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CINEMA DE PERRA GORDA

DIE HALBSTARKEN (1956, Georg Tressler)

DIE HALBSTARKEN (1956, Georg Tressler)

No cabe duda que el estreno de REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1995. Nicholas Ray), abrió un casi irrefrenable sendero, que describía la angustia vital de una juventud americana, que en justa correspondencia se extendía al conjunto de países europeos, como expresión de ese colectivo que había sufrido en sus primeros años, el trauma de la segunda guerra mundial. Muy pronto irían apareciendo en las cinematografías europeas, exponentes que prolongaban el referente marcado por Ray, y prolongado en USA por producciones por lo general de menor calado. Y antes de que esta expresión generalizada se extendiera y brindara algunos exponentes que han pasado a la historia cinematográfica, hete aquí que el alemán Georg Tressler, tres años antes de firmar la admirable y opresiva DAS TOTENSCHIFF (1959), aparece quizá como la inmediata referencia europea en torno a esa angustia juvenil, descrita en suelo urbano alemán, por medio del grupo de adolescentes que comanda el atractivo, arrogante y al mismo tiempo inseguro Freddy Borchert (Horst Buchholz, en el rol que quizá le consagrara como heredero de la figura de James Dean en la cinematografía alemana). La película se inicia en unas piscinas cubiertas, describiendo el inesperado reencuentro entre Freddy y su hermano Jan (Christian Doermer). Allí ya comprobaremos por un lado el liderazgo, y por otro la conflictividad del primero, caracterizado por usar en todo momento un pantalón de cuero, y fumar de forma desafiante. Pronto conoceremos que tiempo atrás se desmarcó de sus padres, en cuyo seno familiar se encuentra, asimismo, una situación angustiosa de agravio del padre, en torno a la sufrida madre, que tiene que asumir como su marido tuvo que hacerse cargo de una deuda contraída con el hermano de esta. Dicha circunstancia es la que llevará a Jan a la búsqueda de dinero rápido, para con ello rescatar a su madre de las constantes humillaciones de su progenitor, circunstancia que aprovechará Freddy para integrarlo en el conjunto de jóvenes, que tiene reclutados para esa misma noche, desarrollar el asalto a una furgoneta de correos, en cuyas sacas espera obtener una importante cantidad de dinero.

De tal forma, DIE HALBSTARKEN se describe a dos niveles complementarios. Por un lado, narrar la circunstancia de ese asalto fallido, en donde podemos detectar ecos de un nihilismo tan familiar a exponentes del noir, que van desde THE ASPHALT JUNGLE (La jungla del asfalto, 1950. John Huston), hasta el más cercano y coetánea THE KILLER (Atraco perfecto, 1956. Stanley Kubrick). El acierto del film de Tressler, que anticipa en sus imágenes, parte de esa atmósfera opresiva que dominará la ya citada DAS TOTENSCHIFF, se plasma a la hora de integrar ese relato, en el fondo revestido de un aura pesimista, en esa fauna humana, que bien es cierto que tiene una especial importancia en esa galería de jóvenes, sin oficio ni beneficio, dominados por su amoralidad, y en la que no importa ni la procedencia o no a una clase social más acomodada. Esa mirada desasosegadora se extiende a roles adultos, como esos frustrados e infelices padres de los hermanos protagonistas, hasta una galería de seres adultos, en los que apenas hay lugar para la más mínima conmiseración. Todo ello nos integrará en una mirada dura y desesperanzada, dominada por los tonos oscuros y físicos de la fotografía en blanco y negro de Heinz Pehlke. No es, indudablemente, una película complaciente, y es por ello, por lo que sus imágenes adquieran, dentro de ese juego de humillaciones que describen fundamentalmente las actuaciones del carente de escrúpulos Freddy, revisten una extraña sensación de incomodidad. Su actuación en ese enorme sótano, donde aplica incluso un castigo corporal a ese pobre hombre que quiere venderle un arma, o el episodio de humillación descrito en la vivienda de uno de los jóvenes acomodados, facilitarán una creciente atmósfera de insatisfacción en torno a esos jóvenes a los que ha liderado y no ha dudado en someter, lo que se volverá en su contra, al comprobar todos ellos el fracaso del golpe que ha planificado. Pero lo cierto es que ninguno de los seres que le rodean puede albergar mayor entidad como tal ser humano, con especial mención a la creciente presencia de Sissy (Karin Baal), la chica de Freddy, quien en el tercio final del relato, revelará bien a las claras su condición de joven femme fatale, jugando en torno a los dos hermanos, al objeto de utilizarlos para sus fines, cuando tras el fracaso del golpe ideado por Freddy, aparezca la posibilidad de realizar otro, desvalijando la casa del propietario del establecimiento de uno de los muchachos. Casi como si quisiera retomarse la conclusión del film de Ray que iniciaba estas líneas, DIE HALBSTARKEN destilará, sin embargo, mayor veneno. Lo hará sobre todo al comprobar la debilidad de Freddy, al encontrarse con un inesperado morador, enfermo de corazón, que se encuentra acostado en la cama. Será el instante en el que aflorará, de manera definitiva, la personalidad codiciosa y destructiva de Sissy –impactante la secuencia, en la que juega a enfrentar a los dos hermanos, para provocar el objetivo de cometer un inesperado asalto-, capaz sin embargo de descubrir lo que oculta este hombre en pertenencias, y forzando a ese joven con el que en realidad ha estado jugando, a robar a este hombre vencido por la enfermedad, esas joyas familiares, que Freddy estará dispuesto a dejarle. Serán unos instantes angustiosos. La definitiva catarsis, de una película que sus rótulos iniciales, bien podrían indicar que nos encontramos antes un producto moralizante, pero que en sus instantes finales sabe huir deliberadamente de dicha condición. Esa destreza con la cámara de Tressler, que envuelve a sus personajes casi como insertándolos en la tela de una araña, nos trasladará al reencuentro final de los hermanos Borchert junto a sus padres, mientras Freddy aparece gravemente herido, y su hermano menor, que en todo momento ha aparecido como un ser pasivo, quizá se sirva de estas vivencias, para asumir ese rasgo responsable al que, en el fondo, se encuentra condenado. Esos planos finales, en los que los padres de los dos hermanos aparecen como sufridos espectadores, sin ser capaces de violentar el drama vivido por sus hijos, aunque atisbándose en ellos una leve aura de esperanza, pronto se verán contrariados en la pantalla, con el discurrir de una banda de motoristas, que aparecen al margen de la trágica situación, cerrando este relato áspero y desesperanzado, en el que el espectador apenas encuentra asideros, y del que quizá cabría, una vez más, oponer, las tentaciones del director, a  la hora de favorecer el chirriante histrionismo de ese Horst Buchholz –en su oposición, los jóvenes Christian Doermer y Karin Baal, están estupendos-, que por otro lado funciona, cuando el encuadre solo lo requiere como específica presencia física, en este caso, para encarnar ese rol de personaje arrogante y desorientado, que con mayor o menor fortuna, iría reiterando, a lo largo de su desigual carrera.

Calificación: 3

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