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CINEMA DE PERRA GORDA

HOW TO MAKE A MONSTER (1957, Herbert L. Strock) [Como hacer un monstruo]

HOW TO MAKE A MONSTER (1957, Herbert L. Strock) [Como hacer un monstruo]

La segunda mitad de la década de los cincuenta supone un periodo de enorme riqueza para el cine USA pero, al mismo tiempo, discurren en su seno diversas corrientes casi sociológicas. Una de ellas será la mirada en torno a esa juventud que emergía como espectadora de los drive in. Un sector de la población inquieta, aparentemente rebelde, pero al mismo tiempo consumista, y que en su falsa angustia existencial aparecía como un atractivo nicho de mercado, que igual vestía con botas y cazadora de cuero, o disfrutaba contemplando las olvidables y olvidadas películas protagonizadas por Frankie Avalon y Annette Funicello. Dentro de dicho contexto adquiere una cierta importancia industrial la presencia de títulos destinados al rápido consumo de los adolescentes del momento, sin más intención que la de elaborar títulos de escasas pretensiones y rápida rentabilización, que tendrían una especial significación dentro de estudios centrados en la ya tardía serie B, como fue el caso de la Allied Artists o la American Internacional. Antes de que el segundo estudio citado, propiedad de Samuel Arkoff y James A. Nicholson -padre del actor- dignificara su producción destajista con el ciclo de adaptaciones de Poe, auspiciadas por Roger Corman y protagonizadas por Vincent Price, había producido un gran número de largos destinados a públicos adolescentes, en los que tuvo una notable presencia, la apuesta por un terror primitivo, aunando protagonismos juveniles con el recurso a viejas mitologías del género.

Una de estas apuestas, para ser devorada en un autocine de la época, lo supone HOW TO MAKE A MONSTER (1957), dirigida por uno de los habituales destajistas de esta vertiente, Herbert L. Strock -mucho más extendido en una poco distinguida andadura televisiva- prolongando una corriente que ya había plasmado frutos de enorme rendimiento comercial; la utilización casi como producto de barraca de feria de esas mitologías del género, en medio de tramas simplistas con protagonismo juvenil. Punto por punto se cumple dicho enunciado en esta peliculita mediocre, donde no caben esperarse muchas sorpresas, de la que se agradece su ajustada duración, pero en la que sin embargo, aparecen ciertos elementos que la hacen merecedor de una cierta atención.

Nos encontramos en los propios estudios de la American International. La acción se inicia en el departamento de maquillaje, del cual es responsable el ya veterano Pete Dumond (Robert H. Harris), eternamente ayudado por el fiel y sumiso Rivero (Paul Brinegar). El primero se encuentra maquillando como hombre lobo al joven Larry Drake (Gary Clarke), dispuesto a intervenir en una típica película de monstruos del estudio. Mientras tanto, Dumond atesora un cuarto de siglo de su vida desarrollando una profesión, que se ha convertido en la razón de ser de una vida en la que no se adivinan otros alicientes. Ese contexto existencial se verá roto por completo, cuando los nuevos propietarios del estudio le anuncien de manera inesperada que han renunciado a rodar más películas de monstruos, despidiéndole de su puesto. Renunciará ofendido a la indemnización que le han prometido, y pondrá a punto un experimento a partir de una sustancia que ha creado, para que los dos jóvenes intérpretes a los que ha maquillado en la producción que se encuentra rodándose -el otro es Larry Mantell (Gary Conway)- se sometan a sus designios mediante hipnotismo, ordenándoles diversos asesinatos que saboteen las decisiones de los nuevos propietarios. Así pues, Larry caracterizado de hombre lobo eliminará con salvajismo a uno de los productores, que se encontraba viendo pruebas de la película que él protagonizaba. El propio Dumond se inoculará de su propia fórmula matando a uno de los guardias, que albergaba una agenda que podría incriminarle. Finalmente, un hipnotizado Mantell hará lo propio con el joven y arrogante nuevo ejecutivo del estudio Jeff Clayton (Paul Maxwell), matándolo dentro de su coche y en el propio garaje de su apartamento, dejando en su huida una testigo que se asustará al verlo caracterizado de Frankenstein. La policía estrechará el cerco atendiendo a los indicios con que cuenta, e interrogando al maquillador y a su introvertido ayudante, quien estará a punto de venirse abajo dejando sospechas entre los agentes. Siendo consciente Dumond de que los dos muchachos a los que ha utilizado podrían, en un momento dado revelar la realidad de unos comportamientos que en el fondo desconocen -ya que actuaron bajo hipnosis- urdirá un plan invitando a ambos a su casa, junto a Rivero. En una supuesta celebración, que estos apenas podrán rechazar, se pondrán en evidencia los oscuros propósitos del viejo maquillador.

