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CINEMA DE PERRA GORDA

MONTE CRISTO (1922, Emmet J. Flynn) El Conde de Montecristo

MONTE CRISTO (1922, Emmet J. Flynn) El Conde de Montecristo

Si hubiera que encontrar que obras literarias han encontrado más traslaciones cinematográficas, es más que evidente que la novela de Alejandro Dumas El conde de Montecristo ocuparía uno de los lugares de cabecera. Es probable que la versión más reconocida sea la firmada por el reivindicable Rowland V. Lee en 1934, con Robert Donat encarnando al folletinesco protagonista. En cualquier caso, cuando se realiza dicha película ya habían sido varias las versiones previas filmadas, algunas de ellas plasmadas en pleno periodo silente. Una de ellas, rodada en el ámbito de la productora de William Fox, se remonta a 1922 -MONTE CRISTO (El Conde de Montecristo)- aparece envuelta en un notable diseño de producción, y se encuentra dirigida por el apenas conocido Emmet J. Flynn. Se da la circunstancia que durante décadas esta película se dio por perdida, no editándose una copia restaurada hasta casi concluida la primera década del siglo XXI. Con ello se recuperará una de las mejores interpretaciones de John Gilbert -envuelto en esta ocasión en un rol de notable versatilidad-. Al mismo tiempo se volverá a contemplar una película, que logra superar ciertas limitaciones de base -ese superficial aleteo dramático que se percibe en ocasiones en el seguimiento argumental de la densa prosa de Dumas-, para erigirse en última instancia con un producto repleto de ritmo. Volátil en su progresión dramática y capaz de soportar el paso de casi un siglo, con un estado de salud francamente.

MONTE CRISTO se inicia con presteza, yendo al grano, y situándonos en un barco en el que su capitán -a punto de fallecer- envía a su lugarteniente Edmundo Dantes (Gilbert), la orden de entregar en mano una carta al mismísimo Napoleón, que se encuentra exiliado en la isla de Elba. Antes de cumplirla, uno de sus rivales en el velero -Danglars (Albert Prisco)- observará a Dantes, quien recibirá del depuesto emperador un escrito de respuesta. Nuestro protagonista acudirá a la pensión en la que se hospeda su padre, en donde Danglars se aliará a Fernand (Ralph Cloninger), ya que este último en el fondo envidia a Edmundo, al desear secretamente a Mercedes (Estelle Taylor), a punto de convertirse en la esposa de Dantes. Por ello, ambos, con la ayuda pasiva de Calderousse (William V. Mong), enviarán una carta de delación a De Villefort (Robert McKim), influyente autoridad, en la que relatará la gestión efectuada por nuestro protagonista. Por todo ello, cuando Edmundo y Mercedes se encuentran a punto de contraer matrimonio, el primero será detenido. Al conocer De Villefort que el mensaje de Napoleón invoca a su propio padre simulará una leve detención del mensajero, aunque en realidad dicha decisión suponga confinar a Dantes en una férrea prisión ubicada en una isla. Mientras en su entorno se indicará que ha muerto, Edmundo pasará allí largos años en soledad hasta que, llegado un momento y excavando un agujero en el suelo, se comunique con otro pequeño túnel, realizado por el veterano abad Faria (Spottiswoode Aitken), que durante no pocos años transmitirá al joven preso sus nociones de cultura e idiomas que este atesora, al tiempo que compartiendo su prisión de manera oculta. Ya con avanzada vejez, Faria vivirá un ataque que le llevará a la muerte, aunque momentos antes de fallecer entregue a Edmundo el plano de una enorme fortuna que se encuentra escondida en una isla, y que él jamás pudo disfrutar. Aprovechando el sudario con que se ha envuelto de cadáver del abad, este se introducirá y será arrojado con una bala de cañón al fondo del mar, abandonando la prisión tras veinte años en ella. Edmundo podrá escapar y será recogido por unos mercenarios. También llegará a localizar ese inmenso tesoro que cambiará su vida. Transformado en un religioso y escondido tras un parche en el ojo, no dudará en retornar a la taberna en la que residió su padre -que ha fallecido dominado por la tristeza años atrás-. Allí, Calderousse -sin saber que se trata de Dantes- le relatara la traición que este recibió en el pasado y que le llevó a ser denunciado, y confesando incluso su cobardía al no haber abortado aquella injusta decisión. El ya anciano Calderousse morirá de manera inesperada, por lo que Dantes acogerá a su joven ayudante -Benedetto (Francis McDonald)-, que en realidad es hijo bastardo de De Villefort, con la condición de que este acepte convertirse en su sirviente. Todo ello configurará una apretada primera mitad, a la que sucederá un segundo bloque en el que, a grandes rasgos, se describirá la triple venganza auspiciada por Dantes hacia los tres hombres que forjaron su injusto encarcelamiento, a los que encontrará como destacadas figuras de la corte.

