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CINEMA DE PERRA GORDA

A MAN BETRAYED (1941, John H. Auer)

A MAN BETRAYED (1941, John H. Auer)

Cuando en 2008, mi admirado Miguel Marías presentó en Madrid mi libro “Proyecciones desde el olvido”, destacaba en sus palabras la presencia en sus páginas, del comentario de una película del húngaro John H. Auer –se trataba de GANGWAY FOR TOMORROW (1943)-, subrayando el hecho de la necesidad de ir siguiendo la pista en ir redescubriendo exponentes, de una obra que se prolongó en unos cuarenta largometrajes. Ligado casi por entero en la Republic, Tavernier y Coursodon destacaban el hecho de que quizá se sintiera especialmente a gusto en dicho estudio pobre, en cuyo seno gozaría de especial libertad, poniendo en práctica sus constantes inquietudes de planificación y puesta en escena. En definitiva, una especie de alter ego de Edgar G. Ulmer, sin transmitir sin embargo el elemento fatalista del director de DETOUR (1945). No han sido muchas las oportunidades que he tenido de contemplar cintas rodadas por Auer, pero he de admitir que sus películas nunca me han decepcionado, encontrando siempre en ellas suficientes atractivos para intuir sus esfuerzos, a la hora de brindar un interés cinematográfico a unas propuestas dramáticas que quizá sin ello, carecerían del menor interés. En cualquier caso, he de confesar que jamás podría pensar contemplar una comedia negra de alcance político dirigida por Auer, que además considero la mejor de las películas suyas que he tenido ocasión de contemplar hasta la fecha. Lo cierto es que A MAN BETRAYED (1941) –que los citados críticos franceses calificaban textualmente “anodino pero pasable”-, me aparece sin embargo como una insólita mezcla de géneros, a la que curiosamente beneficia la pobreza de su look visual, hasta el punto de que sus imágenes parecen trasladarse al ámbito de la Gran Depresión norteamericana.

Como no podía ser de otra manera viniendo de una película de Auer, A MAN BETRAYED se inicia de manera sorprendente, en una secuencia de exteriores –en estudio- rodada bajo la lluvia. Nos encontramos en la puerta del club Inferno –la escenografía exterior e interior del mismo, deviene una de las singularidades de la película-, del que surge de repente un hombre de rostro desencajado, que camina de manera catatónica. Deambulará por las calles de las inmediaciones del club, sorteando el empuje de los coches, hasta tocar una farola, que recibirá el impacto de un rayo, lo que hará parecer que ha muerto por dicha circunstancia. A partir de ese momento, el espectador contemplará la relación que mantiene la puesta en marcha del mencionado club, como una de las extensiones del mandato político de Tom Cameron (Edward Ellis). Muy pronto lo contemplaremos, activando sus turbios manejos en torno a seres de muy baja catadura, ligadas incluso al crimen local. Cameron tiene una especial debilidad por su hija Sabra (Frances Dee). Precisamente será la misma, a partir de la llegada a la ciudad de Lynn Hollister (John Wayne), la que indirectamente ponga en tela de juicio el controlado mundo de su padre, al que admira como tal, aunque se distancie de él como en sus turbias actividades políticas. Hollister ha viajado hasta Nueva York desde Spring Valley, precisamente para intentar investigar las causas del asesinato del hombre que hemos contemplado en la secuencia inicial, y cuya versión policial ha concluido en un suicidio. Iniciando sus pesquisas, como incipiente hombre de leyes que es, llegará hasta la residencia de Cameron, donde inesperadamente trabará contacto con Sabra, iniciándose una relación entre ambos, que le llevará incluso a colaborar con su padre, cuando este se enfrenta a una nueva contienda electoral.

Antes lo señalaba, me sorprende enormemente encontrarme con una película tan insólita de la mano de John H. Auer. Combinando su planteamiento de sátira política con una comedia de ambiente policíaco, lo cierto es que nos encontramos con una traslación del submundo gangsteril, que por momentos nos retrotrae al mundo literario de Damon Runyon. Sin embargo, a dicha circunstancia cabría señalar la presencia de ciertos detalles, que permitirían ligar algunos de los elementos de comedia de esta película, con ese mundo satírico tan íntimamente ligado a la figura de Preston Sturges. Pienso por ejemplo en la divertida utilización visual que adquiere la presencia constante y casi obsesiva, de los escoltas en moto de Sabra –es impagable el plano en picado que nos los muestra al pie de la noria que ocupan la hija del político y Hollister-, y haciendo memoria tenemos que remontarnos al debut que el citado Sturges puso en práctica como realizador, fue la plasmación dentro de los modos de la sátira, de la historia de un político corrupto –THE GREAT McGINTY (1940)-, rodada un año antes que el título que nos ocupa. Más allá de esta evidencia, ello no nos impide destacar el enorme aporte de cualidades que aporta esta magnífica y casi desconocida película y, sobre todo, vislumbrar en ella la voluntad de su realizador, por incorporar en la misma constantes muestras de inventiva visual, lográndolo además en un contexto genérico del que desconocíamos su dotación.

