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CINEMA DE PERRA GORDA

Anthony Kimmins

MINE OWN EXECUTIONER (1947, Anthony Kimmins)

MINE OWN EXECUTIONER (1947, Anthony Kimmins)

Integrado dentro de la numerosa nómina de realizadores británicos condenados al anonimato, en la filmografía de Anthony Kimmins (1901 – 1964) solo tengo un recuerdo y lejanísimo –así como poco estimulante- de la comedia THE CAPTAIN’S PARADISE (El paraíso del capitán, 1953), protagonizada por Alec Guinness. Un desapego este del que cierto es que no tengo que fiarme, ya que más de tres décadas después, estoy seguro me proporcionaría una perspectiva diferente. Es algo que me viene a la mente tras la sorpresa -¡y van en el cine de las islas!- que me ha producido la magnífica MINE OWN EXCEUTIONER (1947), que sorprende e incluso apasiona a partes iguales, al ofrecerse como una extrañísima, compleja y densa variación en torno a ese cine de raíces psicológicas, que tan en boga estuvo tanto en Inglaterra como, sobre todo, en Estados Unidos.

Desafiando cualquier expectativa al respecto, MINE OWN EXECUTIONER se inicia casi como una crónica de posguerrra  -en varias ocasiones se nos mostrará a lo largo del metraje una fachada urbana londinense que servirá de referencia-, describiendo un centro dedicado de manera altruista a labores pedagógicas en tema psiquiátrico. Un niño llega a la misma –que servirá al final del film para ofrecer un contrapunto optimista al drama que describe el epicentro del relato-, siendo uno de los seres que se están sometiendo a tratamiento, por mojar la cama de noche, y sufrir por ello malos tratos de su padre. Será el punto de partida para conocer la intención de un mecenas de otorgar fondos para proseguir en las investigaciones. Sin embargo, ya de entrada su argumento nos introduce en las tareas singulares que ofrece el profesional más prestigioso del mismo, Felix Mine (un estupendo Burgess Meredith). Un hombre entregado a su profesión, de manera altruísta, y que tiene que compaginar esa carencia de ingresos oficiales, prolongando su profesión con citas en su casa. Pero es que además de intentar serenar las mentes de cuantos requieren sus servicios, en el fondo Mine es una víctima más de una sociedad convulsa y de los prejuicios de clase que florecerán casi desde el primer momento –esa conversación informal entre matrimonios amigos-, propias del mejor melodrama psicológico del cine británico. Nuestro protagonista se debate en su interior por el cariño y la entrega que le brinda su entregada esposa –conmovedora Patricia (Dulcie Gray)-, una mujer caracterizada por su torpeza y baja autoestima, capaz de encajar todas las invectivas de su marido –incluso su latente infidelidad con Babs Edge (Christine Norden)-, con absoluta sumisión.

Basado en una novela de Nigel Balchin, adaptado por su autor para la pnatalla, el film de Kimmins destaca por la capacidad de observación que ofrece, en torno a la sociedad inglesa de su momento. A la altura de las mejores crónicas que se podían estrenar en aquel tiempo, asistimos en última instancia a una sorprendente variación contemporánea en torno al cine psicoanalítico tan popular en aquel tiempo convulso. La cámara de Kimmins profundizará con especial tino en el juego de reencuadres y la ubicación de los siempre magníficos intérpretes en los mismos, brindando un resultado que aparece en apariencia sereno en sus costuras, pero en cuyo interior se revela una casi inagotable capacidad de matices, entrelazados en un conjunto de sorprendente complejidad. Es muy difícil encontrar con una muestra de este subgénero, que sepa atesorar de manera tan armoniosa y densa, esa crónica de posguerra mostrada de manera tan sutil, una visión tan demoledora de una sociedad dominada por la hipocresía, la falsa apariencia educada de un pueblo como el británico, ecos del cine noir tan acusados, y ese admirable contrapunto que, a fin de cuentas, es el que brinda la singularidad a su conjunto; utilizar el protagonismo y la profesión del un atribulado Félix, que se debate entre su entrega a las investigaciones, las obligaciones de atender a clientas latosas que solo quieren desahogar su mediocridad contándole la rutina de sus vidas, y el drama interior que sufre su propia existencia.

