriptiva, la apuesta por el detalle enriquecedor del relato –el instante en el que contempla la ropa que conforma la dote de Nadine mientras está curioseando en el sótano; el encuentro con unos tarros de melocotones, que consumirá con avidez-, nos adentra en lo que supone el tema central del film; la posibilidad de la redención de sus principales personajes. En concreto, Steele es un pistolero de reconocido prestigio –porta una gran cantidad de dinero, que nunca sabremos si procede de un asalto o de la venta de un terreno-, que intenta abandonar ese pasado peligroso, reinsertándose en un modo de vida más pausado. Pero esa redención también la intentará buscar la joven muchacha que se ha encontrado con él, hasta ese momento sojuzgada por la sobreprotección marcada por su padre, e intentar convertirse en la mujer que ya es, pero que su progenitor se niega a contemplar. Y será el propio Gil (Ward Bond), astuto pero envejecido mandatario de la Ley en la ciudad, quien en último extremo asumirá esas sensaciones marcadas en su hija y Wes, quienes poco a poco se han ido enamorando, poniendo en práctica incluso una insólita capacidad de sacrificio, logrando al mismo tiempo emerger del ámbito del siniestro Stanley (Raymond Burr), que en realidad ha sido quien planificó el asalto a la caravana y, con la ayuda del exaltado Clanton (Lee Van Cleef), el asesinato antes señalado. Serán delitos por los que se acusará a Wes, siendo este protegido y al mismo tiempo apresado por el veterano sheriff, viendo el pistolero como poco a poco se cierne sobre él el peso de su pasado, al tiempo que las insidias marcadas por Stanley y sus secuaces.

Estoy seguro que si Milland no hubiera dirigido más que esta película, y esta se encontrara más cercana al gran público, ahora mismo nos encontraríamos con una auténtica cult movie. La capacidad que sus imágenes albergan para aunar sentimientos encontrados, para erigirse como apólogo moral de alcance casi bíblico, para basarse en el peso de la cámara, la mirada y el gesto de los actores, la fuera de la música –magnífica, de Víctor Young-. Todo en su conjunto conforma un relato narrado siempre en voz baja y, precisamente por ello, provisto e una enorme intuición cinematográfica, entre la cual no conviene olvidar la capacidad para describir la facilidad con la que una colectividad puede mostrarse exaltada, respondiendo al más mínimo estímulo –ese inesperado improperio de la vieja cuando van a llevar al sheriff al linchamiento en la catarsis del film-. No olvidemos a este respecto que nos encontramos en 1955, y aún las huellas del maccarthismo se encuentran bien presentes, y el eco de referentes tan inolvidables y cercanos en el tiempo como el de SILVER LODE (Filón de plata, 1954. Allan Dwan), se encuentran bien presentes ¿Quizá por ello Milland trabajó un par de años después con el veterano cineasta en THE RIVER’S EDGE (Al borde del río, 1957)? No lo sabemos. Lo que sí podemos, es establecer una especie de puente, entre esta magnífica y apenas conocida propuesta de Milland, como consecuencia de la citada obra protagonizada por John Payne, los lejanos ecos de JOHNNY GUITAR (1954) de Nicholas Ray, el ya mencionado THE NAKED DAWN, o incluso el posterior GREAT DAY IN THE MORNING –con el que comparte además la presencia del siempre ambivalente Raymond Burr-.

Lo cierto es que estos y otros exponentes, conforman un conjunto necesitado de un estudio más pormenorizado, que albergan en su seno una mirada crítica a la Norteamérica del momento de realización de dichos títulos, camuflada por medio de argumentos insertos en el western, ligados al melodrama, y al mismo tiempo por lo general unidos a formatos de serie B. A MAN ALONE es uno de ellos. Quizá de los más valiosos, al tiempo que de los menos conocidos. A tiempo estamos de revalorizar una película magnífica, vibrante, perfecta en planificación y dirección de actores, sorprendente en algunos extremos –su propia conclusión-, que demuestra que no solo Marlon Brando supo ofrecer títulos personales en el contexto del cine del Oeste con ONE-EYED JACKS (El rostro impenetrable, 1961). Seis años antes y con mayor modestia, Ray Milland lo hijo, mejor si cabe.

Calificación: 3’5

 

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