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CINEMA DE PERRA GORDA

ALTAS VARIEDADES (1960, Francisco Rovira-Beleta) Altas variedades

ALTAS VARIEDADES (1960, Francisco Rovira-Beleta) Altas variedades

Cuando el catalán Francisco Rovira-Beleta rueda ALTAS VARIEDADES (1960), ni siquiera él mismo sabía que se encontraba muy cerca de encontrar ese efímero reconocimiento, que por un lado le podría proporcionar LOS ATRACADORES (1962) y, sobre todo, el drama racial LOS TARANTOS (1963), que le brindaría un notable éxito exterior, acompañada de una nominación al Oscar a le mejor película extranjera. Tras ese momento de relativo fulgor, su andadura se diluyó en un frustrado intento de reiterar el éxito de la mencionada LOS TARANTOS –con EL AMOR BRUJO (1967), alcanzó otra de dichas nominaciones de la academia de Hollywood-, en una filmografía poco distinguida, que quizá abandonaba el elemento más perdurable de su cine; su capacidad para plasmar atmósferas exteriores. Es un rasgo que transmiten –curiosamente acentuadas con una copia deteriorada que perdura en nuestros días-, en las imágenes húmedas y tristes de ALTAS VARIEDADES, rodadas todas ellas en el ámbito de la provincia de Barcelona. Imágenes que quizá sin pretenderlo de modo directo, transmiten al espectador de nuestros días esa sensación de miseria y privación apenas mitigada, de una sociedad que aún tenía demasiado cerca el horror de la guerra civil, envuelta en miserias cotidianas, que solo intentaban sublimar a esa ciudadanía que dudaba entre la vida en el campo y el aún indefinido éxodo a las grandes ciudades, a través de la visita a salas de cine y espectáculos diurnos y nocturnos. Entre ellos, fueron muy populares las variedades, que se erigirán como núcleo dramático de este melodrama triangular, en el que Rovira Beleta asume la herencia que proporcionaría en el periodo silente el admirable VARIETE (Varietés, 1925. E. A. Dupont), y el muy popular, cercano y menos distinguido TRAPEZE (Trapecio, 1956. Carol Reed) –que estoy convencido tuvo muy presente el español, a la hora de asumir la realización de esta coproducción hispano-francesa-.

ALTAS VARIEDADES describe la relación que se establecerá entre Walter (Christian Marquand) y la joven Ilona (Agnès Laurent), una refugiada de los países del Este, que ha llegado hasta Barcelona para reencontrarse con Rudolf (Ángel Aranda), que se encuentra en esos momentos en paradero desconocido. Walter es la estrella de un número de variedades descrito en un juego de disparos y puntería, que comparte con Rita (Marisa de Leza), recibiendo como una carga el retorno de Ilona. Sin embargo, poco a poco se irá estableciendo una sincera relación entre ambos, comprometiéndose inicialmente el pistolero a ayudarle en los trámites de documentación, aunque transcurrido un tiempo prudencial, no solo comparta con ella el número de tiro, sino que llegue a plantearle casarse con él. Incluso llegará a presentarle la muchacha a su madre, antígua artista de circo –encarnada por la veterana Mª Fernanda Ladrón de Guevara-, y todo parecerá discurrir a las mil maravillas. Será un auténtico hechizo, que solo se romperá con el inesperado retorno de Rudolf, inveterado conquistador de mujeres, al que la mezcla de atractivo, ignorancia y arrogancia de Ángel Aranda –que a punto estuvo poco tiempo antes, de encarnar el gigoló que asumió Warren Beatty en THE ROMAN SPRING OF MRS. STONE (La primavera romana de la Sra. Stone, 1961. José Quintero)-, proporciona cierta hondura a un personaje estereotipado. Y es esa, una de las principales limitaciones que aparece en esta tan simpática como discreta película. La total ausencia de entidad en sus personajes. La sensación que en todo momento se percibe, de discurrir por senderos previsibles, estereotipados y, lo que es peor, dominados por un moralismo, del que era muy difícil evadirse en la cinematografía española de aquel momento, limitan con mucho el alcance de una producción, perjudicada demás por un doblaje atroz al castellano, que ahonda en esa mengua de credibilidad.

En cualquier caso, quizá sería pedir demasiado a una propuesta dramática que no buscaba otra cosa que un resultado funcional, y del que conviene, antes lo señalaba, apreciar esa fisicidad que Rovira-Beleta sabe extraer tanto de las secuencias de exteriores, frías y sombrías en líneas generales, como en aquellas desarrolladas en el interior de las bambalinas, donde el espectador percibe ese mundo miserable, lleno de miserias, telones rotos, números de espectáculo dominados por el estereotipo, en el que sin embargo, nuestros protagonistas se jugarán la vida a diario. Retengamos esa secuencia desarrollada en un templo en construcción, en donde el realizador aprovecha al máximo dicho marco, a la hora de extraer de la misma su oportuno tratamiento dramático, o la tensión que se percibe en el off narrativo del número que protagonizan Ilona y Rudolf, mientras Walter camina casi ritualmente desde el exterior del circo, siendo consciente de que en ese enfrentamiento artístico, se está fraguando una venganza preparada por él de manera concienzuda. Era evidente, sin embargo, que el cine español de aquel tiempo no podía apretar el acelerador de la tragedia. Es por ello, y por sus propias debilidades, que ALTAS VARIEDADES no de para más, aunque, si más no, desprende un cierto hálito y, sobre todo, una atmósfera triste, que aún ha logrado perdurar en nuestros días.

Calificación: 1’5

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