Antes lo señalaba. La principal objeción que se le puede formular a MONTE CRISTO, lo supone la visible tendencia a discurrir casi de puntillas por las múltiples peripecias argumentales de la obra de Dumas -un ejemplo pertinente aparece cuando Mercedes acude a Montecristo, al señalarle sin ninguna inflexión dramática que desde el primer momento supo que se trataba de Dantes-. Podemos percibir inicialmente esa ligereza, hasta que llegue el momento en que se modifique nuestra mirada. Será el instante de asumir que nos encontramos ante un delicioso melodrama de aventuras, dominado por un casi vertiginoso sentido del ritmo cinematográfico, y ayudado para ello por un montaje de sorprendente efectividad. Y resulta de especial importancia dicha circunstancia, puesto que nos encontramos ante una película en la que no se observa un solo movimiento de cámara. Por el contrario, se apoya por una cuidadosa selección de encuadres y combinación de planos de diferentes características, que llegarán a plantear en sus minutos finales un duelo a espada, descrito del mismo modo con una perfecta sucesión de planos fijos, y confiando en la movilidad de los intérpretes dentro de estos. De tal forma, el film de Flynn discurre con enorme ligereza -ayudado de manera decidida por la hondura en la interpretación del magnífico Gilbert- atesorando dentro de su aparente volatilidad una creciente densidad, e incluso incorporando atractivas elecciones visuales -ese plano imposible de perfil, en el que se describen los dos pequeños túneles que unirán a Dantes preso con el viejo abad; otro plano imposible que describirá como el primero, una vez fugado, se adentra en la cueva donde encontrará el tesoro que cambiará su vida-. No olvidaremos tampoco la querencia bizarra de parte de su enunciado -los pasajes descritos en el interior de la áspera prisión; el instante en el que el padre de Dantes fallecerá cuando le anuncien la falsa noticia de la muerte de su hijo- ya que su metraje irá creciendo en interés, hasta describir la triple venganza del sobrevenido protagonista, que está planteada de tal manera en la pantalla -invocando en la misma una cierta querencia divina-puesto que sus tres destinatarios morirán sin la acción directa del transformador Dantes, aunque lo hagan respondiendo a las intenciones iniciales de este.

Así pues, entre la mejor de las ingenuidades que podría plantear el cine silente, y envuelto por un magnífico diseño de producción y escenografía que, no obstante, en modo alguno encorseta su desarrollo dramático, MONTE CRISTO deviene un producto altamente degustable, que demuestra que en el inicio de aquellos primeros años 20, se rodaban títulos de enorme envergadura industrial que, prácticamente un siglo después siguen conservando su vigencia.

Calificación: 3

1 comentario

Woland -

Esta película es horrible e inferior a la película soviética.
Desfiguró por completo el clásico de Alexandre Dumas.
Debido a la traición cultural norteamericana, no son aptos para adaptar clásicos románticos. Americanizan la historia, el livor pierde sus raíces culturales, los rusos buscaron preservar las raíces del romanticismo francés.
Edmodn no es el zorro, está mucho más cerca del Gwynplaine de el hombre que se ríe de Victor Hugo y Woland de El maestro y margarita de Bulgakov. Es un hombre que tuvo su vida dañada por la envidia y cuestiones políticas como Gwynplaine, convirtiéndose en un marginado. En este concepto de rueda de la fortuna, la vida tiene sus altibajos, a medida que Gwynplaine se convierte en un noble, Edmond se convierte en el Conde de Montecristo. Es cínico, imponente y muestra las adicciones sociales como woland en el libro de Bulgakov.Aquí Zoror parece más un luchador de terreno común y sin aristocracia.
Edmond no vuelve a Mercedes, la decepción que tuvo con ella es demasiado grande, se queda con una chica que conoció y de la que se enamoró, Haydee. Es como Dea, una niña que simboliza el amor y la ternura, y saca al protagonista de la soledad. El conde simboliza a los marginados y desatendidos por los poderosos y que algún día se volverán contra ellos, como dijo Gwynplaine. Es el amor de una chica marginada como él que edmond como gwynplaine tiene su humanidad.