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CINEMA DE PERRA GORDA

SMILIN' THROUGH (1941, Frank Borzage)

SMILIN' THROUGH (1941, Frank Borzage)

En ocasiones, en la obra de directores de personalidad muy clara, se insertan títulos que no solo no se encuentran a la altura de su habitual alto nivel, sino que de entrada pueden aparecer en su mundo expresivo y visual, pero todo ello puede dirimirse como una falsa premisa. Algo de ello se puede señalar de SMILIN’ THROUGH (1941) la tercera adaptación cinematográfica de Jane Cowl y Jane Murfin. Las dos anteriores fueron asumidas por Sidney Franklin –un hombre de cine dotado de una gran sensibilidad, que reclama a gritos una revisitación de su obra-, estando enclavada una de ellas en el periodo silente. La segunda, rodada en 1932, puede decirse que emerge como la adaptación definitiva de dicha base dramática, erigiéndose como un sombrío melodrama, en la mejor premisa del género en el seno de la Metro Goldwyn Mayer. Una década después, el mismo estudio decidió el auspicio de un remake, diseñado al servicio de la estrella canora Jeanette MacDonald, asumiendo el encargo un Frank Borzage que había iniciando la década con productos de altísimo nivel, pero se encontraba en un periodo desigual de su andadura profesional, aunque muy pronto remontara la misma con títulos tan personales como TILL WE MEET AGAIN (1944). o I’VE ALWAYS LOVED YOU (La gran pasión, 1946). En este caso, el gran cineasta asumió como principal reto de la misma el uso del color, intentando –y en ocasiones consiguiendo-, una utilización expresiva del mismo, que pretendió sobreponer al objetivo de su existencia; servir de base para una de las últimas incursiones cinematográficas de una Jeannette MacDonald quizá con demasiada edad para encarnar el rol protagonista.

Para aquellos que hemos podido disfrutar de la versión de Franklin de 1932, lo cierto es que esa referencia aparece hasta cierto punto en contra al asumir una base dramática que en buena medida responde a los cánones inherentes al cine borzaguiano, pero que no consigue desprenderse del todo de cierta blandura por otro lado tan cercana al look de la Metro, especialmente en este melodrama con tintes fantastiques que denota en todo momento no ser una producción estrella del estudio. Para aquellos que no hayan tenido la oportunidad de contemplarla, la película nos narra de nuevo la historia de la amargura vivida por John Carteret (Brian Aherne), que ha vivido su madurez y vejez recluído en su mansión irlandesa, con la única intención de evocar sus recuerdos con la que fuera su amante; Moonyean Clare (Jeannette MacDonald), con la que en ocasiones sentirá un extraño acercamiento, al situarse bajo el sauce que se encuentra en su jardín –magnífico diseño escénico-. La apacible pero mortecina existencia de Carteret, va acompañada en numerosas ocasiones con las partidas de ajedrez que mantiene con su viejo amigo, el reverendo Harding (Ian Hunter). Un día, Harding le traerá a una niña, hija de un familiar suyo que falleció. Pese a la renuencia de John por asumir cualquier compromiso que le devuelva a la vida activa, muy pronto la pequeña Kathleen le cautivará y encontrará en ella un nuevo aliciente vital. La película recorrerá con rapidez el paso de los años, hasta que Kathleen se convierta en una hermosa joven –encarnada también por Jeannette MacDonald-, quien se iluminará como el único faro de luz en la vida de un hombre ya anciano, estando incluso ligada sentimentalmente a un joven militar, que en el fondo percibimos no aparece como el más adecuado a su personalidad.

En una repentina tormenta, la pareja acudirá a una mansión abandonada, guareciéndose a la fuerza en una mansión abandonada durante largo tiempo. Allí se encontrarán de manera inesperada con Ken Wayne (Gene Raymond) el hijo del que fuera dueño de la misma décadas atrás, Jerry Wayne. Desde el primer momento, se establecerá una corriente de mutua simpatía entre ambos, que quedará bruscamente interrumpida cuando Carteret suplique a su sobrina que deje de encontrarse con él. Para ello, le relatará la trágica situación que se vivió, cuando su boda con Moonyean se vió truncada trágicamente, al disparar un borracho e iracundo Jerry contra la que acababa de convertirse en esposa de John. A partir de esa promesa, los reencuentros y las ausencias aparecerán en la vida de la joven pareja de enamorados, separados a pesar suyo, y en la que el reclutamiento de Ken en la I Guerra Mundial, aparecerá como otro motivo de separación. Mientras tanto, Carteret se seguirá mostrando intransigente en todo momento, incluso cuando tenga noticias del retorno del soldado, mutilado y con una presencia fugaz, con la única intención de poner en venta su mansión familiar, retornando definitivamente a Estados Unidos.

Contra lo que podría suponer en un principio, estando en manos de un cineasta de primerísima fila como Borzage, parece que el cineasta se tornó confiado en esa aura de blandura que envuelve su contenido. En el ámbito de convencionalismo e incluso cierta cursilería, que podría ir aparejado a la presencia de la MacDonald. Se ausenta cierta severidad y dramatismo en sus imágenes, quizá por elección directa del cineasta, que pensaba antes que nada en la expresión cromática de sus sentimientos. Es algo que se puede percibir en aspectos como esa sobreimpresión de exteriores dominados por el cromatismo floral, o en la severidad de las secuencias desarrolladas en el interior de la mansión Wayne –oportunamente potenciadas a través de la cámara del cineasta, con angulaciones que ayudan a enriquecer su fuerza dramática-. Es quizá ese el marco en donde se desarrollarán las secuencias más brillantes de la función –entre ellas, aquella en la que Ken intenta esconder a su amada su condición de inválido de guerra-, sin dejar de omitir algunas de las composiciones plasmadas en ese jardín de delicioso y artificial diseño de producción.

Carente de la homogeneidad que adquiría la versión previa de Franklin, hay un fragmento absolutamente revelador de las posibilidades y caducidad de la película de Borzage, moderadamente atractiva, pese a suponer unos de los títulos más irregulares filmados por el cineasta en aquella década. Me refiero a la de la boda de Moonyean y el joven Carteret, narrada en flashback por este último –en realidad Borzage sigue casi al pie de la letra la versión previa de 1932-. Veremos como los novios llegan en un carruaje, y son aclamados por los vecinos, en una secuencia que adquiere un molesto aire de estampita. Sin embargo, muy poco después, y ya en el interior del templo, el disparo de Wayne acabará con la vida de la recién proclamada esposa, instante marcado con un plano sostenido sobre el rostro angustiado y sobrepasado de la MacDonald –magnífica en este momento-. La cruz y la cara de una película que mantiene cierto interés, pero que decepciona un poco, viniendo de la mano de quien viene.

Calificación: 2’5

2 comentarios

Luis -

Sin haber visto la película de Franklin a la que haces referencia lo cierto es que esta película me parece magnífica y desde luego sigue todas las constantes vitales de un cineasta modélico.

Jorge Trejo Rayón -

TUVE LA OPORTUNIDAD DE VER ESTA PELÍCULA EN YOUTUBE Y NO ME PARECIÓ NADA MAL, CREO QUE SÓLO BORZAGE PUDO AVENTURARSE A FILMARLA Y SALIR AVANTE DEL INTENTO...