Todo ese entramado dramático, encontrará un elemento de especial incidencia al asumir este el encargo que le brinda una joven esposa, amargada por la actitud de su esposo, un soldado –Adam (rotundo Kieron Moore)- que ha retornado herido de su lucha contra los japoneses en la II Guerra Mundial, provocándole un trastorno mental bipolar, que ha estado a punto de llevarle a estrangular a su mujer. La manera con la que se describe la llegada del personaje –siguiendo y prolongando con puntapiés el paso de una piedra, y sobrellevando una ostentosa cojera-, es una magnífica presentación de un ser atormentado, brindándosenos de manera muy precisa y a través de un solo personaje, el drama generado por tantos y tantos retornados de una traumática experiencia bélica. Es algo que el cine norteamericano había hecho visible en títulos firmados por Delmer Daves, Edward Dmytryk o Wiliam Wyler. Por el contrario, no era habitual verlo inserto en propuestas inglesas, y menos aún en una película que logra incardinarlo con asombrosa pertinencia, sin chirriar en ningún momento y, por el contrario, ofreciendo al conjunto una atmósfera opresiva, que la integra con el thriller y el noir. La progresiva indagación de Mine en el interior de la mente del antiguo soldado, nos permitirá un asombroso fragmento en donde este relate, bajo tratamiento e inducción del psiquiatra, las causas que le llevaron a sufrir ese trauma, cuando en la contienda se incendió su avión, se estrelló en la espesura de la selva, y fue capturado y hecho preso por los japoneses, hasta que logró escapar de estos matando a uno de sus vigilantes. En un conjunto dominado por la cámara subjetiva y la narración en off, Kimmins logra plasmar una atmósfera casi irrespirable, en la que casi cada fotograma, ayudado por la interpretación de los actores, la penumbra de la iluminación, y la fuerza dramática de la música de Benjamín Frankel, logran trasladar un aura de pesadilla, digna de figurar entre los episodios más memorables de esta vertiente.

Pese a la indagación efectuada, y a la aparente mejora de Adam, Félix intuirá que algo se mantiene escondido en su mente, por lo que rogará a su esposa que mantenga una serie de precauciones en la convivencia, centradas en no estar junto a su marido en lugares de sombra. La aparente normalidad que presidirá el devenir sus relaciones con Adam, hará olvidar esta recomendación con consecuencias trágicas, en un nuevo episodio dramático que descolocará de nuevo al espectador, insertándolo además con los ropajes del thriller, combinando una planificación expresionista, el uso de la elipsis, el off visual, y no olvidando el contrapunto del drama personal del psiquiatra –es avisado por su esposa, que lo llama siendo consciente que se encuentra con su amante, para avisarle del crimen que Adam ha cometido-. Este huirá y se refugiará en una cima de un alto edificio, al que accederá por una escalera de bomberos Félix, intentando inútilmente disuadirle de que se suicide –en un momento memorable, que Adam asumirá como una auténtica liberación personal-, en una conclusión que, de nuevo, frustrará cualquier expectativa previa del espectador. Será una catarsis de casi estremecedora efectividad, en la que el drama íntimo se dará de la mano con lo violento, y por la cual Mine sufrirá un juicio, que ejercerá como sutil metáfora en torno a su propio drama personal, que finalmente resolverá reconociendo el papel fundamental que ejercerá Patricia en su vida. Una aparente conclusión acomodaticia, que en el fondo destila no poca amargura, y en la que cuando su inquietud profesional se encuentra bajo mínimos, aparecerá casi como símbolo ese niño que hemos visto el principio del film, insuflando nuevas ilusiones a un profesional desengañado en su entrega.

Película desconocida, de asombrosa densidad, capaz casi de un plano a otro, de aparecer sutil y sombría al mismo tiempo. Crónica provista de una punzante efectividad en los diversos elementos que aborda, es una muestra más de la asombrosa riqueza de un cine que en aquella década, mantiene ocultos aún numerosos tesoros para el disfrute de espectadores inquietos.

Calificación: 4