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CINEMA DE PERRA GORDA

THE LOOKING GLASS WAR (1969, Frank Pierson) El espejo de los espías

THE LOOKING GLASS WAR (1969, Frank Pierson) El espejo de los espías

Dentro de la corriente que en la década de los sesenta, nos propuso numerosas y por lo general atractivas propuestas desarrolladas dentro del ámbito del cine de espías, es curioso el escaso prestigio que atesora THE LOOKING GLASS WAR (El espejo de los espías, 1969). Pese a ser la adaptación de una novela que asume con claridad el universo de John Le Carré, es más que probable que el hecho de que la misma estuviera firmada por Frnk R. Pierson –en su debut en la gran pantalla, y muy pronto fagocitado para la televisión y incluso exponentes cinematográficos totalmente olvidables-, haya favorecido el olvido que le caracteriza. Y es lamentable que ello suceda, ya que si logramos superar dicho prejuicio apenas justificado, podremos asistir a una de las miradas más desencantadas que el cine ofreció sobre este ámbito en aquellos finales de la década de los sesenta. Cierto; hay otro elemento que nos puede predisponer en su contra, a la hora de apreciar su resultado. No es otro que el protagonismo del relato al joven Christopher Jones, uno de los peores actores jóvenes de su tiempo, incapaz de ofrecer a lo largo del film ni un solo instante de fuerza dramática y, por el contrario, estando en todo momento pendiente de imitar de manera irritante las poses y mohines que hicieron famoso a James Dean –incluida su manera de fumar-.

Partiendo de ese relativo lastre –que hay que reconocer se ofrece molesto en algunos momentos de servilismo a la insustancial estrella juvenil-, lo cierto es que desde el primer momento, Pierson logra incorporar a su relato una mirada descreída y escéptica, en torno a la deshumanización que rodea un mundo como el espionaje, amparado por estados tanto totalitarios como otros, es el caso del inglés, que fomenta las acciones que narra el relato, caracterizados por su aura democrática. Ya desde esos fríos títulos de crédito superpuestos sobre una puerta metalizada y dominados por unos tonos lívidos, trabajando con brillantez el uso del formato panorámico, asistimos a una de esas miradas revestidas de escepticismo, que dominaron el mundo literario y, posteriormente, cinematográfico, recreado por la pluma de Le Carré.

Nos encontramos en pleno periodo de la denominada Guerra Fría entre el mundo occidental y los países del Este. La tarea de uno de los espías revela una serie de testimonios que indicarían la actividad en Alemania Oriental, de construcción de unos misiles que están prohibidos en los tratados vigentes. Para poder confirmar dichas sospechas, el responsable del ares –LeClerc (impagable Ralph Richardson)-, decidirá la captación de un joven polaco, deseoso de adquirir la nacionalidad inglesa, para permitirle residir en Londres y convivir con el que va a ser su futuro hijo, fruto de sus relaciones con una joven. Pese a su carácter huidizo, Leiser (Christopher Jones) posee diversas cualidades –su escepticismo y valor, y la experta mano en el manejo de los idiomas- se avendrá en la misión, siendo adiestrado para ello por el experto John Avery (Anthony Hopkins). Tras ese breve periodo, y sufriendo interiormente el desengaño de que su chica haya abortado del bebe que mantenía, no dudará en traspasar la frontera, adentrándose en una peligrosa singladura existencial, en la que la comprobación de las sospechas de aquellos que le enviaron a la misma, no se tornará más que un trágico augurio para su propio futuro.

Caracterizada, como antes señalaba, por un tono gélido y lívido, que se materializa tanto en su tono fotográfico, en el elemento visual de sus imágenes –en las que incluso sus secuencias de acción aparecerán mitigadas-, y en el aporte de un fondo sonoro –obra de Angela Morley-, que se adhiere con presteza a la atmósfera de su relato, lo cierto es que su conjunto aporta una visión por momentos incómoda de contemplar, en torno a una galería de personajes a cual más mezquino. Desde esa pareja de Leiser, que no ha dudado en utilizarlo para su propio placer, y aborta para perder el vínculo de unión, hasta la carencia de personalidad que, en el fondo, manifiesta LeClerc, dominado por la tremenda influencia que sobre él ejerce una esposa a la que no ama, dedicándose a conquistas de secretarias, que conoce e incluso aprueba su propia esposa. Pero es que esa aura sombría aparecerá también en la figura de Avery, el hombre de una pareja caracterizada por sus constantes enfrentamientos, asqueado del respeto a las convenciones sociales que se empeña en mantener su esposa. En medio de un contexto dominado por la contención de sus respectivas personalidades, aparecen episodios tan caracterizados por esa tensión interna, como la pelea –en apariencia de entrenamiento, pero en el fondo como desahogo entre ambos-, que mantienen los citados Avery y el joven polaco-. Una secuencia que culminará con un matiz irónico, al aparecer unos agentes del orden en la puerta de la vivienda donde se ha producido, como detalle disolvente en ese enfrentamiento sutil entre el sometimiento al orden establecido y la subversión, que de manera metafórica, brinda el episodio.

Será sin embargo a partir del traslado del protagonista a la frontera –teniendo que traspasar las alambradas metálicas que ensangrentarán su mano, viviendo el espectador esa dolorosa circunstancia-, el relato se desarrolla en un ámbito abierto, aunque no por ello carente de riesgos. Dominado por una puesta en escena que por fortuna orilla las debilidades visuales de la época, y se centra por el contrario en un relato sobrio y ascético, apreciando muy de cerca la singladura de un joven tan valiente como carente de objetivo alguno. Un ser frío y distante, que precisamente por ello ha podido ser reclutado para una misión por la que no siente ningún apego patriótico ni de ningún tipo, pero que irá cumpliendo los plazos establecidos. Será al mismo tiempo un recorrido por una tierra extraña, teniendo un primer episodio trágico en la caída que en pleno bosque se producirá de sus tenazas, que advertirá un joven soldado alemán, al que no tendrá más opción que apuñalar. El instante deviene estremecedor, precisamente por la trágica serenidad que impondrá Pierson en el uso de ese plano inamovible y casi insoportable, del joven soldado rubio sin vida. Será el mismo tono que se mantendrá en el resto de esta aventura vivida por Leiser, quien se irá relacionando con distintos habitantes, con el objeto de alcanzar la población señalada donde, al parecer, se están confeccionando dichos misiles. Será todo ello un recorrido dominado por la frialdad, en el fondo sin ningún objetivo, donde el muchacho se verá a primera instancia ayudado por un transportista, que le enviará a un encuentro con los agentes del orden, que ya se han enterado de la intromisión del supuesto espía, y del asesinato del vigilante. Sin embargo, este conductor en el fondo ha quedado seducido por el atractivo de Leiser, insinuándosele, y siendo apuñalado por ello. Ni siquiera el encuentro de este con una joven y una niña, supondrá más que un  pequeño esquicio de relativa normalidad, en una andadura condenada a la tragedia. Será el momento en el que aquellos que le han enviado a dicha misión, corten por completo cualquier relación o detalle que pueda ligarlos. De nuevo el sistema ha podido con la fuerza de la individualidad.

Una vez más, en esta ocasión de manera menos reconocida que en otras ocasiones, pero valiosa como en algunos referentes casi míticos, THE LOOKING GLASS WAR, brinda la expresión de un universo inquietante y deshumanizado, en el que Frank Pierson supo aportar un equilibrio y fría temperatura emocional, quizá nunca reiterado en su producción posterior.

Calificación: 3

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