Es algo que percibiremos por ejemplo en el magnífico tratamiento que se ofrece al interior del club Inferno, y a casi incesantes detalles, que van de la manera con la que contemplamos el interés del joven jurista llegado a la ciudad, lo llevan hasta este siniestro recinto –muestra una tarjeta del mismo, donde una bala lo liga a las trágicas circunstancias en las que murió su amigo-. Esa pequeña figura de la justicia, que es manipulada a la hora de hacer explícito el poder corruptor de Cameron. O la resolución de algunos de sus instantes de intriga policiaca. El diseño de personajes aparecerá como uno de los grandes aciertos de la película, como ese periodista resignado a tener que dejar escapar las noticias que le llevarían a implicar a Cameron, o su superior, más centrado en su afición por la floricultura, antes que ejercer como director de prensa. O la impagable galería de villanos y matones que rodean el club epicentro de la película. O, como no podía ser de otra manera, ese atildado criado de los Cameron, que es presentado bajo los sones de Auld Lang Syne, enfrentado en todo momento a la altanería de Hollister.

Lo cierto es que A MAN BETRAYED conserva, dentro de su modestas condiciones de producción, un casi admirable equilibrio entre sátira política, mirada sombría en torno a los bajos fondos newyorkinos, y comedia por momentos de ecos screewall. Es algo que debe valorarse en manos de este interesante cineasta, y que plasmará en algunos episodios deslumbrantes, en los que uno no sale de su asombro, en el atrevimiento que expresan, y la ironía y al mismo tiempo delicadeza con los que se expresan en la pantalla. Me refiero, sobre todo, a ese episodio en el que Lynn acude con Sabra a los comedores sociales, donde podrán comprobar como los esbirros de Cameron utilizan a los más desfavorecidos, al objeto de captar sus votos incluso de manera fraudulenta. La negrura del episodio, tendrá su contraposición con la descripción de una divertida pelea, en la que el joven letrado sacará a Sabra cubriéndola con un mantel. Pero incluso dentro de dicho ámbito, de manera inesperada volverá la tragedia a un pasaje enormemente divertido, cuando los disparos de Floyd (Ward Bond), hieran de gravedad a la madre del muchacho asesinado al inicio de la película. Será un punto sin retorno, ante el que Hollister se llegará a rendir, máxime al confirmarse la nueva victoria de Cameron. Un giro de guión –el descubrimiento de una jurisprudencia al respecto- permitirá a este, apoyando al fiscal, anular las elecciones, derrumbando de manera definitiva el imperio del veterano político, quien sin embargo, en una pirueta final quizá un tanto inverosímil, empezará a revelar, inicialmente ante su hija, el ser humano que lleva dentro, llegando a colaborar con la justicia. Quizá la escasa convicción del giro señalado, es la que fuerce a Auer a concluir la película con una nueva e hilarante apelación al espíritu screewall, a partir del accidentado reencuentro de la joven pareja, que llevará a un desquite del quisquilloso mayordomo, o la casi inevitable presencia de la escolta motorizada en torno a Sabra y Lynn, que por momentos nos recuerda la memorable conclusión que, casi un cuarto de siglo después, plantearía el Frank Tashlin de IT’S ONLY MONEY (¿Qué me importa el dinero?, 1962).

Divertida y sorprendente por su negrura en algunos de sus pasajes, A MAN BETRAYED nos induce a pensar en la necesidad de bucear en la filmografía de ese John H. Auer, que desde luego era cualquier cosa, menos un cineasta rutinario.

Calificación: 3’5

3 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

¡Para que veas que nadie es perfecto, querido Jorge! Gracias por tu aporte, y lo que si voy a hacer de inmediato es cambiar el cartel. Nada hay que me guste menos, que dar pábulos a los anacronismos ¡Gracias por tu puntualización!

jorge -

POR CIERTO, LAS DOS VERSIONES SE PUEDEN ENCONTRAR EN YOUTUBE, CON SUBTÍTULOS ES INGLÉS.

JORGE TREJO -

¿por qué no mencionas que auer ya había hecho otra versión de este filme en 1936? incluso el poster con el que ilustras el artículo es de la versión de 1936.