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CINEMA DE PERRA GORDA

THE LADYKILLERS (1955, Alexander Mackendrick) El quinteto de la muerte

THE LADYKILLERS (1955, Alexander Mackendrick) El quinteto de la muerte

Al margen de sus excelencias, THE LADYKILLERS (El quinteto de la muerte, 1955), supone una especie de canto de cisne del estilo Ealing, que inundó buena parte de la producción británica durante más de una década. Historias enclavadas no solo en la comedia, que destacaban por el naturalismo de su tono, aunque en ellas tuvieran cabida temáticas y géneros contrapuestos. En ella, Sandy Mackendrick destacó por el aporte de cinco magníficos títulos, la mayor parte de ellos escorados a la comedia, aunque también entre cuya producción se insertara la previa MANDY (Idem, 1952), que no dudo en considerar una piedra angular del drama británico.

Calificada con justeza como una de las cimas del género dentro de la cinematografía británica -y presta de un remake en 2004, a cargo de los hermanos Coen-, una visión más distanciada a la propuesta del guion del norteamericano William Rose, puesto en imágenes por Mackendrick, proporciona más singularidades y elementos, de los que pudiera parecer a la primera vista. Y es que es tan fácil dejarse llevar por el disfrute que proporciona una producción como la que comentamos, que resulta complicado distanciarse de la misma, e intentar descubrir las razones de su efectividad como tal propuesta o, al menos, brindar una mirada analítica, en torno a la enorme riqueza de una película que -y esta es una de las circunstancias de su enorme éxito popular-, posee la facultad de llegar a todos los públicos, a modo de capas de diferente calado. Una premisa de la parten buena parte de las grandes obras que el cine ha proporcionado, y que en esta ocasión permitió que Mackendrick concluyera su brillantísima colaboración con los Estudios Ealing, antes de emigrar hasta Estados Unidos, donde rodaría la igualmente magnífica SWEET SMELL OF SUCCES (Chantaje en Broadway, 1957).

Considerada por su propio realizador como una visión satírica de la decadencia del Imperio Británico, no faltan voces que definen la película como una clara manifestación del fracaso existencial en sus diversas vertientes, mientras que en sus imágenes, se encuentra presente una de las máximas del cine de su autor; ratificar el poder destructor de la inocencia. No cabe duda que ambos enunciados tienen su cabida en una película, que tiene una de sus palancas narrativas en una formulación a base de contrastes. De entrada, el que proporciona el gran catalizador del relato; la oposición marcada entre la personalidad dulce, recta y al mismo tiempo firme, de la anciana Mrs. Wilberforce (maravillosa Katie Johnson), y ese grupo de ladrones de baja estofa que, camuflados como falsos músicos (encarnados por unos superlativos Alec Guinness, Peter Sellers, Herbert Lom, Cecil Parker y Danny Green), se introducirán en la vivienda de la anciana como inquilinos, preparando en ella un atraco de 60.000 libras. Pero es que ese mismo contexto se trasladará a la propia personalidad que ambos personajes representan. Anclado en el pasado, envuelto en la naftalina de una vieja vivienda que conserva tantos objetos anacrónicos, como unos cuadros que no pueden mantenerse rectos por la inclinación de la edificación -memorable el detalle de los martillazos que la anciana propina a la tubería, para lograr que el agua acceda por las mismas-, será el mundo que representa esa mujer que chirría en una sociedad que se le escapa por momentos -uno no puede dejar de ver en la anciana, un cierto precedente de la Edith Evans de la muy posterior THE WHISPERERS (1967, Bryan Forbes)-. Y ese mundo, entrará en colisión con el absolutamente materialista que define al quinteto de patéticos malhechores -opuestos por otro lado entre sí-, representativos quizá de esa otra Inglaterra, traumatizada tras la II Guerra Mundial, y deseosos de salir de ese hoyo de frustración personal. Mackendrick acertará en todo momento al plasmar ese permanente contraste, a la hora de oponer una iluminación clara y convencional en el entorno que rodea a la anciana, con las angulaciones y sombras que caracterizará la andanza de los ladrones.