Si uno ha de atender a la lógica argumental, HOW TO MAKE A MONSTER carece del más mínimo interés. La ridiculez del ungüento creado por el maquillador despechado, como elemento para doblegar la voluntad de los dos jóvenes intérpretes, se encuentra por completo de credibilidad. La plasmación del primer crimen se encuentra por completo desaprovechada -su planteamiento en plena sala de proyección permitía un pasaje lleno de impacto-. Es más, las formas narrativas de Strock aparecen ausentes de inventiva o tensión. Sin embargo, no sería justo si no dejara de otorgar un cierto grado de interés a esta, por lo demás, muy discreta película. De entrada, no se puede omitir ese propio carácter meta cinematográfico adquirido a través de esa propia plasmación de su débil argumento, en el propio seno de los estudios de la American International. O en su voluntad de recrear la decadencia de una manera de entender el cine popular, la presencia de nuevos nichos de mercado -la preferencia por comedias juveniles plasmadas incluso en ese número musical, que preludia ciclos antes señalados de gran popularidad a partir de aquellos años-. Es más, la propia presencia de esos nuevos ejecutivos insensibles, capaces de diezmar el personal del estudio y atendiendo tan solo a una fácil rentabilidad, y esa aura de tiempo perdido e irrecuperable que transmite el, por otra parte, muy débil entramado argumental de la película, en no pocos instantes parece preludiarnos el posterior TARGETS (El héroe anda suelto, 1968) memorable debut de Peter Bogdanovich. Esa presencia de turistas para contemplar unos estudios desahuciados. La despedida del veterano director al desahuciado maquillador -que previamente nos ha permitido contemplar una penosa secuencia de rodaje en su película de monstruos- acierta a plasmar esa sensación de irremisible pérdida de unos modos de espectáculo popular, que habían funcionado durante décadas.

Al mismo tiempo, y junto a momentos que alcanzan cierta eficacia -la secuencia del asesinato del joven ejecutivo ante el volante de su coche- el otro elemento que proporciona singularidad a su conjunto, se centra en la entraña psicológica del propio Pete Dumond. Pese a que hubiera hecho falta un intérprete más dotado que Harris, lo cierto es que poco a poco se va destilando la peligrosa deriva ambivalente en una personalidad en apariencia amable e incluso venerable. Y es en esos ecos de extraño dominio y esa nuance gay, donde se delata ese extraño dominio psicológico en torno a su fiel y sumiso ayudante en el que se presupone una vieja relación sentimental, o en ese episodio final, llevando a los dos jóvenes y guapos actores a su vivienda, donde vislumbraremos de manera definitiva su lado oscuro en un salón adornado por siniestras creaciones suyas, y actualizando de alguna manera la leyenda de Hansel y Gretel, en unos pasajes inquietantes que, de alguna manera, aparecen como una curiosa y apresurada revisitación de HOUSE OF WAX (Los crímenes del museo de cera, 1953. André De Toth).

Calificación: 1’5

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