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CINEMA DE PERRA GORDA

A MIDNIGHT CLEAR (1992, Keith Gordon) En la línea de fuego

A MIDNIGHT CLEAR (1992, Keith Gordon) En la línea de fuego

No he seguido la extraña trayectoria artística –en los últimos años ligada a una amplia aportación televisiva- , de Keith Gordon en el cine norteamericano de las últimas tres décadas, pero si recuerdo de él su extraña y finalmente torpe labor como el neurótico protagonista de la mediocre CHRISTINE (Idem, 1983. John Carpenter). Sin embargo, si que aparecen referencias de que sus incursiones en el ámbito de la realización cinematográfica, de alguna manera siguen los rasgos de aquella prestación como actor –me refiero lógicamente al carácter, no a la calidad de su performance-, ofreciendo productos insólitos, a contracorriente y sombríos, en los que se tratan incluso cuestiones metafísicas y/o existenciales.

A MIDNIGHT CLEAR (En la línea de fuego, 1992), su segunda obra como realizador, es una demostración de dicho enunciado, y puede que en su seno se de la medida de las posibilidades y limitaciones de su labor tras la cámara. Es difícil dilucidar en que grado puede ser representativo de ello, cuando hasta el momento no he podido contemplar ninguno de sus otros títulos. No obstante, creo que nos encontramos ante un título muy personal y, en conjunto, interesante, que entre sus elementos más positivos revela una tendencia a acentuar sus rasgos oscuros y nihilistas, destaca en el logro de imágenes de innegable atractivo formal, pero que en su vertiente negativa acusa una desigual progresión narrativa y, sobre todo, da en no pocos momentos la sensación de no haber logrado extraer del todo las posibilidades que, es una intuición personal, podría ofrecer la novela de William Wharton, de la que el propio Gordon se sirvió para elaborar el guión final.

La película se desarrolla en las navidades de 1944, ya en los compases finales de la II Guerra Mundial, en un lugar indeterminado de la frontera franco-alemana. Hasta un rincón ubicado en una casona en pleno bosque, envían a un grupo de supervivientes de un destacamento de jóvenes soldados aliados, encargándoles que vigilen y comprueben las informaciones que mantienen, ante la posible llegada de un contingente de fuerzas nazis. Allí se desplazará el grupo de soldados, que de forma simbólica liderará el sargento Will Knott (Ethan Hawke), y entre los que se encuentra Mother (Gary Sinise), traumatizado por el aborto de su mujer. Los arriesgados combatientes sobrellevan su supervivencia en el recinto, totalmente abandonados, hasta que tienen indicios de escuchar voces de alemanes. Se comprobará tal hecho, contactando con un grupo de siete soldados que desean entregarse y desmarcarse de los nazis, para lo cual solo piden que se realice un simulacro de combate. Ello permitiría escenificar una falsa rendición, e impedir que su decisión tuviera represalias sobre sus familiares por parte de los mandos nazis. Sin embargo, y por la actitud sorpresiva de Mother –a quien los aliados mantienen al margen de la negociación-, el simulacro se transformará en combate real, cayendo en el mismo la practica totalidad de soldados alemanes, así como uno de los aliados –el llamado Father (Frank Whaley)-. Los superiores acudirán a socorrer a los heridos, pero dejarán a los supervivientes al frente de su misión, ya que creen cercana la llegada de los nazis. Así sucederá, pero Knott y sus compañeros  sufrirán una serie de penalidades en su huída, que les llevará a poner en práctica una opción para sobrevivir, basada en la picaresca, y en la que tendrá parte activa el cadáver de su compañero.

Si algo destaca desde el principio en A MIDNIGHT CLEAR, es la tendencia sombría, bizarra y existencial, que definen sus fotogramas, y que podremos comprobar ya durante los títulos de crédito, con la sucesión de las imágenes de esas estatuas de alcance mítico y rasgo inquietante. Pero lo cierto es que ese aspecto hasta lúgubre se encuentra diseminado a lo largo de toda la película. Ejemplos de ello lo tendremos en el encuentro de dos soldados congelados, que se sitúan como estatuas muertas en medio del campo, esa mano congelada que emerge del campo nevado, el recuerdo en flashback de aquel soldado ensangrentado y sin brazo, y que se rindió en su lucha por la vida, o la cariñosa limpieza del cadáver de Father y su posterior traslado en el jeep, simulando una crucifixión. Son estos y otros, pasajes y ejemplos contundentes, dentro de una película que solo se permite un flashback, explicando las primeras experiencias sexuales de los cuatro protagonistas. Es la única ocasión, en la que la acción de la película escapa a la fantasmagórica misión bélica invernal.

Evidentemente, Keith Gordon propone con A MIDNIGHT CLEAR, una visión sobre el horror de la permanencia o participación en la guerra, inclinando su película por el sendero de la abstracción, ya que tanto sus personajes como las circunstancias de su base argumental, serían fácilmente trasladables a tantos y tantos conflictos o situaciones bélicas similares. A partir de todos estos rasgos, Gordon logra un resultado tan irregular como atractivo, incidiendo en un tono intimista y la casi permanente voz en off de Knotts, que en no pocos momentos parece querer destacar aquello que la cámara no sabe expresar por sí misma. Pero junto a esta importante limitación, no se puede dejar  de resaltar la brillantez del reparto –con especial mención a Gary Sinise y, de manera aún más acusada, en la sensible aportación del entonces jovencísimo Ethan Hawke, que ya entonces se había convertido en un estupendo joven intérprete, y que junto a sus compañeros de reparto, vivirán con los alemanes una cercanía navideña, adornando ambos el árbol de navidad, y cantando cada uno villancicos desde sus respectivas lenguas. Una secuencia magnífica, en una película indudablemente singular y, quizá por ello, y pese a sus desequilibrios, no merecedora de pasar al olvido.

Calificación: 2’5

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