Y hablamos de los contrastes lumínicos de la película, que supuso la primera vez en la obra de Mackendrick, en la que se enfrentó con el uso del color. Será Otto Keller el que se encargará de iluminar el relato, en un periodo en el que el cine inglés normalizará dicha presencia en buena parte de su producción. No sería de entrada nada relevante en sí mismo. Sí lo es, sin embargo, la imaginativa manera con la que el realizador incorpora manchas, efectos visuales, “pintando” y llamando la atención en determinados momentos de la película, en especial en aquellas secuencias desarrolladas en el interior en la decadente vivienda de la Sra. Wilberforce. Será algo que cabrá ligar, a un elemento que se encuentra muy presente en la película, y que entronca con la previa experiencia de Mackendrick como dibujante de storyborads. Una vertiente muy perceptible en esas pequeñas fugas cómicas. De momentos casi de transición, que servirán para redondear y enriquecer diversas de sus secuencias -el pájaro que cambia de aspecto al inflamarse sus plumas, ese plano en contrapicado que, en un momento determinado, introduce en escena al difunto marido de la protagonista-. Por momento, interactúan a modo de brevísimas viñetas, proporcionando al conjunto una personalísima pátina. De hecho, el propio cineasta, en alguna ocasión aludió a la intencionada configuración de THE LADYKILLERS como un dibujo animado.

Pese a la general configuración como una obra caracterizada por su humor negro -tomando el relevo de otra propuesta de la Ealing de notable prestigio; KING HEARTS AND CORONETS (Ocho sentencias de muerte, 1949. Robert Hamer)-, lo cierto es que dicha sordidez se vislumbra en su tramo final, desplegando esa tan divertida como absurda sucesión de muertes de los cinco atracadores. Hasta llegar a ese momento, el film de Mackendrick se mantendrá en ese terreno de efectivos contrastes -ejemplar resulta a este respecto la inolvidable reunión de las ancianas amigas de la protagonista-, coqueteando con acierto con el nonsense -el impagable momento en el que accidentalmente se rompe la funda del violín, dejando en plena calle el importe del botín, la tensión que se produce entre los ladrones, al elegir esos fósforos que determinarán el asesino de la anciana-, e incluso con otras corrientes cinematográficas muy habituales en Inglaterra en aquel momento -el preciso episodio del atraco, podría haber sido extraído de cualquier policiaco de la época, dirigido por Basil Dearden o Lewis Gilbert-.

En cualquier caso, y pese a que ese sesgo macabro adquiere un notable protagonismo en el mencionado tramo final, si algo caracteriza, por encima de sus aparentes costuras amables, el conjunto de THE LADYKILLERS, es la desesperanzada visión de la condición humana. Desde ese impagable y al mismo tiempo terrible gag con el que se inicia la película, en el que un bebe se pone a llorar cuando la anciana protagonista lo mira en su carrito, se despliega una galería de personajes, a cual mas mezquino, en el que no escapa la imperturbable personalidad de esa viuda pesada y metomentodo, que no hace más que crear problemas allá por donde pisa, a la creciente maldad que irán demostrando los cinco asaltantes -admirables en la diversidad con que se describen sus trazos psicológicos-, sin pasar por alto eses agentes tan amables en apariencia, como dominados por una extraña deshumanización. Todo confluye en una mirada desesperanzada, en la que no cabría omitir el aporte del norteamericano William Rose, a la hora de proponer un guion magnífico, en el que en ciertos momentos se agudiza de manera muy especial, esa visión cáustica de la convivencia humana. Hay un episodio muy característico, a este respecto, en ese enfrentamiento que la anciana provoca con el caballo que come las frutas de un puesto móvil, que por momentos parece suponer una herencia del mundo de Laurel & Hardy, mientras que por otro parece preludiar esa visión mezquina de nuestro comportamiento, que dominará la posterior IT’S A MAD, MAD, MAD, MAD, WORLD (El mundo está loco, loco, loco, loco, 1963. Stanley Kramer), de la cual Rose también fue su guionista.

En cualquier caso, con la mecánica e inesperada muerte de los seis delincuentes, con la sorprendente custodia de la anciana de ese botín, que la policía le ha otorgado -al no creer, una vez más, su testimonio-, en realidad THE LADYKILLERS propone, bajo el incesante gozo de su propuesta, una conclusión desoladora; en realidad, no podemos luchar contra lo establecido.

Calificación: 4

1 comentario

bilibin -

La película es una feliz simbiosis de calidad y entretenimiento, como lo son algunas películas de aventuras, cine negro, westerns o Hitckcock, disfrutables a todos los niveles. Ideales para exhibir por televisión en cadenas abiertas, en vez de eso los encargados de las cadenas, con Tve a la cabeza, prefieren programar inmuundos telefims de calidad formal bajo cero además de perniciosos y retrogrados fondos. Es una lástima porque podría hacerse sin apenas coste.

Donde resido se ha pasado recientemente en el cine-club en pantalla grande y versión original, un lujo que no debería ser tal.
Como siempre su reseña es magnífica, contextualizando diversos aspectos que desconocía.
Un saludo y gracias por el blog.